Entrevista

Abogada dedicada a la defensa de los derechos humanos, catedrática universitaria, exjueza y exmagistrada de la Corte Suprema de Justicia. Su nombre jamás pasa inadvertido.

“Las nuevas generaciones deben conocer qué es lo que hemos vivido”: Mirna Perla

El testimonio de esta abogada exmagistrada de la Corte Suprema de Justicia rescata uno de los episodios trágicos y cuya documentación sigue siendo una agujero negro de la historia oficial salvadoreña.

Eric Lombardo Lemus

Fotografía: Giuseppe Dezza

Julio 29, 2022

La lista de funciones desempeñadas por Mirna Antonieta Perla a lo largo de su vida siempre está vinculada al ejercicio del derecho. Jueza de paz y de menores, magistrada, catedrática universitaria. En su haber no faltan las credenciales que sustentan sus argumentos a favor del concepto de una jurisprudencia que vele por los más débiles, por aquellos que el sistema judicial muerde como la serpiente a los descalzos. Desde su adolescencia persiguió el sueño por el que sigue aspirando, pese a que los vientos siguen soplando en contra.

Natural de Nueva Esparta, municipio ubicado al norte del departamento de La Unión, estudió en la Universidad de El Salvador gracias a un programa de becas que financió a jóvenes de escasos recursos, pero con buen rendimiento académico. Desde aquellos años aciagos y posteriormente turbulentos, Mirna rescata el día que su vida cayó desde un paso a desnivel mientras el ejército cercó una protesta universitaria. “Bueno, aquí me tocó”, pensó cuando volvió en sí y se dio cuenta que tenía partida la rodilla y no podía correr.

Pero esta abogada, que sacó adelante a su familia luego que asesinaran a su esposo, el emblemático defensor de derechos humanos Herbert Anaya Sanabria, sobrevivió aquella tarde del miércoles 30 de julio de 1975. Su testimonio rescata uno de los episodios que el régimen lavó de la historia oficial, así como lo hizo cuando envío camiones cisterna a limpiar los restos de los jóvenes que fueron masacrados por las tropas bajo el mando del ministro de Defensa, el entonces coronel Carlos Humberto Romero, con la venía del presidente Arturo Armando Molina.

“Y, bueno, estoy aquí en este mural donde efectivamente hemos trabajado las diferentes organizaciones para no dejar caer nuestra memoria histórica porque es valiosa.”

¿Cómo reactiva su memoria cuando pone como punto de referencia el año de la masacre contra los estudiantes en comparación con la transición hacia la democracia y los hechos que vivimos actualmente?

Antes que nada quiero decir que soy sobreviviente de la masacre del 30 de julio, pero no es la única vez que casi me matan. Soy sobreviviente de tortura y de capturas. La Guardia Nacional me capturó el 30 de abril de 1976 y fui desaparecida por 24 horas. Recuerdo que andábamos haciendo propaganda clandestina cuando me capturaron. Me tuvieron 24 horas desaparecida tiempo en el que me torturaron, pero gracias a un pariente lograron avisar a mi mamá y me liberaron.

Luego, me capturaron regresando de Costa Rica en octubre de 1979, 15 días antes del golpe de estado organizado por la juventud militar. Yo venía de una misión universitaria en la Universidad de Costa Rica tratando de investigar los mecanismos de egreso y de los requisitos de graduación porque nosotros estábamos haciendo un cambio curricular.

He sobrevivido al secuestro de mi esposo. Presencié cuando los secuestran los miembros de la Policía de Hacienda, que fue un secuestro brutal. Es espantoso recordar eso porque estábamos en una tiendita vecina a la casa junto a tres de mis hijos. Ahí estaba Gloria María, Ernesto Rafael y Edith. Ellos tenían seis, cuatro y tres años.

A Herbert se lo llevan secuestrado y lo tienen 15 días incomunicado, así como estamos ahora. En esa época había una ley especial para garantizar que se violaba la Constitución en el tema del debido proceso, el respeto a las 72 horas que la Constitución establece la presunción de inocencia y, sobre todo, la prohibición nacional e internacional de aplicar tortura.

Y luego sobrevivo al asesinato de mi esposo, Herbert. Y, bueno, estoy aquí en este mural donde efectivamente hemos trabajado las diferentes organizaciones para no dejar caer nuestra memoria histórica porque es valiosa. Es valiosa por varios aspectos. Primero porque nos ayuda a recordar y exigir el fin de la tortura, el fin de esa incertidumbre que tienen con los desaparecidos y además la exigencia de justicia para terminar con el régimen de impunidad que ha sido de toda la vida.

Nuestras nuevas generaciones deben conocer qué es lo que hemos vivido para continuar esta lucha.

Cuando hace esta reflexión sobre la importancia de conservar la memoria y si regresa en el tiempo hacia julio de 1975 ¿cuáles eran las circunstancias que hubo en ese momento?

El 30 de julio tiene un precedente. La marcha la organizamos a partir de la noticia que tuvimos el día 26 de julio de que se habían tomado de nuevo el Centro Universitario de Occidente donde se estaban preparando para hacer un desfile bufo y hacer digamos una crítica creativa de la realidad nacional y, de hecho, había este precedente del coronel Molina que había intervenido en la Universidad de El Salvador en 1972. Nosotros estábamos recién activando ese movimiento estudiantil tan importante que es en la vida del país y en la vida de la universidad.

Yo ingresé en 1973 precisamente en la reapertura de la universidad, con una universidad intervenida con guardias ahí adentro. Les decíamos los grises, los verdes porque ellos trataban de limitar el movimiento estudiantil y yo pues también era integrante de un frente revolucionario que retomaba el ejemplo de Salvador Allende y también era integrante del movimiento becario. Gracias a la beca logré ser licenciada en Ciencias Jurídicas y obviamente ser abogada.

El momento histórico que vivíamos era muy álgido porque el gobierno de Molina trata de buscar un cambio en el tema de la economía que favoreciera a la familia Poma, que era la que hegemonizaba el bloque en el poder en esa época. Y su gran apuesta era hacer del país que fuera un destino turístico y para eso se habían inventado ser la sede de Miss Universo en 1975 con el lema: “El Salvador un país de la sonrisa”. Por supuesto que para nosotros en esa época era una ofensa que nos dijeran que el país era un país de la sonrisa cuando hay tanta miseria en la mayoría de los hogares salvadoreños y vivíamos bajo el régimen de una dictadura militar impuesta tras un fraude electoral contra el candidato de la oposición Ernesto Claramount.

La cuestión es que cuando interviene en la universidad allá en el campus universitario de occidente para nosotros y nosotras como universitarios conscientes y revolucionarios considerábamos que eso era de nuevo una violación a la autonomía universitaria.

Además, una violación a la Constitución porque desde 1950 obtuvimos el reconocimiento de la autonomía universitaria a nivel constitucional, también por luchas muy fuertes del pueblo salvadoreño donde participa activamente el movimiento de estudiantes universitarios salvadoreños.

¿Cómo se organizaron?

“La marcha fue justamente como a las 5:30 de la tarde cuando nos atacaron los señores del ejército y de la policía.”

La marcha fue justamente como a las 5:30 de la tarde cuando nos atacaron los señores del ejército y de la policía. A la 1 de la tarde empezamos a organizar, a llamar a la gente con megáfonos y entre todos habíamos como 2000 personas. No solamente de la universidad, sino que también estudiantes de secundaria del Inframen (Instituto Nacional Francisco Menéndez) y docentes y trabajadores que se incorporaron a la marcha porque era indignante lo que estaba pasando.

Mucha gente teníamos miedo obviamente, pero superando el miedo y haciendo prevalecer nuestro amor a la patria, nuestro amor a nuestra gente, nuestro amor a la universidad, pues estuvimos dispuestos a entregar la vida. De hecho, yo conocí a alguien muy cercano como fue Carlos Fonseca que era estudiante de Sociología y era miembro de UR. Pero toda la gente estuvo dispuesta a ofrendar su vida. Incluso hubo compañeros que los capturaron cuando ya iban corriendo.

Por ejemplo, Salvador Cárcamo, a quien le decíamos “el Cacho”, cuenta que lo subieron a esos camiones y fue torturado, y a donde lo llevaron había un montón de gente. A él lo soltaron pero simulando la ley fuga. Así pudo contarla.

Cuando menciona que el régimen detectó que están preparando el desfile bufo ¿había un malestar del poder hacia la crítica? ¿No toleraban el humor o la ironía?

El desfile bufo es una creación (del grupo literario) de la Generación Comprometida donde estaba Roque Dalton con sus chifladuras, que realmente le apostaba siempre a dar un mensaje creativo muy pensado; pero muy concreto a la sociedad. Y eso sí pegaba porque cuando venían los universitarios y universitarias e iban a la calle con ese desfile bufo nadie podía dejar de verlo y era tan gráfica la crítica, pero tan auténtica y tan creativa que la gente estaba realmente concientizándose con eso.

En Santa Ana, a pesar de la dictadura, los compañeros y compañeras deciden salir en las fiestas julias y, obviamente, pues el régimen ve que allá en Santa Ana está la flor y nata de lo más retrógrado de la oligarquía salvadoreña. Entonces no iban a permitir que se rieran de ellos. Llegan a decomisar todas las pancartas que estaban haciendo, los disfraces que se ponían los muchachos y las muchachas y capturan algunos verdad. Al centro universitario entraron los cuerpos de seguridad y sobre todo del ejército.

Cuando lo supimos, inmediatamente como movimiento estudiantil nos sentamos a discutir si salimos a la calle o si permitimos este atropello. Si no salimos, todo lo que tenemos conquistado como pueblo y como estudiantes universitarios es letra muerta. Entonces decidimos que íbamos a defender el derecho de todo el pueblo salvadoreño a estudiar en un centro superior para poder prepararse y servir al país y, además, el derecho a defender la Constitución, el derecho a la libre manifestación y expresión y así decidimos salir para recorrer toda la 25 avenida norte con el objetivo de llegar hasta la Plaza Libertad.

¿A pesar de las amenazas?

Salimos a pesar de las amenazas del régimen. El campus estaba rodeado por ellos. En la mañana tiraron panfletos con avionetas diciendo: “si salen, se atienen a las últimas consecuencias” y los medios de desinformación manifestaron lo mismo: “que estábamos preparando una marcha y que no estábamos autorizados”. El coronel Romero creyó que con eso nos iba a amedrentar y salimos a la calle a defender nuestras libertades, a defender nuestra universidad. El lugar de llegada era el Parque Libertad porque es otro lugar simbólico donde efectivamente se han dado acontecimientos históricos en el país. Sabíamos que había represión. No sabíamos si nos iban a matar. No sabíamos si nos iban a tirar gases lacrimógenos, pero salimos decididos a defender a nuestro país en los pocos aspectos que habíamos avanzado. Así fue que nos proponíamos ir de la universidad hasta el Parque Cuscatlán y luego directo al Parque Libertad.

Yo iba como responsable de un grupo de unas 300 personas. Mi deber era mantener la disciplina en la marcha y eso lo logré hasta el final y decidimos de que si había amenaza de represión no nos íbamos a poner a pelea. Obviamente, íbamos con las manos pues no teníamos ni armas. Yo lo que llevaba era un pañuelo mojado con bicarbonato porque sabíamos que iban a usar gas lacrimógeno.

Pensamos que nos iban a disparar con balas de salva y con gomas, pero cuando yo estoy frente al Externado de San José y la cabeza de la marcha ya está a la altura de del puente del paso a desnivel vemos que asoman las tanquetas ahí por el Hospital de Maternidad y el Hospital Rosales.

Nosotros sabíamos que íbamos a seguir la dirección de quien llevaba la cabeza de la marcha. Veo que  la gente que iba encabezando la marcha cruza hacia la izquierda a abordar el paso a desnivel y cuando cruzan decimos: “vamos a acelerar la marcha” porque las tanquetas vienen acelerando. Entonces nos metemos, pero los policías nacionales ya estaban ubicados ahí con sus trajes antimotines y empiezan a dispararnos balas de verdad.

Yo fui de las últimas que logró entrar y quedamos atrapados. La otra gente que estaba en la 25 se dispersó porque vieron que venían las tanquetas, pero entonces ahí empieza lo bueno porque empiezan a disparar y a atropellar a quien estaba a su paso. Los antimotines están tirando gases lacrimógenos. Nos están disparando… Realmente en ese momento hay una gran confusión y lo que tratamos de hacer cada quien es buscar la salida.

En la esquina del hospital del Seguro Social había un muro de celosía y algunos compañeros y compañeras logran lanzarse al otro lado. Yo me quedé porque precisamente nuestra misión era calmar a la gente, de modo que cuando veo que ya no hay muchos y que el muro estaba lleno, por lo que no podía subir, entonces traslado a la orilla del paso a desnivel. Yo estaba muy afectada por los gases lacrimógenos y me tiré abajo.

Durante la entrevista varias personas visitaron el monumento a las victimas del conflicto.

¿Saltó desde el paso a desnivel por instinto de supervivencia?

No supe cómo caí, pero lo que sí recuerdo es que cuando regresé en mí  estaba sentada junto al muro y traté de salir corriendo y no pude. Me apoyé en la pierna izquierda y perdí el balance. Me toqué el pantalón, que era de tela gruesa, y me percato que está roto y siento blando en la zona de la rodilla.

Entonces me doy cuenta que no puedo correr y dije: “bueno, aquí me tocó. Lástima que no podré hacer nada más por mi país”. Entonces, levanto la vista y veo que vienen dos compañeros en medio de las balas y que regresan a recogerme. A rastras me pasan la calle y me llevan a un taller donde me meten debajo de unos furgones y uno de ellos se queda conmigo. Ahí, escondidos, escuchamos cuando llegaron los soldados preguntando si había gente de la marcha.

Con el compañero, que era de Humanidades, vimos las botas paseando hasta que poco a poco fue terminando la represión. Entonces llegó a recogerme la Cruz Roja y vieron que tenía partida la rótula en tres piezas.

Me golpeé los dientes, y, de hecho, me los enderecé sin necesidad de un odontólogo. Pero, la verdad, no sé cómo no me dañé la columna ni morí. Otros no tuvieron la misma suerte porque los heridos los levantó el ejército y nunca supimos de su paradero. Otros murieron atropellados o contraminados por las tanquetas, pero de eso no quedó rastro porque fue un operativo bien planificado ya que enviaron los camiones cisterna del cuerpo de bomberos para lavar con agua con jabón.

Así borraron toda evidencia, la huella de este gran crimen. Hay compañeros como Raúl Durán que nos contó que él venía en autobús desde Santa Tecla cuando vio el desparpajo de estudiantes. El cuenta que vio cabello adherido a las paredes, manchas de sangre, en fin, fue algo impactante.

Herberth, que todavía no era mi esposo, me contó que él estaba a la altura de la calle Gabriela Mistral cuando escuchó los disturbios y él empezó a pedirle a su grupo que iban a salir ordenadamente sin dispersarse. Entonces un infiltrado, un policía vestido de civil, le puso una pistola en el pecho y le dijo: “¡cállate, hijo de puta!” Pero al verse rodeado de universitarios, salió corriendo.

Así que el grupo de Herbert sí logró llegar al Parque Libertad y gracias a un radioaficionado contactaron la radio HRN de Honduras. Así fue como ellos tiraron la noticia al aire porque los medios de comunicación de la oligarquía guardaron silencio.

¿Qué sucedió cuando la Cruz Roja te evacuó?

Cuando me llevan al Hospital Rosales me atienden los compañeros del año social o los internos que eran de la universidad y entonces inmediatamente me pone una bota de yeso para inmovilizarme, pero me avisan: “ahorita los policías están viniendo a preguntar por los heridos de la marcha. Si vos tenés a alguien que te pueda llevar, mejor llamalo porque aquí más noche se van a meter y te van a llevar”.

Yo tenía un único tío que tenía carro y teléfono. Él era un tío muy conservador. Creo que era (diputado) suplente del PCN (Partido de Conciliación Nacional) en la Asamblea. Pero era el hermano de mi papá y nosotros éramos casi como sus hijas. Le llamo y mi tío viene al Rosales aprovechando que su esposa era enfermera, así que tenía acceso para entrar y me rescata. A las 11 de la noche estaba llegando a mi casa.

En nuestro presente encontramos una universidad con otro carácter ¿cree que la UES es consciente de la importancia de la masacre del 75?

No, realmente no. Obviamente tenemos esa gran deuda con los compañeros y compañeras del 30 de julio que están desaparecidos. No se sabe con precisión cuánta gente marchó porque todavía no había cultura de registrar. De hecho, como como defensora de derechos humanos, como alguien que siempre ha trabajado mucho por la memoria histórica, defiendo que el 30 de julio es muy importante y nunca debe dejar de conmemorarse.

¿Es responsabilidad del Alma Máter o de los estudiantes que sufran amnesia?

“El problema principal es la impunidad.”

El problema principal es la impunidad. El problema es la falta de cultura de rescatar esos hechos históricos, importantes y heroicos de nuestra gente, que ha estado de una coyuntura en otra y en otra y en otra (…)

Lamentablemente nuestra universidad no ha tenido esa calidad de compromiso con nuestros héroes y heroínas mártires que han dado su vida a través de la existencia de nuestra universidad. Ahí, por ejemplo, asesinaron al rector Félix Ulloa, que nada que ver con su hijo, el vicepresidente. Hay cantidades de trabajadores que fueron detenidos, desaparecidos, torturados, sufrimos el cerco universitario que tuvimos por muchos años…

Pero las autoridades ahora son personas que no tienen compromiso con nuestra memoria histórica. Cuando yo les he dicho que debemos ir a la Fiscalía no responde. Yo he ido a la Fiscalía con el apoyo de IDHUCA porque la Universidad de El Salvador por más que se les ha dicho por años, no sólo estas autoridades, incluso las anteriores, no quieren ir a presentar este caso. Y es algo público. Ocurrió a plena luz del día, casi en el centro de la capital, y sencillamente ningún juez llegó a reconocer los cadáveres ni a hacer una inspección.

Ocho días después de la masacre, mi tío, el mismo que me había rescatado del Hospital Rosales, consiguió que me operaran en el Hospital San Rafael. Ahí fue como poco a poco me fui enterando de la valentía de nuestros compañeros y compañeras que se tomaron la Catedral y así era el heroísmo de esa época que no tiene nada que ver con los estudiantes de ahora (…)

Afortunadamente no han estado en la guerra porque esto de decidir entre optar por dar la vida es un proceso bien duro, pues uno tiene que pensar en su madre, en su padre, en sus hermanos; pero la decisión se toma porque ante tanta injusticia, ante tanta represión, no nos quedaba alternativa.

¿Cree que la esperanza del país está más hacia puertas afuera en cuanto a credibilidad?

Sí, pero en cuanto a organización obviamente es adentro.

¿Están suficientemente cohesionadas las organizaciones defensoras de derechos humanos con las circunstancias que tenemos donde no solamente se borran instituciones sino también la memoria?

El sistema internacional de protección a los derechos humanos es una herramienta muy importante y el nacional que ahorita ya no funciona porque lo borraron de un plumazo el primero de mayo. Mire, es admirable el trabajo que se está haciendo de las organizaciones. Yo pertenezco al Colectivo de Derechos Humanos Herbert Anaya y estamos participando en un espacio que se llama el grupo gestor de la aprobación de la ley de reparación integral a la víctima.

Ahí convergemos varias organizaciones y hay otra mesa pro memoria y otra contra la impunidad donde están organizaciones como FESPAD, Cristosal, IDHUCA. Es bien limitado el trabajo que ahora se puede hacer, pero sí hay una fuerte decisión de documentar lo que está pasando y sobre todo con el régimen de excepción donde todos los días hay gente capturada y son inocentes. No hay día que uno no se entere se llevaron a alguien que era sindicalista o se llevaron al sobrino de la señora tal y que no se metía en nada hasta el caso de este muchacho sordomudo cuyo padre ha dado gritos de angustia al presidente pidiéndole la libertad e incluso pidiendo canjear su libertad por la de sus hijos. Ahora estamos como lo que vivíamos en el pasado. Es algo tremendo.

Mirna, la guerra le cobró una factura que incluyó la pérdida de su esposo, educar sola a cinco hijos, estuvo exiliada, ¿qué le queda a ellos como legado?

Obviamente siguen ahora con mucha tristeza toda la injusticia que vivimos. Saben que seguiré denunciando a través de esa herramienta muy importante que es el sistema internacional de protección a los derechos humanos. A ellos les queda claramente que pueblo que no lucha, no triunfa y a lo mejor la lucha es fuerte, es difícil, pero vale la pena darla.

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