Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

El miedo, un arma ideológica

Carlos Decker-Molina *

Octubre 7, 2022

Quiero comenzar haciendo una observación: Las democracias liberales, por lo menos la sueca y las europeas, no saben cómo lidiar con el miedo.

La izquierda, por lo menos la vieja, la libresca, no hablaba de miedo, se abroquelaba en el optimismo, “la sociedad nueva”, “paraísos proletarios”, “el hombre nuevo”, sociedades con justicia, bienestar social y económico. 

La nueva izquierda europea amedrenta con cataclismos naturales cuando en realidad debería explicar los beneficios que traería la aplicación de energías alternativas.

Los otros desafíos que se suman al programa de la izquierda europea como género, identidades, indigenismo, racialización, pueden convertirse en puntos concretos del debate parlamentario, pero no en un programa de gobierno que intenta incorporar en el cuerpo constitucional. 

El maximalismo siempre fue malo, son temas además que necesitan debate para llegar a la síntesis y evitar el miedo.

Lamentablemente el miedo es el fantasma que deambula no solo por las calles de Suecia sino por las anchas avenidas del viejo continente. Y los únicos que pretenden aplacarlo son los herederos del viejo nazi-fascismo, disfrazados de demócratas, codeándose, de tanto en tanto, con la guardia vieja derechista. En otros tiempos, los Bohman (histórico líder sueco de la derecha en los 70) no les hubiesen dado la mano a los neofascistas por razones de clase.  

El discurso de hoy no es “esto queremos o deseamos hacer nosotros” sino: “esto quieren ellos y eso es malo y como es malo, voten por nosotros”. 

La propuesta de la ultraderecha no produce miedo, su intención es que origine ansiedad, nostalgia y muchas emociones. Veamos: “Hay que volver atrás”. Tesitura que implica un ayer sin inmigrantes, un retorno a las tribus blancas escandinavas o mediterráneas, es un retorno mental al ayer, pero, para mucha gente es una forma de evitar los conflictos de hoy, la dicotomía integración-segregación, el medioambiente o la guerra de Putin.  Es volverse un avestruz que oculta la cabeza en la tierra.

Dos líneas históricas

La derecha, la de ayer, actuaba en base a consensos, era parte del juego democrático de la posguerra, era una derecha que ayudó a respetar las reglas de juego de la democracia liberal y en la mayoría de los casos ayudó al bienestar porque también les favorecía. 

Cuando llegaban al gobierno a reformar algo, no mucho, bajaban impuestos y a veces asumían el vacío político del centro sociológico. Era una derecha anticomunista, pero, fundamentalmente anti extremista, tenía desprecio por los nuevos movimientos fascistoides a los que calificaba de populismo a secas sin el adjetivo que hoy le da una orientación ideológica.

La nueva derecha, la heredera de los nazifascistas, no quiere que los trabajadores inmigrantes tengan los mismos derechos, aunque las obligaciones sean las mismas y hasta más altas. Y, de ser posible, se vayan a sus casas, no tanto por razones biológicas sino por causas culturales: “no son como nosotros”, “no creen en el mismo dios”, “no comen el mismo pan”, “no cantan nuestras canciones”, “no bailan nuestra música”.

En otros casos, incorporan el miedo a las culturas y religiones de los inmigrantes que “los transforman” en un todo uniforme sin matices de clase, religión o educación. No todos son musulmanes, hay coptos, cristianos ortodoxos, ateos y bribones, como en todo grupo humano.

Es una derecha que no intenta el “putchismo” porque puede muy bien deconstruir el sistema. Para eso hay que ganar las elecciones y, a pesar de asumir el poder gracias a las reglas de juego democrático inician —al día siguiente— la deconstrucción de la democracia. Por eso, desde Polonia hasta Hungría, coinciden en desmontar el poder judicial, silenciar a la prensa independiente y aunar dos expresiones: inmigración es igual a delincuencia. 

El narcotráfico y la violencia armada o la callejera se asocian con la inmigración, pero no se preguntan las razones y el origen que no es otra cosa que el abandono de esas barriadas por parte del estado.

Si el estado se aleja o deja un lugar vacío, alguien lo llena. El mercado no abre escuelas ni centros de salud donde sabe que no va a ganar dinero.

La respuesta

La respuesta de la izquierda ante la arremetida de las dos derechas es tonta porque defiende las identidades como si estas no fueran líquidas. Defiende tradiciones que no es lo mismo que cultura. En lugar de hablar y explicar lo que significa la metacultura, defiende un multiculturalismo extremo que es el principio de la disgregación y atomización y en algunos casos tiene como consecuencia el reclamo de “territorios libres”. 

Una cosa fueron las clases y otra es tener la valentía de reconocer que éstas se han agrupado en la mitad de las sociedades posmodernas, es decir, no hay proletariado en el sentido marxista y tampoco burguesía. La aparición del chip y la cibernética mata a esos dos grandes protagonistas de la historia de ayer. 

Lo que hay es una gran capa media que quiere vivir bien, en la medida de lo posible. Y esa capa vota por la derecha o la izquierda porque no le importa la ideología. Lo que quiere es mantener el trabajo, tener vivienda, en lo posible no muy cara, guarderías accesibles, escuelas y colegios que funcionen bien, calefacción y electricidad con precios al alcance de sus bolsillos y mucho tiempo libre. Muchos quieren trabajar a distancia por lo menos tres veces a la semana. 

En ese conjunto social, que es muy numeroso, mora el miedo. 

A propósito, Guillermo Cano, un extraordinario colombiano, director del diario El Espectador, que tenía una columna titulada Libreta de Apuntes, escribió: “Al miedo hay que salirle adelante, con el poco o mucho valor que nos queda”. Lo mataron los sicarios de Pablo Escobar el 17 de diciembre de 1986. 

La sociedad postmoderna debe luchar contra esos miedos en lugar de encumbrarlos. Debe analizar de donde provienen, debe enfriar la cabeza y analizarlo todo de arriba abajo. Ello supone una autocrítica profunda.

En una cena de amigos, alguien dijo que las ideologías están muertas porque el neoliberalismo no es una ideología. ¿Qué es la ideología? Para muchos la ideología es algo inmutable, categorías estancadas y fijas. Sin embargo, es también un sistema de ideas fundamentales que definen un modo de pensamiento político. 

Entonces el liberalismo es una ideología, tal vez la única que queda, por lo menos en su sentido histórico. El liberalismo se inició como herramienta política ante las guerras religiosas de la Europa de los siglos XVI y XVII. Sus fundamentos fueron establecidos por John Locke. La verdadera partera del liberalismo fue la Revolución Francesa (1789) e inspiró a las revoluciones libertadoras de los EE. UU. y de América Latina.

Si admitimos que es el único sistema de ideas que tenemos a mano en este siglo 21, debemos separarlo del llamado neo-liberalismo que es la expresión extrema de la libertad de empresa. 

Quizá debemos recordar que el socialismo democrático es la izquierda del liberalismo o, como decía Lenin: la derecha del comunismo. Esa posición intermedia está dentro de la línea liberal.
En EE. UU. el liberalismo es sinónimo de izquierda. En Europa el liberalismo está más conectado al neoliberalismo.

Todo este engorro para preguntarnos por qué los liberales de Suecia se alían con las dos derechas mencionadas en este texto. No puede ser que los liberales están de acuerdo con la derecha deconstructora de la democracia liberal, es decir, ayudan con sus votos a eliminarse así mismos. El liberalismo en Suecia fue un aliado histórico de la socialdemocracia. Lucharon en favor del voto de la mujer. En 1919 se logró la ley y las mujeres pudieron votar en las elecciones de 1921.

Aquellos liberales, los bisabuelos de los de hoy,  deben estar revolcándose en sus tumbas porque sus bisnietos están  aliados con la vieja y la nueva derecha. 

La juventud

El miedo ha llegado a galvanizar a la juventud, por lo menos a la sueca. Una mayoría de jóvenes de 18 años, que votaron por primera vez lo hicieron por la derecha.
El 26% de los jóvenes de 18 años sufragaron por la derecha clásica. El 22% por la ultraderecha neonazi. Es decir, 48% de los jóvenes que votaron por primera vez lo hicieron por las dos derechas.

Los medioambientalistas que debieron recibir el apoyo de la generación de Greta Thunberg tiene el apoyo de solo el 5% de esa juventud que votó por primera vez.
El 10% lo hizo por la izquierda (ex comunistas). 

No es una explicación suficiente señalar al neoliberalismo que, con evidencia, aumentó la cantidad de ricos y empobreció a los sectores bajos. Tiene que haber otras causas. ¿Será que los jóvenes no conocen su propia historia? ¡Qué fácil es gozar de la sociedad de bienestar ignorando lo que significó la lucha política para abuelos y bisabuelos!

En Atenas también encontré esos miedos. En su subconsciente está el cristianismo ortodoxo que los convierte en aliados disimulados de Putin y, siguen siendo más que críticos, resentidos por el trato que les dio la Unión Europea durante la crisis financiera del año 2009 porque fue el socialista Yorgos Papandreus quien anunció que la situación económica y financiera eran insostenibles.

* Periodista boliviano radicado en Suecia. 

La arepa como fetiche a los 54

El encanto de la vida no está en pisar el acelerador, como creíste por décadas, o frenar abruptamente cuando las cosas parecían irreconocibles. Hay que aprender a soltar si quieres apreciar las transiciones del universo circundante. Aprender no tanto del impulso sino de la inercia. El cuerpo sabe moverse. Confía en sus pálpitos y asombros.

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