Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

A los 54, la arepa no es un fetiche

Héctor Bujanda *

Octubre 7, 2022

1.- El encanto de la vida no está en pisar el acelerador, como creíste por décadas, o frenar abruptamente cuando las cosas parecían irreconocibles. Hay que aprender a soltar si quieres apreciar las transiciones del universo circundante. Aprender no tanto del impulso sino de la inercia. El cuerpo sabe moverse. Confía en sus pálpitos y asombros.

2.- La única y auténtica nostalgia que tienes a los 54 es no haber seguido de largo por la autopista cuando estabas a punto de tomar el camino de volver a casa. Fugarse, ser otro, desaparecer o mutar, cambiar de piel, han sido bienes que has tenido que adquirir, modestamente, por cuotas. Aún así, sabes que no hay anhelo más grande que seguir de largo y despegarse de uno mismo.

3.- Vivir en países más modestos o más ricos, visitar ciudades premodernas, modernas o ultramodernas. Bajar y subir, subir y bajar por las tantas escaleras del planeta te enseña el necesario ejercicio de comprender más allá del ombligo. Comprender la posición de partícula cósmica que eres, en concierto con tantas otras partículas cósmicas. Combato fieramente al venezolanómano y a los otros tantos enquistados que hay dentro de mí. No a la arepa como fetiche, mucho menos al síndrome del Pirulín y, por supuesto, a la Suiza que éramos y no lo sabíamos.

4.- El pasado regresa y no siempre en forma de añoranza. A veces, fiero, herido, puede que te alcance y te devore. Más que nunca reconoces en el psicoanálisis o en cualquier otra terapéutica sanadora, una manera de seguir modulando desencantos, actos fallidos, equivocaciones o ilusiones vanas que se multiplican aquí y allá. A los 54, el reto es aprender a disolver, espantar monstruos, zombies, fantasmas que llegan por las rendijas de la casa, de la memoria, de los sueños, a pedir la parte que les corresponde. Disolver, hacer vida con tantos aparecidos, parte de una estrategia vital a largo plazo, a tono con los ocasos: formar una ecología de lo viviente y de lo no viviente. Como un cuento de Isaac Beshavis Singer: aprender a vivir con los muertos que nos habitan.

5.- La mejor manera de entender que vives universos prestados es leyendo, escuchando música, escribiendo, apreciando el arte y sus tantos modos de manifestarse. Contaminación absoluta que te convierte en cyborg, sin raíces u orígenes precisos, mezcla de muchos metales. Como un virus o una bacteria. Si no lo entiendes del todo, aférrate a un aspecto material, al intruso en forma de válvula mecánica, por ejemplo, que hace funcionar tu corazón. Ese intruso biónico habla por los tantos intrusos que cohabitan dentro de ti, como una sociedad de migrantes, refugiados o apátridas sin remedio.

6.- El intruso biónico hizo la magia de convertir mi válvula aórtica, que nació bicúspide, en una válvula de tres puertas. Desde entonces no dejo de pensar las bondades de tener tres y no dos compuertas que gestionan el gran torrente de salida sanguínea. Supongo que allí, en sus tres hojas de cierre y apertura, se decide un ánimo y una energía menos maniquea, menos bipolar, menos binaria (ahora que el mundo adopta sin freno la lógica del cero y del uno, mundo bicúspide y algorítmico). Supongo que a los 54 puedo decir, sin echármela, que tengo más recursos para evitar dogmatismos y necedades. Por tanto, más alternativas para no seguir reaccionando con posturas consabidas y automáticas: celebrar, solidarizarse, indignarse, denunciar. Cuando las cosas te cieguen, te hagan odiar o destruir a otros, ser parte de una gran infamia, recuerda que tu cuerpo tiene más inteligencia de la que crees. Aférrate siempre al corazón, a esas tres puertas de salida que, en teoría, deberían hacerte mejor persona.

7.- La vida es también los hallazgos pequeños que estructuran el mundo. Subrayo con portaminas de colores, ordeno bibliotecas por categorías generales como filosofía, literatura norteamericana, latinoamericana, rusa, española, europea. Poesía. Escribo en Times New Roman a 14 puntos, uso discos duros externos y suelo afeitarme cada dos o tres días. Me embadurno de protector solar los talones (Héctor con talón de Aquiles), si quiero dormir como un angelito en la playa. Ceno cada vez menos, bebo y fumo solo lo necesario y bailo si los discos lumbares me dejan. Invierto la frase de Antonio Di Benedetto: “prefiero los ruidos de las casas ajenas, prefiero el amanecer”.

8.- Los hijos nacieron para cambiarte el mundo, para enseñarte de nuevo el encanto del asombro, de la fascinación, el aprendizaje por imitación y el ensayo permanente, lo que te hace reconocer la naturaleza performática que tenemos los seres vivientes. Ese comenzar de nuevo, una y otra vez, ese presentarte ante el mundo de nuevo es lo que te mantiene despierto y solar, sintiendo que a los 54 hay algo en la vida, todavía, por lo que debes luchar. Construir mundo es construir otro mundo que ya no te pertenece, es poner un pie en el futuro y especular cómo llegará a ser el mundo de ese niño -tu hijo- que crece contigo y con su madre. Ser padre o madre es hacer ejercicios permanentes de ciencia ficción.

9.- Puede que el mundo quiera ir más rápido y veloz, cuando justo a los 54 has descubierto algo tremendamente seductor en la lentitud, en la demora, en las prácticas análogas que potencian la observación, la meditación y la deriva. Ser obstáculo es una resistencia anfibia, biológica y simbólica a la vez. Regresar al mundo sencillo de andar con los dos pies, al tiempo del caminar, es el mejor modo de descubrir que a pesar de los pesares y de los achaques orgánicos, la vida está comenzando. Siempre comienza.

* Periodista venezolano radicado en Italia

El miedo, un arma ideológica

La izquierda, por lo menos la vieja, la libresca, no hablaba de miedo, se abroquelaba en el optimismo, “la sociedad nueva”, “paraísos proletarios”, “el hombre nuevo”, sociedades con justicia, bienestar social y económico.

©Derechos Reservados 2022 ESPACIO COMUNICACIONES, LLC