Crónica

Los pobladores de los cantones Pushtan y Sisimitepet aglutinados en el grupo de teatro Tuhuapan (significa “Nuestro río” en lengua náhuat) montaron la obra con la asistencia técnica del Colectivo Alcapate.

Los centinelas del Sensunapán

El cantón Sisimitepet, jurisdicción de Nahuizalco, en Sonsonate, alberga unos habitantes que mediante el teatro comunitario esgrimen el derecho a preservar el cauce original del río que los alimenta y que, asimismo, atestigua el legado de sus ancestros sobrevivientes de la masacre cometida por el régimen del dictador Maximiliano Hernández Martínez contra los indígenas en 1932.

Texto y fotografía: Eric Lombardo Lemus

Septiembre 9, 2022

La tarde húmeda y pegajosa se adhiere a la piel de un grupo de citadinos que acudió a la convocatoria hecha por cuatro gestores culturales que invitaron al estreno de una pieza teatral más allá de una sala con candilejas. El lugar, que es símbolo en la defensa por el derecho al agua, será donde la puesta en escena disruptiva sorprenderá a los presentes y los dejará sin aliento a lo largo de las siguientes horas. 

Hace un año, el Colectivo Alcapate obtuvo el Premio Ovación que concede el Teatro Luis Poma al mejor proyecto en artes escénicas. Quienes lo integran, Óscar Guardado, Astrid Francia, Marco Paiz y Karla Coreas, acompañaron a los miembros de los cantones Pushtan y  Sisimitepet para contar su drama desde el seno de esta comunidad. 

Los poblados están unos 60 kilómetros al oeste de la capital y a pocos metros de la carretera Panamericana. En minutos, los visitantes pasan del asfalto a un vecindario rural que se distingue por plantar cara a una empresa que viene estrechando el cerco en aras de controlar el río.

Sin embargo, los visitantes conocen poco acerca de la realidad en el lugar y dentro de unos minutos dimensionarán la identidad indígena gracias a la ejecución de un drama que irá interpretándose poco a poco. 

El resultado final es una muestra única en su género que va más allá de las vanguardias. En medio de este refugio tropical los visitantes son testigos de una brutal ruptura de la cuarta pared formulada en el siglo XX por dramaturgos como el alemán Bertolt Brecht.

“Iremos a un altar ancestral donde hay una vertiente de agua. En todo el recorrido hay 14 sitios sagrados. Visitaremos el río y entenderán estos 18 años de lucha tratando de preservar la identidad de los pueblos originarios y su conexión con el lugar”, anunció Francisco Pulque, un líder histórico de Sisimitepet.

El público sigue atento las instrucciones porque la ejecución de la obra está a cargo del Grupo Tuhuapan (significa “Nuestro río” en lengua náhuat) que está integrado por habitantes de la misma localidad. La forma en que idearon el montaje ofrece una experiencia vivencial a través de la creación colectiva que reivindica al pueblo originario en la valorización del Sensunapán como eje de su Patrimonio Cultural Inmaterial.

El olor de la resina inunda el bosque y el público es invitado a integrar un círculo en torno a un altar que mira hacia los cuatro puntos cardinales.

El caudal del afluente es apetecido desde 2004 cuando la empresa Sensunapán S.A. de C.V. dio marcha al proyecto “Pequeña Central Hidroeléctrica Nuevo Nahuizalco II” que hasta la fecha lleva la construcción de siete represas y busca una octava que alteraría el ecosistema irremediablemente.

La empresa nació en julio de 1992 y se asentó en Nahuizalco, desde donde opera al tiempo que ofrece jornadas de evaluación médica dirigida a mujeres o respalda la organización de ferias de venta de medicinas tradicionales. 

“Esta comunidad está muy comprometida por salvaguardar la integridad del recurso que para nosotros es el abuelo río. ”, esgrime Pulque.

La concepción de la obra de teatro fue un proceso lento que en un primer momento abarcó observar y convivir con la comunidad hasta asistir técnicamente en la formación del grupo de teatro.

“Nosotros como colectivo somos un grupo de investigación donde combinamos las disciplinas que tenemos, que son las artes escénicas, circenses, la antropología y el periodismo”, explicó Óscar Álvarez.

Astrid Francia, como gestora cultural, relata que “cuando nos juntamos y venimos acá supimos que queríamos hacer una forma distinta de investigación escénica desde la antropología de manera que ellos pusieran el argumento y construyeran la obra”.

El resultado es un drama que arranca con las memorias de los sobrevivientes de la masacre contra la población indígena en 1932. Quienes lograron huir de la carnicería, encontraron refugio en las cuevas de La Periquera, unas cavidades río abajo, donde el ejército de la época no pudo darles alcance.

La pieza inicia con un altar erigido para recordar un año trágico: 1932. Escrito sobre un lienzo, el número es salpicado con una tinta roja. El público estremecido escucha el relato de sobrevivencia de uno de los nietos de aquellos hombres que se escondieron en el Sensunapán.

A medida avanza la interpretación, el público es guiado quebradas abajo, entre follajes esmeraldas y senderos escarpados que bajan hasta la vertiente Los Carías, al pie de una ceiba ancestral que tiene 500 años de antigüedad. Las raíces del árbol centenario están aferradas a un manantial en el que todos se refrescan mientras escuchan acerca de los mitos y leyendas que alimentan la tradición oral. A un lado hay un camino que sigue hasta llegar a la ribera caudalosa donde las aguas chocan contra las rocas.

Frente al río, Pulque, considerado el líder histórico, detalla la riqueza del afluente donde encuentran camarón pilero y cacarico, pescado como butes, mojarras, tilapias y nutrias, al que ellos conocen como perros de agua. 

–Es nuestra fuente de vida porque el río alimentó y protegió a nuestros abuelos cuando los perseguían –dice, ensimismado. 

–¿Ha tenido amenazas? –le pregunto mientras observamos el agua arremolinada que juguetea entre una peña.

Roberto Salomón, el director del Teatro Luis Poma, junto a otros visitantes, tuvo oportunidad de conocer el ímpetu del río que es la columna vertebral de esta población rural.

–Hace un año me mandaron razón para que me callara, pero aquí creemos que la lucha es justa y nos ponemos en manos del dios de la vida por encima de las amenazas –responde el señor Pulque.

Con el apoyo de organizaciones ambientales y defensoras de derechos humanos, los pobladores han conseguido elevar la denuncia a las instancias nacionales e, incluso, llamar la atención del Relator de la ONU a fin de preparar una demanda internacional.

En El Salvador, a nivel judicial, cuentan con la posición de la Cámara Ambiental de Segunda Instancia de Santa Tecla que emitió en junio del año pasado medidas cautelares para proteger el cauce. 

La instancia judicial ordenó al Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales que negara el permiso ambiental a la empresa hidroeléctrica y al Ministerio de Salud Pública que organizara con la municipalidad jornadas de limpieza para evitar la contaminación de estas aguas. Pero los lugareños son quienes han estado a cargo de esas faenas.

Los habitantes, mientras tanto, siguen enfrentados con la hidroeléctrica porque ofrece la compra de parcelas o medidas tales como jornadas médicas, organización de talleres de medicina natural y obsequio de paquetes con granos básicos a quienes apoyan la puesta en marcha de la octava represa. 

–El problema es que a la gente la hacen pensar con el estómago y no con el cerebro –opina Pulque.

Pese a que en El Salvador, la pluviosidad anual es mayor a la de cualquier país desarrollado, la contradicción es la desigualdad en el acceso y la calidad del agua. Desde mediados del siglo XX, la prioridad en este terruño centroamericano es anteponer el uso industrial por encima del derecho al consumo humano. El agua es un bien privado. 

Regreso al corazón de la comunidad, los visitantes deben subir por unos caminos exuberantes hasta detenerse en una casa rústica donde continúa la representación y el público escucha la historia de la palma de tule y la importancia del agua para que sobreviva esta tradición de la elaboración de petates. Mientras tejen laboriosamente lamentan que la materia prima esté en riesgo si pierden el equilibrio que ofrece el río.

Poco después, a medida que la tarde envuelve el follaje tropical, el poblado empieza a iluminarse con una pequeña fogata y el olor de la resina empieza a inundar alrededor y todos son invitados a integrar un círculo en torno a un altar que mira hacia los cuatro puntos cardinales. Público y comunidad se unen en oración invocando tiempos mejores. 

Entre los presentes están el director del teatro Luis Poma, Roberto Salomón, junto a su esposa Naara que han hecho el periplo sin ocultar el asombro ante cada fase del espectáculo y donde el río Sensunapán es la columna vertebral.

–¿Qué influencia hay acá teatralmente, Roberto? ¿Stanislavsky, Brecht, Grotowski? –cuestiono.

–¡Nada de eso! ¡Esto es teatro comunitario puro! –remata el célebre referente salvadoreño de las artes dramáticas. Y su voz sobresale por encima del murmullo del río Sensunapán. La noche llega y concluye una función sin precedentes.

Con el apoyo del Colectivo Alcapate, las comunidades de los cantones Pushtan y Sisimitepet rescatan tradiciones ancestrales y las incorporan en la interpretación en la que participa el público.

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