Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

Tea time

Rolando Monterrosa*

Agosto 26, 2022

Mientras limpiaba nervioso sus manos en el sucio mandil de lavaplatos que llevaba puesto, el joven, que aún era un adolescente, pidió permiso al chef, su jefe, para terminar su jornada en la cocina, una hora antes de la salida habitual.
–¿Para qué quieres ese tiempo, tienes cita con alguna chica? –preguntó con malicia.
–No –le contestó– tengo que asistir a las 5:00 de la tarde a una fiesta de té en los jardines del Palacio de Buckingham y debo ser puntual –agregó.

El hombre miró asombrado el rostro sudoroso del muchacho, tiznado por la grasa de las muchas ollas y cacerolas ennegrecidas que el turno anterior le había dejado. El hombre sonrió casi con simpatía, luego dejó escapar risitas contenidas que pronto desembocaron en torrenciales risotadas que agitaban de manera visible su flácido y voluminoso vientre, trepidante, entre sus manos.

Cuando el carcajeo menguó, el hombre aspiró con avidez el aire que, por un instante, pareció faltarle y con el rostro aún encendido dijo: “Oh, you may leave, indeed, but I beg you to give my kindest regards to her Gracious Majesty Queen Elizabeth the Second!” (¡Ah!  Puedes irte, en efecto, pero te ruego des mis más cumplidos saludos a su Graciosa Majestad, la Reina Isabel Segunda) y otra apopléjica acometida de hilaridad congestionó su rostro y agitó en poderosas convulsiones su corpulento marco.

Al pasar junto a él, a la salida, sólo atiné a decirle –con la cara más seria que pude mostrarle– que sí, que era cierto que estaba invitado a tomar el té en los jardines de Palacio de Buckingham.
Cuando solía relatar el episodio en rueda de amigos me decían que tal historia estaba divorciada de toda seriedad y buen juicio; pero, es cierto, repetía, perturbado porque me tuvieran por mentiroso.

–Es cierto, créanme, todo esto que les cuento en realidad sucedió en Londres –repetía un servidor.

Yo trabajaba entonces en la cocina del exclusivo Steering Wheel Club como pinche de cocina y todo ese incidente acaeció el domingo 7 de julio de 1968, el mismo día en que The Washington Post informó que Lyndon B. Johnson, entonces presidente de los Estados Unidos, fue recibido con vivas, pero también con pintas y una lluvia de huevos podridos en su visita oficial a El Salvador.
De verdad, les juro que así fue. Con decirles que al salir de aquel restaurante a la calle tropecé con el actor británico Roger Moore quien esperaba a que su perro French Poodle hiciera pis en un hidrante cercano.

La pregunta que queda sin respuesta es: ¿cómo un pinche de cocina había sido invitado a Palacio? Debo aclarar que mi padre era por entonces Encargado de Negocios, ai, de la Embajada de El Salvador en el Reino Unido y la reina invitaba a ese Tea Party anual a los diplomáticos acreditados en la Corte británica y a sus familias.

Y si usted, querido lector, no me cree, pregúntenle a Milo, mi primo, el que me dejaba las ollas sucias cuando alternamos los turnos en la cocina. Él vio todo lo que les he contado y actualmente reside en San Francisco. Su nombre debe estar en el listín telefónico de esa ciudad.

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