Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

El fútbol, la FIFA y sus delincuencias y la digitalización del deporte

Carlos Decker-Molina *

Diciembre 2, 2022

Muchos temas para este espacio. El fútbol siempre me gustó desde que un tío materno (Fernando Molina) me llevaba los domingos al Félix Capriles de Cochabamba a gritar por el Aurora de aquel entonces, años en que aún no existía el Wilsterman. Jugué al fútbol en la calle y en alguna cancha aledaña al Capriles cuando los torneos escolares. Medio chiquito, pero cuidado la portería. Y fundé el equipo los Juniors en Parotani con los chicos descalzos de la escuela del lugar.

En mi adolescencia tuve una novia que era Bolivarista y, claro, como dos… arrastran más de dos carretas, me pasé al Bolívar. En mis años de universitario, vivía en Oruro, fui el delegado de Ingenieros a la Federación de fútbol. El club deportivo de la FNI de la UTO estuvo muy cerca de llegar a la primera división, pero fue el Universitarios de La Paz que lo hizo antes y fue –creo– el único equipo de universidad que llegó a jugar en primera.

En esos años el fútbol era y no era profesional. Recuerdo que San José de Oruro contrataba jugadores que los ponía en la planilla de la mina de San José y lo mismo pasaba con el Wilsterman que “pagaba” a sus jugadores poniéndolos en la lista de asalariados del LAB.

En el mundo circundante pasaba más o menos lo mismo: el Boca era el equipo de barrio como el River, que “residía” en el barrio bacán o el Antofagasta Portuario, que era el equipo de los portuarios.

Ya en el exilio leí propaganda comercial en los partidos del Antofagasta Portuario porque trabajaba en una radio local. Dije que tenía experiencia solo para ganar unos extras porque era la primera navidad fuera de casa y tenía tres pequeños esperando al “viejo pascuero”, como dicen los chilenos al llamado Papá Noel.

Esta introducción sirve para explicar que mi pasión (limitada) por el fútbol se fue convirtiendo, poco a poco, en una máquina de hacer dinero. Llegó el profesionalismo con todas sus miserias y todos sus aciertos.

Hasta entonces los periodistas deportivos eran gente de buena voluntad sin mayores luces que sus conocimientos deportivos; nunca se metieron a investigar “cómo venía la mano” comercial.

Hago un salto en el tiempo y hoy tenemos grandes consorcios o jeque millonarios u oligarcas rusos lavando dinero en la compra y venta de clubes de alta categoría.

En ese desarrollo es que entra el súper crecimiento de la FIFA con mucho dinero, con inversiones y también con negocios turbios.

Muy contados periodistas deportivos metieron las narices en esos sitios mal olientes. La prensa ha sido también parte del festín: viajes internacionales, hoteles y viáticos. Cuando la FIFA cayó en manos del FBI en 2015 por fraude, crimen organizado y lavado de dinero debió terminar de patear el tablero para rehacer toda la institucionalidad futbolera.

En realidad, no pasó gran cosa, porque los sustitutos de Joseph Blatter y Michel Platini tampoco son trigo limpio. Y son ellos los que “vendieron” el mundial de fútbol a Rusia y ahora a Qatar.

¿Por qué no protestamos antes y lo hacemos sólo ahora? Mi voz es un soliloquio en el gran desierto deportivo.

Me pregunto ¿dónde están los cronistas y periodistas del ramo que hagan investigaciones de fondo sobre la corrupción del fútbol mundial, regional y local?

Ahora bien, incluso yo, que sabe de la corrupción y las trastadas de la FIFA, estoy mirando los partidos del mundial. Mirar los partidos no me hace cómplice de los delincuentes que incluso se animan a decir que los migrantes rechazados por la Unión Europea (lo que es cierto) son mejor tratados y pagados en Qatar; puede ser, pero ello no exime de la crítica a Qatar que mantiene un sistema feudal porque sus leyes tienen origen en la Sharía musulmana.

La digitalización

Así como Coca Cola se compró parte de la torta mundial, las empresas digitales hacen lo suyo y tratan de convertir un deporte humano en un deporte de robots.
Los humanos nos equivocamos, levantamos la mano y metemos gol y decimos que fue la mano de Dios. Los humanos recibimos una patada que nos duele y la reacción animal es dar otra patada, el árbitro está para eso, y siendo humano puede equivocarse.

Cuántos goles y campeonatos habrán sido si ganamos por posición adelantada. Cuántos penales no habrán sido mal cobrados. De acuerdo, claro que sí, pero son yerros humanos, son sanciones entre humanos, son piruetas y gambetas entre gente de nivel parecido.

Estoy en contra de la digitalización como disfraz de que en el fútbol ya no se harán trampas. Falso, la digitalización debe aplicarse a los dirigentes, a los agentes y a los funcionarios. Ellos son los que deben moralizar el deporte y no el chip de la pelota o cientos de cámaras en el estadio. Les deben poner uno más chips en las manos de Infantino y su caterva de dirigentes mundiales, nacionales y locales.

El mundial de Qatar es algo así como un acto fallido primero porque es invierno en Europa. Me acostumbré a que el mundial es también un día de campo, asado y tele en el patio. Y una final casi otoñal en un bar deportivo gritando como en las graderías.

Qatar es un anticlímax, sin homosexuales besándose en las calles, sin mujeres árabes ni persas con las cabelleras sueltas y con esa seriedad impostada de los jeques que no beben cerveza en el estadio, pero sí, whisky en la privacidad.

No solo se vendió Infantino. Nosotros también no estamos vendiendo un poco, por eso escribo estas líneas.

Mis favoritos para levantar la Copa son Alemania, Francia y Brasil.  Los argentinos me gustan y me disgustan. Me gustan porque he vivido en ese país y sé que su arrogancia es una simple postura circunstancial y no me gustan porque nueve del conjunto actual se creen Messi y Di Maria y son solo pateadores de aire.

¡Qué gane el equipo y no el individuo! El fútbol no es tenis ni golf. El fútbol es un juego colectivo. Y no digo nada más, para aclarar mi tesitura respecto al Mundial de Qatar.

* Periodista boliviano radicado en Suecia.

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