Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

Cuando abracé a un desconocido

Carlos Decker-Molina *

Febrero 10, 2023

¡Cómo olvidar! Fue el 21 de octubre de 1982 y estaba en funciones laborales en la vieja casa de la Bolsa de Estocolmo. A la una en punto salió Lars Gyllensten y dijo: “Por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.

Luego de unos segundos, pronunció el nombre del laureado con el Nobel de Literatura 1982:

—Gabriel García Márquez.

Fue entonces que abracé a alguien que estaba seguramente en iguales funciones, reporteando la nominación del Nobel de las letras. Era sueco porque me dijo: “¡Så bra!”, que quiere decir “¡Qué bien!”.

Pasada la euforia y semanas después estuve en el aeropuerto cuando Gabo llegaba con una tremenda comitiva, orquesta de vallenato, prensa colombiana y latinoamericana. Y la veintena de periodistas que lo esperábamos en una sala del aeropuerto. Todos querían preguntar. Tuve la suerte de quedar frente a él, lo que garantiza un diálogo. Ciertamente no recuerdo qué le pregunté. ¿Cómo se sentía? Me parece banal. ¿Qué iba a decir en su discurso Nobel? Probablemente. Tal vez: “¿Puedes decirnos una cita o un diálogo de Cien años de soledad?”.

Tampoco recuerdo qué cosas dijo a su arribo a Estocolmo; sin embargo, nos enteramos de que no vestiría el clásico frac en la ceremonia de entrega del premio, luciría un liqui-liqui de lino blanco, elegancia de los caribeños.

¿Por qué lo recuerdo aquel octubre de 1982? Porque llegando a fin de año tuve que quemar o tirar a la basura, recortes de diarios y revistas, libretas de apuntes que ya no me dicen nada, y en ese afán encontré la primera página del Dagen Nyheter, el principal diario sueco, donde aparece la fotografía de la llegada de Gabriel García Márquez a Suecia y en la que estoy frente a él con el micrófono en la mano. Esa fotografía se publicó también en The New Yorker o en The New York Times, tampoco recuerdo con exactitud, pero un amigo que entonces vivía en Manhattan me envió una copia que la he debido quemar en algún otro fin de año.

No quiero pasar por alto mi ceremonia anual de quemar papeles y papelitos, que hace un par de años originó un libro que se llama Viajar no es morir un poco, editado por 3600 en La Paz, Bolivia.

Mi última quema fue interrumpida para escribir esta nota y recordar algunas otras cosas que pasaron esos días.

Como Gabriel García Márquez estaba vinculado a la izquierda latinoamericana por su amistad con Fidel Castro y su apego por la revolución cubana de la que hablaba con rigor, solía deslizar críticas, aunque sus silencios fueron más elocuentes, alguna institución con el patrocinio de la Embajada de Cuba en Suecia organizó un encuentro con “el pueblo”. Así se llenó el Folkets Hus (Casa del Pueblo), sobre todo de exiliados latinoamericanos (muy numerosos, entonces), y la izquierda sueca que en esos tiempos era compacta y tenía un buen número de adeptos.

A manera de ticket de ingreso, la embajada cubana regaló una botella de ron por cabeza. Fue una flagrante transgresión a las leyes suecas que prohíben la venta o regalo de alcohol que no sea a través de la tienda estatal de venta de bebidas alcohólicas (ley vigente gracias a una dispensa de la Unión Europea).

Y otra anécdota. La cinta magnética con el discurso de Gabriel García Márquez, propiedad del Instituto Nobel, fue prestada a la redacción donde trabajaba para copiar trozos que se adecuaran al reportaje. Fui yo el encargado de escribir la nota.

Con mis antecedentes de eterno transgresor, toda una noche copié dos ejemplares y se los envié a Mario Castro, de la entonces Radio Cristal, el sonido, y el texto al entrañable colega Alberto Suazo de la entonces Última Hora.

Del discurso, recuerdo a vuelo de pájaro la referencia al monumento de Francisco Morazán erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa. El laureado dijo que en realidad es una estatua del mariscal Ney comprada en París “en un depósito de esculturas usadas” y explicó: “La realidad latinoamericana es mágica”.

Sin duda es, fue y seguirá siendo mágica, porque es posible aún, hoy día, con cibernética incluida, hablar de elecciones limpias cuando la mayoría sabe que fueron tramposas o de triunfos jurídicos en tribunales internacionales que, en realidad, son derrotas. Por eso, probablemente, la literatura latinoamericana es más creíble que la historia oficial que pertenece al realismo mágico que un poco más al norte del continente de Gabriel García Márquez se llama “realidad alternativa”.

* Periodista boliviano radicado en Suecia

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