Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

La reelección de Bukele y el papel del trollismo político

Guillermo Mejía*

Febrero 9, 2024

La publicitada reelección del presidente Nayib Bukele y la conquista de la mayoría de diputados de la Asamblea Legislativa, aunque falta su oficialización, merecen verlas desde la óptica de las estrategias de manipulación emocional, en especial la presencia del trollismo político que va ganando terreno en el ejercicio del poder, y conquista mentes y corazones.

Para definir el trollismo, según el comunicólogo argentino Silvio Waisbord, hay que decir que es un elemento esencial en la comunicación política de la reacción conservadora contemporánea; es decir, no es un elemento accesorio, sino que central, y usa la diversión y el sarcasmo para confrontar con todo discurso que huela a postura crítica.

«El troll político no toma el escenario para persuadir, movilizar, criticar, y rebatir. El troll no es una continuación de la demagogia u otros estilos clásicos del discurso público. Su génesis es diferente. Es una criatura particular del mundo digital cuya marca registrada es incitar, tratando de herir sensibilidades y mofarse del resto, con una mueca de satisfacción del deber logrado», afirmó el autor en una publicación reciente de la revista digital Anfibia.

Si bien no hace una referencia directa al caso salvadoreño, los elementos teóricos expuestos se pueden extrapolar para una interpretación del fenómeno político que sí ocurre en El Salvador como en muchos países de América Latina e, incluso, del mundo, donde la manipulación emocional está presente y el escenario digital se torna idóneo.

De ahí la importancia de examinar las formas privilegiadas de comunicación que utilizan estas figuras políticas contemporáneas, por ejemplo, el presidente Bukele, sobre la base de la exposición desde espacios digitales, especialmente redes sociales, aunque sin descuidar la presencia en los tradicionales, ya sean informativos, publicitarios o propagandísticos.

Para ilustrar el fenómeno, Waisbord recurre al caso del presidente argentino Javier Milei —que sí puede relacionarse con Bukele desde una postura libertaria y de azote a la clase política tradicional. «Los discursos del presidente Javier Milei nos tienen acostumbrados a la polémica. Decenas de expertos suelen desmenuzar sus aseveraciones simplonas y equivocadas sobre la historia económica argentina que no resisten ningún chequeo riguroso», afirmó.

El trollismo se ha vuelto necesario en la sociedad contemporánea por su pragmatismo y valor comunicativo.

Y advirtió que «… un discurso político debe ser examinado según sus objetivos y contextos, y no únicamente por su contenido», a pesar de que hace malabares para justificar sus posturas (como economista o panelista que fue antes de ser presidente). «Milei ya no es un comentador o un académico. Es un presidente que intenta afirmarse políticamente a través de la comunicación y su estilo es una mezcla de divulgador-evangelizador y troll».

En el caso del presidente salvadoreño hay muchos pasajes que pueden servir para la interpretación del fenómeno. Para el caso, su negación del aporte de los Acuerdos de Paz firmados en 1992 al proceso de apertura democrática que, si bien arrastran deudas históricas, sentaron las bases para posibilitar una sociedad pluralista frente al autoritarismo de viejo cuño.

Además, su constante comparación de hechos donde el protagonista es él, su gobierno o su grupo de poder para afirmar que nunca antes hubo algo similar en la historia nacional o mundial, como los resultados del reciente proceso electoral salvadoreño. La responsabilidad política puede que implique una mente sosegada.

 La necesidad del trollismo

Para Waisbord, el trollismo se ha vuelto necesario en la sociedad contemporánea por su pragmatismo y valor comunicativo y, para el caso argentino, «Insistir con las virtudes, reales o míticas, del mercado desregulado y la bondad capitalista como estrategia de persuasión tiene un techo comunicacional y político. Difícilmente movilice pasión de multitudes, embrujadas por el magnetismo sensual del monetarismo y otras abstracciones económicas. ¿Quiénes dan la vida por la ley de oferta y demanda en el mercado libre? ¿Qué muchedumbre se autoconvoca para defender a la Escuela Austriaca de economía?».

En cambio, según él, apelar a temas socio-culturales tiene mayor tracción comunicativa. Docenas de movimientos de masas modernos demuestran que cultivar y azuzar identidades personales y colectivas es central a la política. «Combatir» a «enemigos» cuyo objetivo es disolver estilos de vida, valores morales y posición social, moviliza sentimientos fuertes y medulares. La retórica política exitosa se conecta con sentimientos ligados a anclas identitarias —nación, religión, raza, género, sexualidad, familia, etnia, salud.

Su único propósito es producir reacciones inmediatas: atención, estupor, escándalo, aplausos, críticas. Silvio Waisbord.

Por otro lado, el autor argentino dijo que el troll exitoso agita emociones: «Por más que tenga ínfulas intelectuales, no juegan de analistas finos y reflexivos sobre cómo bajar la inflación o generar empleos. Esto difícilmente atraiga multitudes digitales. En cambio, el troll puede lograr enormes audiencias y generar clics con otros artilugios retóricos. Provocar, degradar, gritar, revolear insultos, usar lenguaje deshumanizante, revestido con todos de humor y sátira».

«Los trolls son herederos del griterío y las ofensas de los programas de paneles televisivos, con una pretensión de inteligencia y certeza ideológica. De tener la razón frente a la gilada (disparate). De hacerla enojar socarronamente, mostrando que ya no se puede hacer un chiste. De torear a quienes no toleran la incorrección política y piden la cancelación. Su único propósito es producir reacciones inmediatas: atención, estupor, escándalo, aplausos, críticas», añadió Waisbord.

Sin embargo, aclaró el autor argentino, a pesar de que trolear sea inmensamente popular, gobernar no es trolear. Insultar, amenazar o deshumanizar pueden cosechar atención y clics, incluso puede ayudar a prevalecer en una elección política. Gobernar, sin embargo, demanda diferentes prácticas comunicativas —negociar, persuadir, presionar, componer, acceder, empatizar, sumar voluntades.

«Aquí radica la ambigüedad de la cultura troll para la democracia. Es libertaria-democrática en tanto significa expresión sin barreras, sin guardarrieles normativos —todo vale, nadie debería censurar. Encaja con la visión del mismo Hayek, para quien nadie tiene el monopolio de la verdad y que los hechos deben competir en el mercado libre de ideas. El problema es que el troll no tiene interés por la verdad o dialogar con otros. Su único propósito es menospreciar u agredir, ganar las pequeñas y olvidables batallas de X/Twitter y cosechar “me gusta” y pulgares en alto», precisó Waisbord.

Para finalizar el comunicólogo argentino recordó que la democracia precisa dialogar y acordar entre intereses diferentes, más que tirar injurias o sentirse satisfecho por provocar a otros en internet. «Con su autoconvencimiento de tener ideas perfectas y su sentimiento de superioridad, el trollismo no solamente es antagónico a la búsqueda de la verdad. Es un estilo comunicacional que choca con las necesidades de gobernar, especialmente un país polarizado, que urgentemente precisa negociaciones y acuerdos básicos», sentenció.

* Catedrático universitario y periodista

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