Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

La misión como defensor y promotor de derechos humanos

Rosa Anaya *

Noviembre 4, 2022

Mi historia de vida está muy ligada a la defensa de los derechos humanos por mi padre Herbert Anaya quien dijo en su testimonio de tortura “la agonía de no trabajar por la justicia es más fuerte que la posibilidad cierta de mi muerte, esto último no es más que un instante lo otro constituye la totalidad de mi vida” y por mi madre Mirna Perla quien en misa de cuerpo presente de mi papi le dijo a los asesinos que los perdonaba, pero que seguiría exigiendo justicia incansablemente y créanme que lo ha cumplido… así que con semejantes titanes, pues alguito se le pega a una.

Pero sobre todo está ligado a un proceso de desarrollo de una vida entre guerra y lucha con sus consecuencias, cada tragedia vino acompañada de aprendizajes que sirvieron de combustible para no darnos por vencidos, para cada uno de mis hermanos y hermanas la experiencia ha sido diferente pero la convicción de lucha es la misma… hasta llegar a estos días de pandemia en que hemos aprendido a reír con los ojos y espantar al ladrón con una tosecita. 

Fíjense que curioso, a veces hablamos de la guerra como si nuestra labor como defensor@s por los derechos humanos haya terminado y a veces en este torbellino de violencia interminable seguimos preguntándonos cuál es nuestro rol en la actualidad.
Creo que si queremos construir una sociedad diferente debemos entender que los derechos humanos no son negociables, tanto como los delitos no se pueden andar amnistiando…

¡Ah! pero es que las amnistías son “necesarias” dicen algunos, argumentando que hay que avanzar y no revolcarnos en el pasado. Bueno, tranquilos. Para no caer en el extremismo, voy a decirlo así… que no es posible hablar de perdonar nada, sin que exista un proceso de evidenciar el delito, de nombrar al agresor, de que este reconozca a su víctima, que el agresor se reconozca a sí mismo, que la víctima exprese su dolor, para que sea ese descubrir lo que nos guíe en el mejor camino a la reparación, resarcir daños requiere que nos escuchemos mutuamente, darnos oportunidad de sanar y redimirse, a veces en nuestro rol de víctimas y a veces en nuestro rol de opresores… ¡oh sí! escucharon bien, aquí el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, ojala que en ese proceso se nos permita construir algo nuevo, hago notar que el olvido ni siquiera es materia de discusión en este asunto. 

Esto lo haremos con la esperanza de aportar y contribuir a una estructura social en base del amor y la justicia (no de manera romántica), no en base de la impunidad y la corrupción, donde cosas como la amnistía o manos duras solo reproducen la injusticia, alimenta la venganza, protege al agresor y mastica a las víctimas para escupirnos por el trasero del mundo, condenándonos a todos al eterno ciclo de la violencia, donde el agresor obtiene la primera página o un monumento y los que queremos construir la paz nos convertimos irónicamente en “amantes del terrorismo” al demandar el respeto de los Derechos Humanos, donde aquel que en su momento fue víctima de la violencia estructural, se convierte en el victimario más sangriento, porque así lo dicta este sistema macabro que hemos creado, por acción u omisión. 

Ni víctima, ni victimario, ni transeúnte casual estamos exentos de ser “reparados”, de ser parte de un proceso de salud mental integral que sane las heridas y promueva relaciones de paz.
O díganme ustedes, sí parece lógico que alguien que fue programado o criado para torturar y matar con saña, pueda por decreto olvidarse del daño que ha hecho y en el mejor de los casos cargar con el arrepentimiento. O que una víctima de crímenes atroces, así por así se va a olvidar del trauma y daño causado, solo porque una amnistía o el silencio impuesto por el miedo le dice que todo “ya pasó” y hay que ver hacia el futuro.

¡No, verdad!

Pero eso fue exactamente lo que hicimos después de la guerra, ahora nos invade la impotencia de no encontrar respuesta al “muertómetro” del día, que en los últimos días se dice ha bajado y por eso ya tenemos un falso control territorial, pero en las comunidades si se sabe muy bien a quién pedir permiso para existir… muchos de nosotros, no lo van a negar… díganme si ante la angustia de las comunidades y el horror de la atrocidad en los delitos actuales (que no tienen nada que envidiar a los cometidos durante la guerra civil), no hemos pensado más de alguna vez “muerto el perro, se acabó la rabia”, digno pensamiento de cualquier dictador que se sacude a “los que son el problema” … póngale a “esos problemas” la etiqueta que prefiera (comunista, alienados, imperialistas, negros, indios, pobres, pandilleros, etc.).

¡Ah! Pero si uno levanta la voz para proponer alternativas integrales, protestar contra estados de excepción, medidas extraordinarias o tratos inhumanos en los penales por ejemplo, te sacan a los muertos, la renta, la delincuencia y en coro te dicen “a ver tú, defensor de delincuentes, ¿Qué dices ahora?” Estas son las primeras frases que se vienen a la mente, en un momento en el que todos y todas nos sentimos desnudos ante la violencia, ante la represión, de repente se nos pierde esa convicción de saber que siendo el problema tan complejo, debemos buscar soluciones sencillas pero integrales. No nos perdamos, esto es una cuestión de derechos, no se trata de privilegios, no se nos olvide que aquí o se nos incluye en una discusión franca y damos voz a quienes viven y sufren el problema o nunca vamos a salir de este pantano.

Como decía antes, fíjense bien, ni víctima, ni victimario, ni transeúnte casual estamos exentos de ser “reparados” y convertirnos en “reparadores” pero todos deben ser incluidos como parte integral de estos procesos para empezar a resarcir daños.

Esto es lo que NO hicimos en el pasado, pero evidentemente no aprendimos la lección y como la memoria histórica la tenemos medio atrofiada por fanatismos, en este debate estéril no encontraremos consuelo ante la atrocidad, así como no encuentran consuelo tantas familias salvadoreñas día a día que deben enterrar a sus muertos, a sus bebés, a sus muchachos, a sus abuelas, a sus hijas, esposas, amigos, amantes, vecinas, es que bien dijo por ahí el poeta, que “no entiendo cómo a este país tan chiquito le caben tantos muertos”.

¿Y quién es el enemigo ahora? ¿Los comunistas? ¿Los fascistas? ¿El imperio? ¿los políticos? ¿Los del gobierno? A quien echarle la culpa… hermanos, hermanas… pero si ese pandillero (el que mató y el que mataron) era su hijo, su nieto, su vecino, su amigo, un compatriota si quiere, al fin de cuentas es el producto de este pueblo indignado históricamente por la impunidad y que desde esa experiencia desafortunadamente hemos aprendido a resolver las desigualdades y las injusticias con venganza…

Entonces, ahora la discusión se desata alrededor de cuál es nuestro rol, cuál es entonces el papel que debemos jugar en esta nueva lucha, donde las contradicciones imperan: al lado siempre de las víctimas indudablemente, pero redefinamos “víctimas”. Es tiempo de reflexionar ¿si continuamos como defensores y promotores de la justicia en esta causa que para muchos es una causa perdida? o ¿nos unimos a las voces que plantean pura represión, estados de excepción o medidas extraordinarias? Y que muchos piensan “sí ya sabemos que esas medidas si resuelven las cosas”.

¿Cultura de paz en centros penales? Esto es causa perdida podrán pensar ustedes, pero causa perdida fue en su momento la que luchó Herbert Anaya. La causa perdida fue la de Romero, los jesuitas y tantos más… ¿será que entregaron su vida en vano?… creo que estamos de acuerdo en decir un rotundo no. Las luchas que llevaron a los Acuerdos de Paz puede que hayan sido insuficientes para resolver los problemas de raíz, pero no se puede negar que han contribuido a que tengamos la posibilidad de seguir caminando hacia la utopía de un mundo diferente… o sea que el camino por recorrer es largo aún.

Insisto. No podemos olvidar jamás que los derechos humanos no son negociables, tanto como los delitos no se pueden amnistiar… no podemos olvidar el camino recorrido, en honor a la verdad, pues es la verdad semilla de la justicia.

Fácil se oye, pero hacerlo involucra a más que los que estamos presentes, se requiere que muchos soñemos la misma utopía, que varios lloremos el mismo dolor y que hasta compartamos nuevos parámetros generales del humor y la risa, ¡sí, señores! hasta lo que es gracioso debemos transformar, por ejemplo, quien se ríe de un chiste sexista o racista es tan culpable como el que lo cuenta.

No sé si ustedes han leído la saga de Juego de Tronos (me confieso medio fan) ahí cada dos páginas matan a alguien. Si pusiera una viñeta por cada muerte el grosor de los libros se triplicaría… menos mal que es solo ficción… pero qué tan diferente sería si en vez de esos libros, lo que etiquetamos fuera el diario de hoy, la prensa gráfica, la página, el mundo, contrapunto, el faro… a veces en mi país ya no logramos distinguir entre ficción y realidad.
Muy pocos se indignan, menos si el muerto es uno de los “malos”, ni me meto a la discusión de cambiar de raíz esa realidad, nos conformamos con… miren, ya ni sé con qué nos conformamos. 

De verdad que no somos normales: “bebé de 6 meses muerto por bala”, “niño de 4 años muerto por bala”, “niña 6 años herida en tiroteo”, “muerte a tía frente a su sobrina de 5 años”, “niña de 12 años asesinada por vecino por estar bajando pitos de un palo”… ¿Qué nos pasa? ¿Quién puede seguir justificando que esto está bien?… cómo se justifican a sí mismos antes de ir a dormir cometer semejantes barbaries.

Me reprimen. Por eso mato… no es excusa

Fui maltratado. Por eso mato… no es excusa

Fui marginado. Por eso mato… no es excusa

Ellos son animales. Por eso mato… no es excusa

Mataron a mi hijo. Por eso mato… no es excusa

No sé qué hacer con los malos. Por eso mato… no es excusa

Mataron a mi carnal. Por eso mato… no es excusa

Eso se llama justificar la venganza, es nuestro pobre intento por justificar hacer a otros el mismo daño que nos hicieron, se llama negarse a sí mismos el convertirse en lo que más se odia… Ahora tú eres el asesino, el opresor, el victimario -igual que “ellos”- para cuando vienes a reaccionar, comprendes que el dolor sigue ahí y que ahora tú lo has multiplicado.
El peso de las consecuencias es lo que debe sentir la víctima, el victimario y todo transeúnte casual para poder empezar a repararnos y reparar… es hacernos responsable de nuestras acciones y pagar lo que nos corresponda, recoger la cosecha pues, del bien o del mal que sembramos. Esta causa es más grande que nuestra vida, es la herencia de las nuevas generaciones.

Los derechos humanos no se pueden negociar, ni los delitos se pueden amnistiar, pero las personas si podemos reparar relaciones de injusticia perpetradas por un sistema perverso que empuja siempre al pobre a matarse entre hermanos y hermanas. 

A veces cuando estamos tan mareados y confundidos como en este tiempo por el caos, lo que hay que hacer es parar y respirar, cambiar de enfoque para tener una perspectiva diferente… abrir caminos que nos saquen de esta espiral de violencia añeja. Promover los derechos humanos para mí significa humanizar a quienes en su momento pueden ser llamados “el enemigo”.

Permítanme cerrar con este pensamiento. Este lo escribí el sábado 6 de diciembre de 2003, cuando inauguraron el monumento a las víctimas civiles de la guerra.  Dieron velas y rosas para poder llegar a dejar al pie del mural a donde estaba tú muerto o desaparecido. (Muchas familias víctimas de la violencia actual ni siquiera tienen este recurso).

Mural de nombres, todos fantasmas, perdidos en los recuerdos, perdidos en el dolor… 

buscando el nombre de un muerto encontré su último suspiro, e hice silencio, escuché entonces que no era el muro el que suspiraba, éramos los vivos que con una vela en la oscuridad del sufrimiento buscamos un ser humano incrustado en una piedra negra de mármol frío, 

¡hay mi niña! Que ingenuos nuestros corazones, ironías de la vida, encontré alegría en un lugar en el que solo hay dolor… 

los muertos no lloran ni sienten, pero traicionan nuestras debilidades… 

que paz sentí hermana, reconocer que no solo fueron fantasmas, inventos de nuestros corazones en el purgatorio de la guerra, estaban ahí todos los 80 mil muertos-desaparecidos: niños, niñas, mujeres, hombres, seres humanos, 

¡estaban ahí! yo los vi, exigiendo atención con tal presencia que era imposible ignorarlos, 

y en medio del dolor se sintió feliz mi alma, porque no hay muerto que no viva en el corazón… 

lastimosamente si hay vivos que vivimos muriendo, porque la razón que nos mueve es el rencor y la venganza, somos simples mercaderes de dolor… 

pero aprendí de la historia a perdonar, los pobres de sueños, en aquel oscuro penal, me dieron el elixir para decir ¡basta! a este ciclo vicioso que nos reclama venganza y violencia… 

los he revivido a todos, ¡vieja! a todos. 

Los muertos no reclaman sangre, reclaman la vida que les arrebataron, pero nadie les puede devolver, “no te manches de sangre en mi nombre, porque el enemigo también tiene amigos, también tiene madre, también tiene hijos, también tiene vida”. así repetían los muertos de piedra gritando al silencio, ese que escuchan solo los que ensordecen ante la impunidad… justicia si… pero olvido ¡jamás!

Quiero agradecer por este reconocimiento y ser una de las 15 ganadoras a nivel mundial del Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos y del Estado de Derecho, que desde el año 2016 vienen entregando Francia y Alemania para acompañar a quienes dan la batalla por un mundo diferente, créanme que visibilizar estas luchas ayuda a caminar… pero en realidad quiero hacer honor a quienes por años (décadas) han estado en la primera fila de Defensa de los Derechos Humanos en este país, no podría nombrarlos a todos y a todas pero entregan su vida cada día con humildad y pasión, solo que no han tenido a una amiga observadora como Beatriz quien me nominó -Gracias-, les digo sinceramente que mis humildes esfuerzos por la paz, sólo pueden verse ahora, porque los cargan los hombros cansados de tantas otras personas heroicas, algunas ya retornaron a la madre tierra y otras siguen luchando incansables, algunas de estas personas están tan cerca que los tiene frente a ustedes… honor a quien honor merece y mis respetos van a quienes desde su propia trinchera tienen una vida entera de luchar por la paz. Cuando crezca quiero ser como ustedes.

* Aspirante a artesana por la paz. Discurso ofrecido durante la entrega del Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos Antonio Nariño que reconoce a nivel nacional e internacional actividades, así como proyectos con enfoque sobre la divulgación, promoción, defensa y protección efectivas de los Derechos Humanos, en el espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948

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