Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

Octubre otra vez

Rosa Anaya*

Noviembre 18, 2022

Octubre otra vez. Parece siempre un mes perfecto para enterrar a tus muertos, agradecerles por su acto de entrega y salvarnos la vida a los “vivos”, realmente un ciclo interminable desde que patentaron la idea en una crucifixión…

Qué sería de los que quedamos en el camino de la vida si no tuviéramos ejemplos… tan imposibles de ignorar, ejemplos que no te permiten olvidar la enorme capacidad de amar de los seres humanos, por sobre la abrumante capacidad de destrucción y olvido, por sobre la sed de venganza, un acto tan valiente, tan de ovarios, como lo es el perdón.  

En el marco del día del activista de derechos humanos quiero recordar nombres, de esos que por alguna razón parecen ser algo sólido, más que solo palabras. 

Cuantos trillones de vidas han pasado por el planeta, es abrumante pensarlo, pero es que hay nombres… colibrí, Raúl, Gandhi, cielo, Mirna, agua, Anastasio, Margarita, Ceiba, Nezahualpilli, Maíz, 1932, El Mozote, Herbert Anaya, vientre, Ernestina y Erlinda, lluvia… todos son vidas, todos son voces, todas historias… 

Pero sobre todo son ejemplos de estos que quedan sonando en las mentes colectivas como gotas de agua que siguen cayendo…. a veces intermitentes, a veces por flujos incontenibles, es ahí cuando las lágrimas no pueden contener al frágil cuerpo de los seres humanos.

Recuerdan ese 26 de octubre de 1987. Una de esas gotas que por 35 años viene cayendo incontenible haciendo hueco en el corazón… Ahí está Herbert todavía con su nombre, está en su ataúd bien vestido y maquillado, sin su habitual sonrisa, solo pensando, solo sintiendo, solo observando y escuchando con la paciencia de los muertos… miles de personas en Catedral metropolitana, un acto ecuménico en sí mismo, en honor al que no tuvo más religión que la de creer en la lucha por la defensa de los derechos humanos. 

Hoy, Herbert no tiene rostro, su expresión va cambiando en el reflejo del vidrio de su ataúd, se vuelve anciana sin dientes, se vuelve niño con lágrimas, se torna pálido color de viuda, se mira barbudo revolución, refleja la cara de poeta frustrado, preso político, rostro de desvelo, cara de protesta callada, frustración, respeto, admiración, rencor, pasión, llanto, es un hombre, es un viejo, es un niño, es ese humano asesinado, muerto sin juicio, acompañado de vivos fantasmas de culpa… Un nombre de tantos nombres.

Qué hacer con ese nombre sin cuerpo, de rostro indefinido… en el sordo estallido de las balas escucho unos gritos… ¡Juicio y castigo!, dicen algunos…  ¡Perdón y olvido!, repiten otros… 

Quiero compartir una historia del África, esta historia la escuché en una de esas películas que ves de puro entretenimiento, sin embargo, encontré en esta particular historia algo que me hizo reflexionar en la famosa palabra aquella que por estos lados suena bastante hueca… ¡Justicia! 

Dicen que la nación de los Ku cree que para acabar con el sufrimiento hay que salvar una vida… Si alguien es asesinado, el año de luto termina con un ritual que se llama “el hombre ahogado”.

Hay una fiesta al lado del agua: al amanecer el asesino es puesto en un barco, se lo llevan al agua y lo tiran, él está atado para que no pueda nadar. La familia de la víctima tiene que tomar una decisión, pueden dejarlo ahogarse o nadar y salvarlo, aquella nación cree que si la familia deja que el asesino se ahogue tendrían justicia, pero sin restauración, por lo que pasarán toda la vida de luto. Pero si deciden salvarlo, habrán detenido la maldición de la venganza que convierte a la víctima en asesino y al honrado en verdugo. Ese acto en sí mismo será el bálsamo que inicia su sanación. 

Perdón y olvido se repiten interminablemente, y yo sigo gritando incansablemente… perdón sí, pero olvido jamás… 

Tanto que yo escucho hablar de las bases sobre las que hay que construir un país en democracia, nos aleccionan sobre el Estado de Derecho, hasta se atreven hablarnos sobre los derechos humanos, sobre lo que debe ser la justicia… como si fuesen estas mercancías que se dan y se quitan a discreción o al mejor postor. Y me pregunto ¿qué significan estas palabras? Más allá de una definición académica. 

Hay quienes convenientemente prefieren olvidar que un estado de derecho no existe sin justicia, que un estado de derecho no puede ser construido sobre huesos podridos, no puede ser consolidado cuando de la balanza de la justicia salvadoreña caen gotas de sangre que siguen fluyendo de las heridas frescas de los muertos y torturados. 

Cuando digo frescas, es porque hoy se siguen cometiendo asesinatos y ni siquiera los contamos, hay desaparecidos dos veces (cuando se llevan su cuerpo y cuando se niega su desaparición) y hay muchos torturados fuera y dentro de las cárceles en nuestro país, sin que haya quienes se indignen por esto… ya que nos han enseñado y hemos aprendido, a diferenciar a aquellos que se merecen tener derechos humanos (los que están de “mi lado”) y quienes no lo merecen (los que son “mi enemigo”). 

Ayer y ahora el drama de las víctimas que a diario sufren de la delincuencia, se utiliza como el velo para seguir tapando el pecado de origen. Ayer y ahora, el del poder tira la piedra, esconde la mano y grita ¡culpable! Agitando al inocente justiciero y los moralistas de conveniencia para que apedreen a sus hermanos, mientras el poder observa el espectáculo y reparte pan a la muchedumbre enardecida. Acicale al culpable con el vestido del ciclo histórico que corresponda, al final, es lo mismo: vulnerado contra vulnerado, porque no sabe vestir sus derechos y demandar del poder la dignidad vendida por espejitos.

Hoy estoy aquí a la orilla del agua, en otro aniversario, por tantos años, estoy nadando otra vez para salvar al asesino, quiero decirle que le perdono… pero como cada año he tenido que salir mojada y en mis redes de justicia sólo una ley de amnistía con sabor a impunidad, cuántas de las víctimas de la violencia actual, están a la orilla del río tomando su decisión, pero para las pocas que nadan lo único que logran pescar es una ley que controla con firmeza la mano dura y que tiene un gran sabor a venganza, cuantos victimarios están esperando ser salvados sin que nadie se atreva hacerlo porque nos agarra ese puño de hierro que con el miedo nos tapa la boca, nos estruja el intestino y no nos permite exigir: ¡Basta ya! A esta violencia cuya causa principal, su raíz está en la injusticia estructural, la misma que mató a Herbert, a monseñor Romero, Marianela, Febe, Anastasio, a mi sangre pipil y todos los nombres sin cuerpo que ningún muro en el mundo podría sostener. 

Hoy estamos aquí en esta fiesta a la orilla del río, cada uno, con su muerto a cuestas, y yo digo: ¡perdón! Pero para poder perdonar tengo que saber a quién. Por ejemplo, la madre de Ernestina y Erlinda Serrano murió a la orilla del lago esperando una respuesta. 

Cuántas víctimas han muerto esperando ser reconocidos, cuántos de ustedes están a la orilla del mar tomando una decisión, cada uno pensando si nadar o alimentar la venganza…

¡Venganza! gritan muchos, a veces demasiados, la venganza es una forma muy cobarde de lidiar con el dolor, la venganza no es más que el alimento de las guerras, un banquete para el odio y la violencia; pero, sobre todo, un postre delicioso para el miedo que nos mantiene callados ante la verdad, ante la lucha por la auténtica defensa de los derechos humanos… La venganza no sana las heridas, no puede revivir a los muertos. Pero el perdón tampoco revive a los muertos…

¿Qué hacemos entonces con el dolor? ¿Cómo le pides a un guerrillero y a un soldado que olvide a sus muertos por decreto legislativo? ¿Cómo le borras a las víctimas, la mancha indeleble que dejó tu odio en su cuerpo y el trauma tatuado en su cerebro? ¿Cómo le pides a las pandillas no matar, no robar, no existir, si son el mejor reflejo de la sociedad que has creado por acción u omisión? ¿Cómo pretendés apagar el fuego con fuego? ¿Cómo le explicás a tus hijos que a su padre lo mató la bala de la indiferencia colectiva? ¿Cómo le explicás a la historia no haber luchado por los derechos humanos a causa del miedo? ¿Cómo das cuenta a tus muertos por no buscar la verdad?

Dicen que la voz humana, aunque sea un susurro se escuchará por sobre el estruendo de los ejércitos siempre y cuando diga la verdad. Los muertos no reclaman sangre, reclaman la vida que les arrebataron, pero nadie les puede devolver, “no te manches tus manos de sangre en mi nombre, porque el enemigo también tiene amigos, también tiene madre, también tiene hijos, también tiene vida…”.  

Cada uno justifica su forma de ejercer venganza por miedo a enfrentarse al espejo. Mientras sigamos confundiendo venganza con justicia, no saldremos de este ciclo vicioso que demanda sacrificios humanos al dios de la guerra, a veces de un lado, a veces del otro. A la familia del “daño colateral” le duele igual si a su ser querido se lo lleva el tatuaje o el uniforme, el asesinato no tiene sentido independientemente del verdugo o de su justificación. 

Borrar de la faz de la tierra hasta la tumba del asesino para ser olvidado por la historia, no sana a las víctimas, les crea una falsa experiencia de lo que es justo porque la venganza ha sido servida. 

No es posible hablar de perdonar nada, sin que exista un debido proceso en el que se evidencia el delito, en el que se nombra al agresor directo, de que este reconozca a su víctima, que el agresor se reconozca a sí mismo, que la víctima exprese su dolor, para que sea ese descubrir lo que nos guíe en el mejor camino a la reparación, resarcir daños requiere que nos escuchemos mutuamente, darnos oportunidad de sanar y redimirse, a veces en nuestro rol de víctimas y a veces en nuestro rol de opresores… ¡Oh, sí! Escucharon bien. Aquí el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, ojala que en ese proceso se nos permita construir algo nuevo, hago notar que el olvido ni siquiera es materia de discusión en este asunto.

Este día, entre tanto regocijo que viene en forma de excepción, ésta que no fue producto de una transformación, por tanto, lo más seguro es que será pasajera, de verdad quiero que me perdonen aquellos que siguen muriendo por esta, nuestra momentánea y falsa felicidad.

* Abogada y aspirante a artesana por la paz

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