Letras

Ilustración: Luis Galdámez

Ingrid Umaña

(Santa Tecla, El Salvador, 10 de abril de 1977). Ingeniera en Sistemas, poeta, paracaidista deportiva, artista marcial e instructora de Matemática y Física. Vivió su infancia y adolescencia en el campo junto a sus abuelos en la hacienda Los Lagartos, San Julián, Sonsonate. Es hija de Mirian Raquel Magaña Ochoa, maestra y de Hilario Umaña, comerciante ya fallecido. Desde temprana edad mostró especial interés por las ciencias exactas, los deportes de riesgo y las artes. Perteneció al taller de poesía de La Casa del Escritor bajo la orientación de Rafael Menjívar Ochoa (1959-2011). Junto a otras poetas, representó a los jóvenes de su taller, en el VIII Encuentro Internacional de Poetas 2009. En 2011 donó un riñón a su única hermana. Parte de su obra ha sido publicada en periódicos, revistas y boletines literarios y en las antologías siguientes:

Poeta soy. Poesía de mujeres salvadoreñas, Biblioteca Básica Escolar Ministerio de Educación de El Salvador, vol. 11, San Salvador, 2018.

Las muchachas de la última fila. Índice general de poetas salvadoreñas (1848-1995), de Vladimir Amaya (Seugma Editores, San Salvador, 2017.

La muerte desde el cielo: la historia de los paracaidistas salvadoreños 1962-2012, Tomo II, de Herard Von Santos, Editorial CEM, San Salvador, 2016

Torre de Babel: antología de la poesía joven salvadoreña de antaño, Volumen XIII Los quiméricos fucsia, de Vladimir Amaya (Editorial EquiZZero, Soyapango, 2015,

Segundo índice antológico de la poesía salvadoreña, de Vladimir Amaya, Índole Editores/Editorial Kalina, San Salvador, 2014.

Memorias de la casa. 25 poetas, de Mario Zetino, Índole Editores San Salvador/Fundación Claribel Alegría, San Salvador, 2011.

Marzo 24, 2023

Padre

Primera ceniza

Una lluvia de flores líquidas se desprende desde la estrella de la tarde,

baña un jardín de epitafios que se extiende como plumas en el pecho de los pájaros.

Busco una pequeña pluma. Busco tu tumba.

Dicen que fue labrada en rocas de la luna más triste,

que la cruz tiene una virgen que te sostiene los brazos.

El tiempo ya no pudo impedir el galope de mi sangre,

que incansable te busca entre los lirios negros del cementerio.

 

El corazón insiste a gritos que ésta es la cruz que atraviesa tus pies.

Mis venas insisten en que esta es la lápida que cobija tu sonrisa destrozada por el tiempo.

Escúchame,

quiero interrumpir el sueño de tu cripta,

que emerjas desde el velo de los justos

y vengas a consolar mi profunda tristeza.

La brisa del mar de Oriente,

me empuja la mirada hasta ti.

Hermana

Primera pluma

He venido a buscarte,

no llores más.

No temas al grito de la muerte,

solo quiso vernos caer.

Abrígate con esta armadura,

la forjé con las escamas del querubín que murió ayer.

Te llevaré a la espalda si ya no puedes caminar.

Mi paso es fuerte y no importa que tu coraza pese,

te protegerá del dios de la sed,

nos protegerá del dios que destroza tu luz.

El tiempo tiene límites de acero,

es hora de salir del infierno.

Te sacaré del calabozo de agujas,

su muro se romperá en tumbas de papel,

el ojo del desierto está por olvidar su última ceniza,

porque el pájaro de fuego

te prometió una lágrima que cura.

Vamos, solo falta una herida,

el hombre de ciencia dijo

que el muro caerá

cuando una de mis entrañas viva en ti.

Mi costado está listo para ungirte,

para abrirse

y que nazcas adulta.

El mar de gladiolas nos espera,

la muerte te pedirá perdón,

será tu amiga esta tarde

y devolverá tu agua,

tus libros,

tus venas

y la más larga primavera.

Hija

Primera lápida

Te hablé de mi hija, tu hija.

De su garganta donde se atravesó un cuchillo,

el cuchillo de la mano de Dios,

que la enfermó de huida

y me dejó sin ella.

Ahora en mi vientre hay un fantasma,

que como ave moribunda

revolotea entre mi sangre.

Le grito y no me escucha,

porque la muerte le besó la frente

y no hay tumba donde reposen sus huesos

ni Lázaros que regresen

ni dioses que me escuchen.

Sin consuelo soltó mi mano,

se derritió desde mi carne,

se deslizó de su cuna

y se fue,

la niña de cejas tristes se fue

y se llevó mi fe.

Segunda lápida

Esta noche camino entre lápidas,

visto de luto las nubes que cantaban sobre el mar,

visto de polvo los recuerdos

que aún vibran en mi sangre.

Yo, que soy de la casta de los tigres que vuelan,

yo que empuño espadas y estrellas,

yo que hasta hoy no perdí guerras,

esta noche no pude salvarte.

Y ya no me preguntes por qué grito,

grito porque me quiebro,

grito porque te fuiste.

No dejo de morder las paredes con mis pestañas mojadas

y quisiera ser dios

para romper el sueño de las tumbas

y regresar el latido del tiempo

como quien dobla un papel

y darte diez mil vidas que rujan

y vestirte una armadura de plumas

y que la muerte se enferme de muerte

si se negara a hacerte volver.

Tercera Lápida

Hoy pienso en fantasmas y en seres ausentes

y concluyo resignada

que ya no hay motivos

que ya no hay cunas

para abrir mis párpados a la alborada.

Voló de mis huesos.

Sólo me dejó el eco de su llanto muerto en las entrañas,

una malva marchita en la ventana

y un lirio negro más sobre mi tumba.

No hay nada más que cresas entre estas orquídeas corroídas

que me negaron la sonrisa diáfana

que en mí se envolvía de azul.

Ahora me siento tan sola.

Tan sin padre, tan sin hija, tan sin dios, tan sin ti

Que hasta alucino con monstruosas mariposas

Que danzan perturbadas

Sobre esta letanía de flores marchitas

Y me llevan de la mano hasta el patíbulo

Donde espero poder cerrar los ojos a esta cegadora soledad

Y rendirme ante el sol,

Ya sin hija, ya sin ti, ya sin alas.

Otoño

Las hojas secas caen y caen de las pupilas del otoño

sin esperanza van hacia la muerte.

Rompo con el rostro la tierra y la lápida

y me levanto del sepulcro.

Nada más me reciben las caricias del viento

y la madera vieja de mi nombre.

La confusión se mezcla entre el aroma de las ramas de laurel,

la nostalgia domina este paisaje color mandarina

y regreso con el primer beso de otoño,

con la tarde quebrada y el vientre oxidado.

Regreso de la muerte

Mientras las hojas van hacia el olvido.

Los restos de mi cabello

son arrancados por el color del tiempo.

Se alejan de mí los ayeres

entrelazados a las venas pálidas

de esa hojarasca que navega al viento.

Y las hojas secas siguen y siguen cayendo

y lo seguirán haciendo,

año tras año,

viento tras viento

hasta que ya no haya más días de otoño,

hasta que ya no haya más días de muerte.

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