Letras

Ilustración: Luis Galdámez

Ario E. Salazar

(Chalchuapa, Santa Ana,). Cultiva los géneros del cuento, el ensayo, la poesía y la traducción literaria. Es autor de los libros de poesía Ariodicciones (Washington D.C. Editorial Horizonte 21, 1997), El amor de los padres y otros poemas (Seattle, Editorial Ala de Colibrí, 2014) y La estación ilímite (El Salvador, colección Maremounstrum de ⱻA Ediciones, 2022). 

Sus poemas han aparecido en las siguientes antologías: “Quien toca este libro, toca a un hombre,” Washington D.C./República Dominicana, 2019; “Las Voces del Vino,” Nueva York, 2017, y en la antología de poesía indigenista “Tzuntekwani – Cabeza de Jaguar,” editado por la Secretaría Nacional de Arte y Cultura del FMLN en 2016, San Salvador, El Salvador. 

Cada año participa en las actividades del mes de la Poesía que organiza la Academy of American Poets en todo el país. Ha participado en numerosos festivales de poesía y ha sido invitado en dos ocasiones por la Biblioteca del Congreso de los EE. UU. a dar recitales con motivo de las celebraciones del mes de la Hispanidad, así como en torno a las obras y figuras de Cervantes (2005 – IV Centenario de la aparición del Quijote) y Walt Whitman (2019 – Bicentenario del nacimiento del poeta).

Febrero 24, 2023

Chalchuapa II

Ahí está la pirámide:

impertérrita en su acento

llena de pasos fluviales

en descarada rebeldía

contra las aldabas del cielo.

Imperturbable

ante los lábaros

de la peste

ese cono verdigris

concédele solemnidad

a cada frágil generación

que la mira con menosprecio

sin sospechar nada de su calidad

de primera región del mundo.

“Ojos fugaces” dice la pirámide,

“destinados al destino

de la carne sin memoria.”

Seguridad de la tierra

Desde que me diste fuerzas

he querido con un ojo manso

despeinarle los presagios a la luna.

Celeste y pasando como un trino

bajo el vendaval o sobre el lodo de los días

no he sido más que levedad y espuma

vacío vaso que llenaste

de claridad y estrellas

al bies de la noche brusca.

 

Niña feliz y nutricia

que atraviesa fronteras

que transgrede solsticios conmigo

dondequiera que voy. 

 

En el codiciado estrépito

de las almas que se baten por la vida

no me asusta el mar de la nada

del que hemos salido. 

Puedo entra en él

libre y saciado

amarrado al recuerdo

de tus ojos y tus manos.

Mediodía en el umbral

A veces cuando no tengo nada

en qué pensar, me aflijo y no duermo. 

Me da por entrar a ratoneras

preguntando ¿quién es éste

que levita desnudo

sobre el lago de su propio espejo?

¿Qué desierto abarca ese abismo?

¿Qué será lo que se nos nubla a veces:

la visión, las nostalgias, el reflejo?

¿Qué es lo viciado en estos casos: 

la carne, el espíritu, los tuétanos?

¿Por qué cualquier verso nos hinca

ante la necedad de no querer reconciliar

pasado con vísceras? 

¿De dónde surtirá este veneno endógeno

este carburo eufónico que me exige

controlar el piélago y la nube?

He visto en mi mente

la imagen de un pingüino 

plantado a media selva

agónico, peludo, desconcertado.

Panegírico del compañero

Cebolla roja

de metales o de luna.

Desfile de cataclismos

que resuelve

desencadena

espuma púrpura

confiable nepente.

Aguja que sutura

los calcetines del mundo

con sus aladas renovaciones

Océano calcinado

sobre los siglos en que lo he visto.

Mistagogo que me anuncia

que buscar el arma

en las plegarias

no es cuestión de adolescencias. 

Marinero que da muestras

de haber cargado con los números

con la zumaya y con los muertos

sin dejar de vivir el mar desde sus adentros

moviendo el éxtasis sobre el ciclón de los años

que no reniegan de sí mismos ni se engañan.

Ataraxia

En la mente del niño el invierno

abrió su más elevada estructura:

Dos bloquecitos de madera

una columna coronada

por un cubito rojo de pulgada y media. 

 

En las hornillas de la hechiza cocina

entre trébedes y otras probetas

dos salamandras luchaban

por una supremacía sin parangones

ahí mismo, donde el niño elevaba

su más porfiada simetría. 

 

Envidia me causa ese niño

que se entrega en cuerpo y alma

a su zona de amplio gozo existencial

donde todo nace

donde todo vibra

                  palpita

                  reverdece

donde todo gravita

en torno a una necesidad

fundamental: soñar despierto, 

pensar y volar ignorando 

lo que remolcan los tiempos.

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