Letras

Ilustración: Luis Galdámez

Ana María Rodas

(Guatemala, 1937). Escritora, periodista, catedrática universitaria. Premio Nacional de Literatura. Autora de libros como Poemas de la izquierda erótica, Esta desnuda playa, Cuatro esquinas del juego de una muñeca, La insurrección de Mariana y El fin de los mitos y lo sueños, por el que recibió una mención de honor el Juegos Florales Hispanoamericano de Quetzaltenango.

Diciembre 2, 2022

Sábado con lluvia*

Ya se sabe, se van los calores de abril y empiezan estas malditas lluvias. Ir a trabajar se vuelve un tormento Andar con las herramientas pegadas al cuerpo. Los jardines se vuelven unos charcos inmundos. 

–Buenos días –me dijo el guardia en la garita mientras me dejaba entrar.

–Buenos –le contesté, sin muchas ganas. 

–No se vaya, no se vaya –me atajó.

Lo mire como se ve a un loco. ¿Para qué diablos quería hablarme? Con todo el trabajo que tenía que hacer. Don Roberto me había llamado como a eso de las diez de la noche y me dijo que llegara muy temprano. Ya eran más de las seis. Me iba a putear.

–Es que le tengo que decir que tenga mucho cuidado con don Roberto. Anoche andaba como perro con rabia. No sea que lo regañe, porque me dijo que le abriera pronto.

–¿Y me está entreteniendo?

Lo dejé hablando solo.

Don Roberto tenía la puerta a medio abrir y en cuanto entré me dijo: “Dejá esas tus babosadas en el suelo”.

La niñera pasó con dos criaturas que todavía estaban medio dormidas. Un carro negro y largo se parqueó frente a la casa y los tres se metieron en él. El carro arrancó. 

–¿Ya desayunaste? –me preguntó don Roberto. Y cuando me vio la cara se dio cuenta de que tenía hambre. 

–Andá a servirte a la cocina. Ahí tenés algo para comer porque este trabajo va a ser un poco largo. 

Al salir de la cocina vi que don Roberto venía bajando las escaleras y arrastraba una alfombra enrollada. 

–Ayudame a ponerla en el carro. Ahí está en el garaje. 

Metimos la alfombra, que pesaba mucho, en el baúl del carro y salimos hechos pistola.

Como a las tres horas estábamos a la orilla de un río muy grande y ¡zaz! echamos la alfombra al agua. 

–Ahora metete vos y la empujás hasta el centro, para que se la lleve la corriente –me dijo don Roberto. 

Ya estaba empapado por la lluvia así que meterme al río no me costó nada. Donde estábamos hacía calor. La alfombra se abrió y el cuerpo de una mujer se escurrió por la corriente, río abajo. 

De verás me asusté.

–¿Qué hago con esto? –pregunte mientras arrastraba la alfombra, que ya mojada pesaba un pijazo. 

–Metela al baúl. Y te callás la boca. Te voy a mandar a los Estados Unidos, que es lo que querés. Con todo y visa. Pero si hablás de esto, ya sabés, dos plomazos y se jodió todo. Vas a estar controlado. 

En el camino de regreso llovía. Fuerte. Yo pensaba que por una visa se hace cualquier cosa.

No siempre hay tanta suerte.

* Publicado originalmente en Lienzo de fuegos, Narrativa breve por la vida, cortesía de Parutz Editorial

©Derechos Reservados