Letras

Ilustración: Luis Galdámez

Carmen Reina

(Guatemala). Socióloga, defensora de derechos humanos y feminista.

Diciembre 2, 2022

Un niño curioso*

Esa noche me regañaron muy feo, yo no tuve la culpa. Estaba escondido detrás de la puerta de la cocina, esperando a que salieran mi mamá y las tías… así podía robar las nueces y las pasas que usan para adornar pasteles; entonces escuché un secreto. –No le digan nada a nadie –dijo mi mamá. Decidí averiguar lo que pasaba.

¡Qué pura lata el tío! –pensé– y salí corriendo al comedor. La tía Rosa estaba sentada con su bonito vestido rosa. Me escondí bajo la mesa y comencé a observar sus largas piernas, no encontré nada extraño, me atreví y con las manos la toqué. Mi tía saltó y gritó con todas sus fuerzas: –¡Patojo shuco, abusivo, pervertido! Salí despavorido a esconderme.

–¿Qué sucede? –dijo mi mamá.

–Este muchachito me manoseó toda –dijo mi tía. ¡Es un pervertido!

Todos los grandes salieron detrás de mí. Casi me alcanzan, pero me subí a ese árbol de manzanas en medio del patio. Nunca supe quien lo había plantado, siempre olía a bebé recién nacido. Cuando era tiempo de cosecha se llenaba de pelotitas comestibles, a mí me gustaban las que no eran porosas, las dulces. Subí lo más alto que pude para que no me alcanzaran. Mi madre me gritaba: –¡Bajate de ahí, muchachito travieso! ¡Vení a pedirle perdón a tu tía! Te voy a pegar en las manos.

Yo no entendía por qué me querían castigar. Me asusté tanto que casi me caigo. Me gritaban y gritaban… hasta que me cansé y les dije:

–Yo no hice nada malo, solo quería saber en dónde le había quemado la canilla mi tío a la tía Rosa. 

Todos hicieron silencio y se miraban sorprendidos. Abrieron los ojos grandes, la tía Rosa le dio una cachetada al tío José. Seguro le dolió la quemada –pensé–. Luego la tía se fue  llorando y el tío corrió detrás. Con un tono más tranquilo mi mamá me pidió que bajara: –¡Ah, patojo, por Dios! ¡Vení antes de que te caigas!

Todos los adultos entraron a la casa y quedaron en completo silencio. Despacito bajé del árbol. Mi mamá me dio un abrazo y me dijo: –¡sos curioso, m’hijito! 

Del susto me puse a llorar. Nunca pensé que fuera malo ver una canilla quemada, tampoco entendí por que debía ser un secreto familiar.

* Publicado originalmente en Lienzo de fuegos, Narrativa breve por la vida, cortesía de Parutz Editorial

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