Entrevista

Sául Amaya y Kirsten Laustsen en el estreno de la obra infantil “El Secreto de Tilly”, en La Galera Teatro. Foto: Luis Galdámez

Saul Amaya y Kirsten Laustsen: tradición, congruencia y vigencia del teatro salvadoreño

Saúl y Kirsten, forman una pareja que a lo largo de décadas se ha dedicado principalmente a las artes escénicas y a la pedagogía. Se conocieron en 1984 en Dinamarca y, en 1987, volvieron a El Salvador a hacer teatro. Se casaron en 1988. Sin embargo, en poco más de diez años, en 2000, decidieron regresar a Dinamarca, luego de batallar con un ambiente sociopolítico y cultural complejo y a veces hostil. El teatro, ha sido su herramienta para sensibilizar y para contribuir a la transformación social, pero no siempre han podido dedicarse a este oficio. Recientemente visitaron El Salvador, donde se reencontraron con el escenario, con añejas amistades del arte y del teatro, con su familia y, como cuando partieron, con las contrariedades de la actual situación del país.

Juan Carlos Sánchez *

Junio 30, 2023

Saúl Amaya es, sin duda alguna, un nombre, pero fundamentalmente es un hombre indisoluble con el teatro salvadoreño. Nació en febrero de 1954, en San Salvador, aunque vivió su infancia en el departamento de la Unión, al oriente del país. Su adolescencia transcurrió en el ahora extinto municipio de San Marcos, en San Salvador. Cuando apenas salía de su adolescencia tuvo la osadía de estudiar bachillerato en teatro en el Centro Nacional de Artes (CENAR), en aquellos años en los que subirse a un escenario, cantar en voz alta una canción de contenido social o simplemente portar un libro o un disco de Víctor Jara o de Violeta Parra, podían significar un acto de rebeldía que, frecuentemente, se pagaba con la cárcel, el exilio o la tumba. En el CENAR tuvo sus primeras presentaciones de teatro junto a otros jóvenes que, a la postre, se convertirían en connotados actores, actrices y artistas de varias disciplinas y generaciones que, con los años, iban a dejar una marca indeleble en la historia del arte contemporáneo salvadoreño. 

Kirsten Stig Laustsen se graduó de pedagoga en su país natal, Dinamarca. Vino a El Salvador en 1987 y se incorporó a la gestión administrativa del grupo de teatro Sol del Río 32, con el que Saúl ya había fundido su nombre y que por esos años estaba regresando del exilio. En su paso por el país, Kirsten también formó parte de la cooperación internacional para el desarrollo en El Salvador, donde tuvo la oportunidad de participar en importantes iniciativas comunitarias y sociales que existían a finales de guerra civil salvadoreña (1980 – 1992) y en el posconflicto, entre ellas, el proyecto comunicativo de Radio Cabal, entre otros.

Pero, contrario a lo que se pueda pensar a partir de la indiscutible hoja de vida de Saúl en el teatro salvadoreño, en Dinamarca no siempre se pudo dedicar a su pasión artística, debido a las complejas condiciones de ese país. 

“En Dinamarca, frecuentemente, el idioma se convierte en un tremendo reto y en una barrera”, expresa el actor. “Yo traté de incorporarme al teatro, pero fue difícil. Al principio trabajamos una obra infantil, El cazador de sueños, y luego escribí La balada de Martín Requena, que aborda el drama de la migración irregular salvadoreña hacia Estados Unidos. Pero fue una obra muy seria, con poco humor para ese público y, con el tiempo, terminé dejándola”.

 “Después de veinte años de no haber trabajado en teatro por dedicarme a otras actividades (…), mi reencuentro con lo actoral implicó que tuve que aprenderlo todo de nuevo, casi desde cero”. Saúl Amaya.

Pese a que Saúl y Kirsten ya habían hecho teatro en varios países de Europa, pronto se dieron cuenta de que su nueva realidad en Dinamarca no sólo les plantearía retos artísticos o idiomáticos: había una familia que demandaba atención. En ese momento, nos comenta Saul, “(…) teníamos que mantener a nuestros hijos, que por esa época uno tenía cinco años y la niña tres (…), por lo que debimos dedicarnos a un trabajo ‘común y corriente’”, recuerda Amaya. Por su lado, Kirsten retomó su profesión en la pedagogía y Saul se certificó como asistente pedagógico, lo cual le permitió trabajar en un jardín para infantes. 

Saúl relata que, en ese nuevo ambiente laboral, pronto encontraron la forma de incorporar el aspecto lúdico y mágico del arte: “(…) con los niños y las niñas hay bastantes posibilidades para las disciplinas artísticas, ya sea contando historias, pintando, haciendo artesanías o cantando. De esta forma seguimos cultivando nuestra vocación artística, sólo que ahora desde otra labor profesional”, comenta Saúl, y añade: “Es importante ofrecer a los niños una vida cultural que no sólo sea la belleza de la escenografía, sino que sea algo que los motive a jugar, a pensar, a actuar, a relacionarse con su entorno e, incluso, a verse a sí mismos, dentro de lo posible. Los niños no son cositas en las que una persona adulta deposita el conocimiento, ya que ellos lo van adquiriendo en su vida diaria, en sus juegos, en su relación con el mundo. El conocimiento vive y está en ellos”.

Kirsten muestra unas flores de papel y alambre, que forman parte de la escenografía de la obra. Foto: Juan Carlos Sánchez

Con el paso del tiempo, tanto Kirsten como Saúl se jubilaron en sus respectivas ocupaciones profesionales, aunque esto significó nuevos desafíos de subsistencia, ya que, como tienen pocos años de cotizar en el sistema previsional danés, la pensión que reciben no es suficiente para enfrentar los costos de vida en ese país. 

Sin embargo, esta desavenencia se convirtió en una nueva oportunidad para retomar el trabajo actoral, no sin antes tener que sortear nuevos desafíos. Sobre esto, Saúl nos comenta: “Después de veinte años de no haber trabajado en teatro por dedicarme a otras actividades que me permitieran los ingresos necesarios para mi familia, mi reencuentro con lo actoral implicó que tuve que aprenderlo todo de nuevo, casi desde cero. El mismo director danés que me dirigió en el Popol Vuh, Søren Valente —que dirige al grupo Batida y que había conocido acá cuando organizamos el Primer Festival Centroamericano de Teatro—, me cuestionaba si esa era mi forma de actuar cuando lo hacía en español. ‘No’, le decía, ‘yo era bueno en español, pero además del idioma, tengo un montón de tiempo de no hacer trabajo actoral’”. Y explica: “… Una cosa es que tú puedas comprender de qué se trata el personaje de una obra que estás trabajando y otra cosa es memorizar textos en otro idioma que no es el materno, interiorizarlo y, lo más complicado, exteriorizarlo adecuadamente; es decir, en ese momento me enfrenté a un doble reto: el propiamente actoral y el comunicativo, que implica tratar de comunicarte escénicamente en un idioma tan complejo como el danés”.

“Me enfrenté a un doble reto: el propiamente actoral y el comunicativo, que implica tratar de comunicarte escénicamente en un idioma tan complejo como el danés”. Saúl Amaya.

El estreno mundial de El secreto de Tilly y de Kirsten como actriz

En la visita que hicieron este año a El Salvador estrenaron la obra El Secreto de Tilly, en la cual Kirsten se presentó por primera vez como actriz. Si bien es cierto que ella acompañó y apoyó por décadas varias puestas en escena de Saúl como actor y como parte del grupo Sol del Río 32, nunca se había animado a subir a las tablas. Sobre su participación en la obra, Kirsten expresa sus dudas acerca de si es realmente teatro lo que hace: “Yo simplemente siento que estoy jugando con Saúl, [hace pausa y sonríe] jamás me llamaría actriz [suelta una carcajada]”.

Al escucharla hablar sobre su trabajo pedagógico, no es difícil advertir que ahora Kirsten proyecta su quehacer profesional con el teatro: “Yo estoy haciendo lo que me gusta hacer con los niños y que siempre he hecho: cantar, elaborar y jugar con muñequitos, contar cuentos e historias… todo eso”, y de nuevo se le dibuja una viva sonrisa. 

Fue precisamente de esa experiencia que nació El secreto de Tilly, una dramaturgia creada por Saúl, que se ha producido con materiales sencillos, baratos, reciclables y de fácil movilización, quizás pensando que, con estas características escenográficas, no sería remoto presentarlas sistemáticamente en El Salvador y en los demás países de la región. ¿Acaso están pensando en un cercano retorno? Tal vez, pero esto lo dejamos para otro momento. 

El secreto de Tilly, que al principio se llamó El secreto de la mariposa, es una muy bien cuidada obra infantil que narra la metamorfosis que vive una mariposa desde su estado ovíparo hasta su esplendor y colorido como adulta. Este proceso de cambios permite entrelazar la vida de Tilly con la amistad, la lealtad y la solidaridad. En efecto, sus protagonistas, Tilly y el grillo Toby —este último elaborado por otro legendario actor de Sol del Río 32, Julio Alberto Ramírez, El Chévere— son personajes que cautivan por su rica expresividad y el cuidado de sus parlamentos. Toby es un niño grillo que, buscando hacer amistades en su entorno, se encuentra con el huevo de Tilly, con quien forja un vínculo afectivo que dura toda la vida, a pesar de los cambios que van teniendo en sus vidas y de algunas pausas obligadas por las transformaciones que experimentan. 

La puesta en escena de esta obra es creación colectiva de la familia Amaya-Laustsen, ya que el guión y adaptación es de Saúl, la escenografía de Kirsten y la música de su hijo, Carlos.

El Popol Vuh, desde la mirada e inocencia infantil

La obra narra la historia de la creación del mundo y de la humanidad desde la cosmovisión maya. Pero en esta historia los dioses Tepeu y Gucumatz son dos niños inquietos que, para no aburrirse en la inmensa oscuridad de esos días primigenios, inventaron juegos con los que, poco a poco, fueron dando forma al día, a la noche, a los árboles, a las montañas, a los ríos y a los animales. Pronto se aburrieron y en su incansable deseo de jugar y concluyeron que inventarían a los seres humanos. Primero los confeccionaron con barro y agua, pero se derretían con facilidad; luego probaron con madera, pero quedaban muy rígidos. 

Decepcionados y cansados de su fracaso, los pequeños dioses tuvieron hambre, y para apaciguarla cocieron tortillas en la fogata y, de pronto, se dieron cuenta que en la mazorca había algo que parecía pelo humano, por lo que resolvieron que la misma mazorca sería la cabeza y con las tuzas, moldearon los cuerpos y las extremidades, logrando con el maíz la textura y flexibilidad precisa y necesaria para crear a las y los seres humanos que poblaran y señorearan la tierra. Así fue como nacieron las mujeres y los hombres de maíz, que pronto reprodujeron con mazorcas blancas, negras, rojas y amarillas y que, hasta el día de hoy, dan origen a la amplia variedad de tonalidades que tiene la piel de la humanidad.

Saúl Amaya en una de las escenas de la obra “El Popol Vuh”, una historia sobre los dioses Q´uq´umats y Tepeu, que lograron crear la tierra, las montañas, los animales y los seres humanos. Foto: Luis Galdámez

Un reencuentro con el país que esperó veinte años

La experiencia de actuar frente a un público salvadoreño después de dos décadas no deja de impactar al actor. “Bueno, el domingo pasado me dieron un recibimiento que me hizo llorar, te voy a saber decir, porque fue realmente intenso saber que la gente está entendiendo totalmente lo que yo estoy diciendo. Hay una libertad interna de poder hablar correctamente en mi idioma; claro, sin descuidar la exigencia profesional de lograr una buena comunicación con el público, pero el idioma no es mi foco de preocupación como me pasa en Dinamarca”.

“Hemos visto, con mucha alegría, los grandes esfuerzos que mis colegas hacen para mantener su presencia en la vida del teatro y en la cultura de El Salvador”. Saúl Amaya.

Para el actor, regresar al país ha sido una oportunidad para reencontrarse con amistades entrañables del oficio actoral y para recibir humildemente su cariño, respeto y admiración. Y, sin asomo de dudas, para Saúl uno de ellos es Fidel Cortez: “Encontrarme nuevamente con un amigo como Fidel, con el que todo el tiempo he tenido una relación muy cercana es invaluable, pese a que también hemos tenido muchas diferencias y hemos llorado juntos en el pasado; pero verlo después de tantos años y ver que tiene muchos proyectos y sueños en mente, es como si hubiéramos estado juntos ayer mismo”, comenta. “La misma sensación me causa cuando veo a otros amigos y amigas, como Carlos Velis, Fernando Umaña, Francisco Cabrera, Dinora Cañénguez, Ana Ruth Aragón y muchos más”, subraya.

De izquierda a derecha: Juan Barrera, Saul Amaya, Francisco Cabrera, Kirsten Stig Lausten, Fidel Cortez, Ana Ruth Aragón, Dinora Cañéngez, Fernando Umaña y Carlos Velis. Todos integrantes, colaboradores, actores, actrices o invitados del legendario grupo Sol del Río 32. Foto: Luis Galdámez

En estas pocas semanas, nos comenta, no han podido ver todo lo que hubiesen querido apreciar pero, para el actor, lo poco que ha visto, le deja la sensación de que en el país se ha instalado una “…explosión histérica de consumismo, donde todo mundo sabe que, para superar el momento, tiene que vender algo ya sea en la calle, en las tiendas o en almacenes; pero algo hay que comerciar y eso va creciendo en escala hasta crear esos grandes centros comerciales como los que están en la Finca El Espino”. 

A criterio de Saúl, en el país se ha priorizado al dinero por encima del medio ambiente o la cultura “[…] han destrozado centros culturales o sitios arqueológicos, y eso duele porque parece que la gente solo busca ser una persona económicamente rica, pero no se persigue la riqueza de conocimientos, de cultura, de identidad…”. Y, claro, esto impacta también en la cultura: “Si tú vas al Teatro Nacional, allí tienes el monumento al consumismo con esa cadena multinacional de café que han instalado”. En su reflexión, esta lamentable situación tiene responsables: “Mira, hay gente a la que tú le hablas al oído y se oye un eco. Hay gente a la que le golpeas la cabeza con un libro y suena vacío… ¡Este tipo de gente son las que tomaron este tipo de decisiones!

Pero hay esperanza: “A pesar de todo esto, hemos visto que han surgido nuevas instituciones y espacios, como el mismo Teatro Poma, la Galera Teatro, el Teatro Chaplin, la Nave Cine Metro… Son lugares que se han establecido con tremendo esfuerzo y sacrificio. Son lugares dirigidos por personas que aman al teatro y luchan por dignificarlo, que tienen su propia perspectiva sobre la función que deben cumplir. Finalmente, también hemos visto, con mucha alegría, los grandes esfuerzos que mis colegas hacen para mantener su presencia en la vida del teatro y en la cultura de El Salvador”, finaliza su reflexión.

* Músico, defensor de derechos humanos y colaborador de revista Espacio

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