Entrevista

Ilustración: Luis Galdámez

Conversación con Ulf Aneer

El testimonio de una masacre

Dos periodistas suecos fueron los primeros que testimoniaron hace 41 años la mayor masacre cometida contra población civil en América Latina. Esta es la historia de aquel viaje a una pesadilla.

Eric Lombardo Lemus

Diciembre 2, 2022

Ulf Aneer y Lars Palmgren eran unos entusiastas periodistas cuando esperaban en la ciudad de México la llegada de su contacto. En su antiguo diario de viaje, Ulf tiene registrada la fecha cuando sostuvo un encuentro con Ana Guadalupe Martínez y otro líder guerrillero llamado José Rodrigo. El 14 de noviembre de 1981 se reunieron para definir “la entrada” clandestina a El Salvador, a través de Honduras, hacia los campamentos guerrilleros del FMLN. Pero algo retrasó el ingreso a este país centroamericano que estaba en llamas a raíz de una guerra civil protagonizada entre campesinos, estudiantes y obreros armados con los dientes frente a una maquinaria militar financiada millonariamente por EE. UU. y que aumentó el poder de fuego con el objetivo de aniquilar a los rebeldes.

Una vez voló hacia Honduras, Ulf Aneer y su colega cubrieron el ambiente político en torno a las elecciones generales que estuvieron programadas para el domingo 29 de noviembre de 1981. Eran los primeros comicios democráticos desde 1972 luego del golpe de estado propinado por el ejército contra el último presidente electo Ramón Ernesto Cruz.

De modo que aquel ambiente enrarecido en la vecina Honduras sirvió de antesala para lo que Ulf y Lars realizaron en la zona fronteriza con El Salvador; concretamente en el campamento de refugiados La Virtud, donde hubo hasta 30 0000 campesinos huyendo de la guerra. Además, el 16 de noviembre, dos semanas antes de su llegada, paramilitares de Honduras y El Salvador habían secuestrado a varias personas.

“Hicimos reportajes durante varios días en los campamentos para refugiados en La Virtud y unos trabajos fotográficos de la vida en Tegucigalpa y sus alrededores”, relató Ulf. 

Tanto Lars como él querían trabajar en la convulsa Centroamérica de la época que vivió el calor de la Guerra Fría y así buscaron incursionar en una zona bajo control guerrillero, sin imaginar que testimoniaron la masacre más grande de civiles en la historia moderna del continente cometida por un ejército regular.

El caserío El Mozote fotografiado desde el cerro La Cruz, lugar a donde los soldados del batallón Atlacatl llevaron a las niñas menores de 15 años y donde cometieron atrocidades.. Foto: cortesía MUPI

Ustedes entraron a El Mozote mucho antes que Alma Guillermoprieto, Susan Meiselas y Raymond Booner.

Sí, es cierto. Recuerdo que cuando salimos de la montaña, después de pasar una semana y pico allá, nos encontramos fugazmente cerca de Marcala. Ellos subieron al mismo jeep que nos sacó de la zona. Solo nos dijimos “hola” en medio de la oscuridad. No había tiempo para saludos ¿me entiendes?

¿Y cómo fue que supieron de esta masacre?

Inicialmente no sabíamos nada porque nuestra idea era estar en una zona liberada y bajo control de la guerrilla, hacer reportajes, digamos, de la vida normal. Después debido a un operativo muy fuerte del ejército en estos días tuvimos que esperar y esperar hasta el 27 de diciembre. Así fuimos al punto de encuentro con nuestros guías. Primero marchamos unos días sin saber nada de El Mozote, pero a medida que íbamos acercándonos a la zona en Morazán fue que llegamos a donde todo ha pasado. Para nosotros era una sorpresa porque íbamos más con la idea de hacer algo sobre la vida cotidiana de las personas, pero, digamos, esta zona estaba muy golpeada por la guerra. 

Cuando hiciste esas fotos de El Mozote ¿para quién trabajabas?

Lars y yo estuvimos trabajando como corresponsales independientes para el periódico mensual sueco ETC (que significa etcétera) que ofrece reportajes penetrantes con una gran calidad fotográfica. ETC todavía existe, pero ahora es más conocido como un diario de izquierda. Nuestra historia salió allá en Suecia primero, antes que la publicación de nuestros colegas de Estados Unidos que llegaron después de nuestra incursión.

Graffitis en las paredes de las casas destruidas, encontrados después de la masacre en El Mozote. Foto: cortesía MUPI

¿No tenían idea que al final encontrarán otra historia?

Sí, sorpresa no es la palabra, pero fue algo que no conocimos hasta ese momento. Eran ataques y combates muy fuertes. Cuando llegamos, el FMLN tenía una línea para defender a los civiles y asegurar la vida de la gente en la zona; todos estaban regresando a las aldeas que empezaban a estar controladas por los guerrilleros. Mientras sucedía esto poco a poco tuvimos más información, aunque también cuando hemos visto El Mozote no entendíamos su alcance. 

Llegamos como dos semanas y pico después de la masacre y a medida que caminábamos percibí el olor a muerte por todo el camino. El olor de cadáveres en descomposición. Luego, vimos muchos restos humanos por el camino, no estaban enterrados, otros eran devorados por los animales y al amanecer vi el daño físico, la destrucción total de las casas.

Es decir que cuando ustedes entraron a El Mozote y las zonas aledañas era un pueblo fantasma por decirlo de una manera simbólica. ¿Eran zonas deshabitadas, sólo encontraron destrucción y cadáveres?

Sí, cada noche nos íbamos trasladando entre diferentes campamentos donde había mucha población civil y combatientes que estaban heridos debido a la gran ofensiva que lanzó el ejército. La primera noche marchamos junto con una brigada que llevaba heridos a los que tenía que asistir sin poder usar anestesia que pudiera reducir el dolor. Estuvimos juntos hasta que poco a poco la población regresaba a sus aldeas, pero la gente llegaba a los restos de sus casas donde ya no quedaba más que destrucción. Casas sin techos, paredes quemadas, destrucción. 

Toda esa zona se llamaba la zona de las tierras quemadas, arrasadas, de casas quemadas, que era lo que el ejército bombardeó y destruyó. Antes de la ofensiva militar llevada a cabo por el ejército la vida cotidiana de la gente en El Mozote y Arambala era ajena al desarrollo de la guerra. Algunos simpatizaban con el FMLN y otros no, pero cada quien trató de vivir su vida al margen del conflicto.

Exhumaciones llevadas a cabo en El Mozote por el equipo forense argentino. Foto: Luis Galdámez

¿Y cómo tuvieron la oportunidad de hablar con la sobreviviente, la señora Rufina Amaya?

A ella la encontramos dos días antes de llegar a El Mozote. El 30 de diciembre tuvimos una entrevista en uno de los campamentos que tenía el FMLN a unas dos horas de la zona de la masacre. Creo que un poco al norte de Arambala por la distancia que caminamos. Ahí fue que mi amigo y colega Lars pudo conversar con ella y escuchar el testimonio. Con el paso del tiempo, Lars trabajó para Radio Suecia y tuvo oportunidad de regresar a realizar historias sobre la Radio Venceremos.

¿Cómo fue la reacción del lector sueco luego que publicaron la historia de El Mozote en ETC?

Para ser honesto, hubo reacciones, pero no en relación al crimen. No fue un efecto tan profundo como la tensión que hubo por las elecciones (presidenciales) en Estados Unidos después de las presentaciones de los trabajos de Susan (Meiselas) y Raymond Booner. Aquello fue un gran golpe. 

(El candidato del partido republicano, Ronald Reagan, que ganó los comicios, prometió detener la amenaza por la expansión de los movimientos de izquierda en Centroamérica después que la guerrilla sandinista derrocó al ex dictador Anastasio Somoza en 1979 en Nicaragua).

En Suecia no hubo mayor reacciones, salvo la de los grupos de solidaridad que entendieron un poco más acerca de lo que sucedió en El Salvador.

Exhumaciones llevadas a cabo en El Mozote por el equipo forense argentino. Foto: Luis Galdámez

¿Tuviste una dimensión completa de lo que fuiste testigo luego de ver las reacciones por las publicación en EE. UU.?

Realmente yo he tratado de entender más y más que en esos días ya que probablemente habíamos pasado sobre los restos ocultos de las víctimas de la masacre. En aquellos días quizás no entendimos la complejidad de todo y con los años he llegado poco a poco a dimensionar, sobre todo gracias a que han llegado otras personas a trabajar con curiosidad para esclarecer más detalles de la masacre. 

Siempre supimos que hubo intereses norteamericanos, pero ahora sí podemos hablar de la presencia de asesores militares en la zona porque hay información que lo confirma… Mis memorias siguen muy vivas de todas las experiencias de las que fui testigo.

Regresaste a El Salvador, pero ¿regresaste a El Mozote alguna vez?

Sí, en 1992, junto a mi colega David Isaksson. Con David cubrí el primer diálogo por la paz en el pueblo de La Palma, en octubre de 1984, y luego coincidimos después de la firma de los Acuerdos de Chapultepec y tuvimos oportunidad de visitar varios hogares.

Para mí era muy raro tomar un taxi en la capital y viajar a bordo de un auto, cuando años atrás caminé por una semana en medio de la noche para llegar a ese punto.

Era un poco absurdo y raro llegar tan rápido y salir el mismo día de El Mozote. Aquello fue como un viaje supersónico. Pero también fue un viaje de muchos recuerdos porque la historia de ese lugar siempre ha quedado en mí de un modo u otro.

En tu caso, ¿cuál fue tu siguiente destino periodístico?

Yo continué cubriendo la vida política en Honduras, Nicaragua y Guatemala a lo largo de los años ochenta. Pude hacer un reportaje sobre la vida y la cultura de la población hondureña en La Mosquitia y conocí la cultura de la  población garífuna. Sin embargo, también estuve en los campamentos de refugiados de salvadoreños porque el ejército de Honduras y El Salvador capturaban a las personas. De eso no se sabía nada. En 1983 trabajé en El Salvador y con refugiados salvadoreños viviendo temporalmente en Nicaragua. En esos momentos estuve junto a Mónica Zak, que es una autora sueca de literatura infantil y juvenil muy famosa. 

(Zak es autora de la novela La hija del puma que alcanzó una edición de 50 000 ejemplares y que además se convirtió en un largometraje con muchos premios internacionales) 

En Guatemala trabajé cubriendo el conflicto armado, más que todo en Nebaj, en el altiplano, en fin, y los refugiados que iban a la frontera con México huyendo del ejército que quemó sus aldeas. Fue muy difícil porque los guatemaltecos eran muy callados, muy contrario a El Salvador donde todos hablaban. Si bien sentí el miedo de las personas, siempre fue posible encontrar testigos o gente que tenía el valor de ayudarnos dándonos información. En Guatemala fue el silencio total.

Desde 1985 trabajé principalmente en este país; pero también algo en Honduras. En 2016 y 2017 tuve tres exposiciones fotográficas sobre los crímenes de guerra y las violaciones contra los derechos humanos cometidos en los años ochenta y noventa. Las muestras las hice en colaboración con el Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH), Diakonia y la Embajada de Suecia. Todavía mantengo el contacto y el cariño con ese pueblo. 

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