Entrevista

“Quiero que el museo sea lo menos intimidante posible”: Eugenia Lindo, directora del MARTE

¿Cómo sorteó el Museo de Arte de El Salvador la pandemia del COVID-19? ¿en qué ha consistido reinventarse para los nuevos tiempos? ¿Cuáles son los nuevos caminos que se ha propuesto explorar? ¿Qué interés particular tiene por las audiencias? ¿Cuál es su rol en la salud mental de una sociedad con estrés postraumático crónico? Espacio Revista conversó con la directora del MARTE, quien explicó su aporte por la recuperación de la memoria histórica entendida no solo como conflicto armado, sino que también como identidad y reflexión de largo plazo acerca de nuestros orígenes que sin duda explican por qué somos como somos.

Rosarlin Hernandéz

Fotografías: Giuseppe Dezza

Octubre 7, 2022

Eugenia Lindo es psicóloga, educadora y gestora cultural que decidió dejar su labor con poblaciones marginadas en España para asumir la dirección del Museo de Arte de El Salvador convencida de que el arte “promueve el desarrollo humano y es un lenguaje que tiene la capacidad de crear pensamiento y hacernos evolucionar”.

Lindo concibe el museo como un agente educativo que genera espacios de diálogo y contenido en un país que tiene todo por conversar. Por esta razón su apuesta principal está centrada en la experiencia del público. No quiere un museo intimidante, lo desea cálido para la recepción del público y sobre todo para quienes tienen menores oportunidades de acceso. Convertir el museo en una práctica familiar en su opinión ya sería un gran aporte a la salud mental de un país poblado de familias desintegradas.

En esta entrevista reiteró la relación directa que existe entre salud mental y memoria histórica y explica el valor que tienen para la institución participar por primera vez en la Carnegie International, la exposición norteamericana de arte internacional más antigua, la cual es organizada por el Carnegie Museum of Art y presenta un panorama de cómo el arte y los artistas responden a las interrogantes críticas de nuestro tiempo.

En esta 58ª edición internacional, El Salvador participa con las obras de la Colección del Museo MARTE “Sumpul”, de Carlos Cañas, “La Cuna” y “La guerra es fuego oscuro”, de Rosa Mena Valenzuela.

Sumpul (1984) de Carlos Cañas responde a la masacre de 1980 en el río Sumpul en Chalatenango, El Salvador, un evento significativo en la guerra civil de El Salvador. Es una de las obras de arte más conocidas en la historia del arte salvadoreño, a menudo conocida como el Guernica salvadoreño, por su abrumadora ilustración del dolor.

“La Cuna”, de Rosa Mena Valenzuela. Las pinturas de Rosa Mena Valenzuela La Cuna (1986) y La guerra es fuego oscuro (1984) fueron realizadas en esta misma época tumultuosa. 

“La guerra es fuego oscuro”, de Rosa Mena Valenzuela. Su propio lenguaje expresionista es pionero, incorporando poderosas líneas con retazos de tela, hilo y papel.

¿Qué pasó con el museo durante la pandemia y qué significó haber cerrado las puertas por tanto tiempo?

Al museo le agarró la pandemia en el peor momento porque se juntaron todos los factores: cambio de dirección después de 18 años, una apuesta bastante innovadora como contratar a una psicóloga y educadora para ser directora de un museo no es algo que pasa seguido, eso supone darle un giro desde la propia fundación ¿Qué es un museo? ¿para quién es un museo? ¿qué hace un museo? ¿con quién lo hace? Y cuando estas preguntas se las plantea una persona con una perspectiva de desarrollo humano tiene que ser para un abanico muy amplio de intereses, de gustos, de discusiones, de maneras de ver las cosas y tiene que educar en todos los sentidos.

Vine tres días antes que cerráramos por la pandemia y entramos pensando que iba a durar tres semanas, no podía imaginar cuánto iba a durar y no entendía por qué había tanta falta de apoyo o por qué se dejaba que una institución tan importante para el país muriera o sufriera tanto. Fue un momento muy difícil, pensé todo el 2020 que el museo no sobreviviría.

Hasta que llegamos a diciembre de 2020 y pensé que había tocado un suelo medianamente firme, pero al reconstruir hay que hacerlo completamente diferente de como era antes.

Pero visto de otro modo el museo salió ganando porque se podía repensar desde otros puntos de partida ¿o no?

Si, o sea igual lo hubiera hecho, porque no puedo cambiar mi visión ni mi trayectoria de 25 años, he trabajado en España con todas las poblaciones más marginadas, con temas de narcotráfico, gitanos, migrantes estigmatizados, venía de trabajar de esa marginalidad. Y la lógica que me pareció interesante era probarme dentro de una institución porque nunca había trabajado así. Siempre era desde afuera, ya sea desde un activismo de movimientos sociales, pero desde fuera de la institucionalidad o como asesora o consultora.

¿Y por qué aceptaste la dirección del museo?

Primero me pareció un honor que se hubiera pensado en mí luego de nueve años de no vivir en el país, pero sobre todo porque quería probar cómo sería estar dentro de una institución y cómo es empujar todos los días.

Por ejemplo, la exposición de Ronald Morán fue año y ocho meses previos, todos los días empujando para llegar hasta aquí, es una exposición excesivamente cara, donde tanto Ronald como el Museo tuvo que ceder en un momento completamente incierto, no sabía si el museo iba seguir, pero tenía que hacerla de todas formas, aunque fuera en otro lugar.

Tú que venías de España de trabajar desde los márgenes y que además imagino que tenías contacto con El Salvador, que sabías lo que estaba ocurriendo aquí. Cuando asumiste la dirección del museo ¿cuáles eran los vacíos que veías? ¿qué te parecía urgente hacer en el museo de un país con tantas necesidades?

“Las políticas culturales al igual que las políticas educativas son de largo plazo, los resultados se ven a largo plazo, no los vas a ver en periodos electorales de cinco años, eso no va a pasar.”

Empecemos por los ecosistemas en general… Lo saludable está determinado por la diversidad y lo que veía en el ecosistema del sector cultural de El Salvador es una falta de diversidad, hemos perdido certámenes, premios, ese tipo de cosas que le permiten a un artista ir poco a poco construyendo un currículum. Entonces pasa que a lo mejor hace una buena serie o producción y llega de un solo al peldaño más alto que es un museo, pero no ha pasado por todo lo otro que te enseña diferentes cosas también.

Pero seguramente es por esa falta de institucionalidad que apoye la cultura de la que hablabas al principio, está claro que el país no está pensado para darle un lugar importante a la cultura, a los artistas ni a sus creaciones. ¿O cómo lo ves tú?
Es que creo que retrocedimos por allí por los años 60.
¡Bastante!
Porque lo había y hubo muchos períodos de política pública cultural, hay que tomar en cuenta que un factor importantísimo de vivir en precariedad es que te obliga a pensar en lo inmediato, en la supervivencia del día a día.

No te da tiempo a la contemplación, ni a la planificación…

Claro, pero desde esa precariedad una persona no va a tener las capacidades cognitivas de pensar tres años adelante, si no sabe cómo va a terminar el mes, ni siquiera el año. Y esos sistemas sociales obligan a que la mente funcione de una manera diferente y es individualista porque yo tengo que sobrevivir y tengo que pensar en mí y en los míos. Y luego hay un sistema social que lo promueve de esa manera. Y las políticas culturales al igual que las políticas educativas son de largo plazo, los resultados se ven a largo plazo, no los vas a ver en periodos electorales de cinco años, eso no va a pasar. Pero la precariedad del sistema no permite que eso se dé entonces botamos y ponemos, y parchamos y así vamos saliendo del asunto.

Y desde esa lectura que tú tenías de vivir lo que da el día, desde los escases y las desigualdades perversas que vive este país ¿qué se plantea el museo frente a ese escenario? ¿Cuál es su rol?

El museo tiene que ser como una ventana o como un espejo, lo que hace un museo es que descontextualiza una idea, una perspectiva, una vivencia, un sentimiento.

Ahora a mi manera de verlo esto tiene que partir de lo que se está hablando afuera, la permeabilidad del museo, la capacidad que tenga de estar respirando lo que está pasando fuera de sus paredes, es sumamente importante, para las exposiciones que estamos haciendo queremos que sean muchas capas de significados, que tengas la capacidad de analizar, no podemos irnos al blanco y negro, ni a lo controversial, porque caemos en la lógica inmediata de ver las cosas desde una perspectiva y muchas veces la que haga más ruido.

Y a nosotros nos interesa que haya múltiples maneras de entrarle a una idea o un solo tema, promover ese espejo de lo que se está hablando afuera desde varias perspectivas y formas de verlo.

Que era lo que me decías acerca del valor de la obra de Ronald Morán en términos de universalidad…

Claro, yo he tenido gente que venía de Europa a ver esa expo y conectaba, tuve una persona que vino de Palestina y me empezó a contar la historia de haber crecido en un campo de refugiados y uno de los problemas que terminaban con sus balones de fútbol reventados era porque se les trabaron en el raisor cuando jugaban.

Es universal, utilizaron la violencia como frontera y Ronald logró crear ese puente, gente de Alemania que hablaban de campos de concentración o migrantes salvadoreños que se fueron a Estados Unidos que hablaban de cómo se sentían allá. Y eso es lo que me parecía brillante de la expo de Ronald.

Entre lo que sacó la pandemia, salió a la luz ese retroceso del que hablabas de cómo El Salvador apostaba por la cultura en los años 60 y de lo que estamos viviendo ahora ¿qué lectura le darías a lo que está pasando en términos culturales afuera, ahora?

Uno de los huecos que veo es esa falta de diversidad de diferentes instituciones, aunque ahora van saliendo cosas más orgánicas, más pequeñas con discursos y objetivos bien puntuales. Y superamos la época de los 80 y los 90 donde se suponía que una casa de la cultura tenía que hacer lo de todos. Eso se va superando poco a poco.

Es lo lindísimo de El Salvador, le damos fuego al cañal, pero después vuelven a salir los brotes y eso tiene un montón de espinas…

Y un costo…

Y un costo horrible porque volver a empezar no es lo mismo y para digerir las cosas es necesaria esa madurez. Luego veo la falta de oportunidades de estudiar bellas artes en el país, que no tengas un espacio donde estudiar historia del arte, es que ya partiendo de allí…

Estamos mal, es complicado…

Es complicado porque no te pone en perspectiva las cosas y porque está enfocada la carrera artística hacer versus pensar. El proceso previo de darle mucha vuelta a la idea que querés abordar sólo en el mundo de ideas, por epistemología, estudiar allí primero y luego dejar que se concrete en una propuesta artística.

También hay fallas en ciertas cuestiones técnicas que de nuevo eso solo lo da el tiempo de estar practicando, por ejemplo, el trazo toma tiempo. Pero todo eso supone un gasto y volvemos a otra vez a la precariedad. Eso ha llevado a que personas que quieren ser artistas estudien otras carreras.

“Es lo lindísimo de El Salvador, le damos fuego al cañal, pero después vuelven a salir los brotes y eso tiene un montón de espinas…”

¿Y el museo tiene planeada algún tipo de programación o de espacios donde haya intercambios, charlas magistrales que aborden temas específicos, invitar a artistas referentes para los jóvenes?

Sí, está pensado, pero no es ahorita. Por el momento las exposiciones están pensadas así, los artistas tienen que trabajar en conjunto con el museo para esos procesos y algunos te permiten crear juntos la exposición y otros les cuesta un poco más.

Pero la idea es crear espacios, muchas veces no tienen un espacio de estudio, yo he visto artistas que pintan en su cama porque no hay espacios, otras veces es dar los materiales necesario para la investigación, si nos dejaran asesorar el proceso sería maravilloso. Ya estamos haciendo residencias artísticas.

Quisiera que me contaras acerca de la apuesta del museo por la salud mental y por la memoria histórica…

Que también es salud mental.

Por supuesto van de la mano, sobre todo porque he visto talleres dedicado para niños y niñas y pienso en cómo se les empieza a dar lo que debería estar escrito en los libros de educación.

Una institución no puede hacerlo todo, ni va a cambiar el país, pero la salud mental desde un lente institucional creo que los sistemas tienen la capacidad de cambiar, pero los sistemas crean modos de comportamiento, de pensar y de ver el mundo. Entonces quiero que el museo sea lo menos intimidante posible, lo más cálido para la recepción del público y sobre todo para quienes tienen menores oportunidades de acceso.

Entiendo que para muchas personas del país solo el edificio ya es como intimidante, para niños que vienen de una ruralidad, de vivir en espacios pequeños, lo que debe de ser entrar aquí. Me pongo en esos zapatos. Para mi ese niño tiene que sentir que puede venir aquí cuando quiera y que puede hacerlo en familia.

La lógica de la salud mental del museo es ayudar a la labor de la familia, tenemos una desestructuración de familias en este país por violencia, migración, machismo por lo que sea. Para mí contribuir a la salud mental tiene que contribuir a prácticas familiares. Tiene que ser un espacio seguro y que vengas a pasar el tiempo, aunque sea porque te gusta el aire acondicionado, el país necesita espacios de tranquilidad.

Yo lo veo en prácticas culturales y te quiero ofrecer la posibilidad que no vayas a un lugar de consumo, que vengas aquí. Me daré por servida con la labor cuando la gente quiera venir a ver qué hay.

Me cae mucha crítica porque las artes plásticas son secundarias a la experiencia de la persona cuando entra, pero de otra manera no tiene sentido.

Para cada quien tendrá su propio significado estar aquí…

Y luego se traduce en cuestiones más específicas cuando tenés un país con una población tan traumada generación tras generación. Generar trauma significa que tu cerebro funciona de una manera diferente, que reaccionamos a cosas muy diferentes y la salud mental tiene que ver con sanar traumas.

¿Y cómo has integrado la memoria histórica?

Nuestra generación quedó en medio y la pregunta es cómo contamos la guerra civil a la generación más joven, cómo vivimos esto desde otra perspectiva y cómo le decimos a los protagonistas de ese entonces que también se deben contar otras perspectivas, porque el discurso de los buenos y los malos en una guerra es bien gris y tiene muchos matices. No podemos seguir separando a la población porque vamos a repetir el escenario, a menos que platiquemos unos con otros acerca de estos matices.

Contame sobre el interés particular por la Masacre del Sumpul y la participación en la exposición norteamericana de arte internacional más antigua, Carnegie International ¿Cómo valora el museo esta oportunidad de exponer a nivel internacional este episodio tan vergonzoso de nuestra historia?

“La lógica de la salud mental del museo es ayudar a la labor de la familia, tenemos una desestructuración de familias en este país por violencia, migración, machismo por lo que sea.”

El curador de esta bienal vino al país, nos pidió que le enseñáramos todo el museo y la obra del Sumpul le llamó la atención desde el principio porque hay que tomar en cuenta que es la perfecta combinación entre activismo de parte de un artista.

Carlos Cañas hizo esa obra como una denuncia en un momento donde nadie estaba hablando de eso. Entonces tiene que ver con un artista activista que además es lo suficientemente hábil para dejar esa sutileza de espacio de análisis de reacción propia del público. Tiene la apertura para dejar al público que juegue con la obra, que se imagine que está pasando en esa escena, respetando el dolor de las víctimas. Es una obra tan querida porque todavía hasta ahora le vienen a dejar veladoras.

Estamos haciendo un corto documental artístico con víctimas del Sumpul y para hacer una deconstrucción de elementos que tiene la obra con elementos que le pueda aportar la comunidad, es como crear un altar al Sumpul.

Y ponerle rostro, voces, identidades…

Es un orgullo que una obra así nos represente porque tiene toda esa mezcla y esa riqueza.

La otra obra que participa es de Rosa Mena Valenzuela, “La cuna” y “La guerra es fuego oscuro”. Una mujer que empezó a crear a los 40 años en un mundo dominado por los hombres y con una estética tan avanzada para su tiempo, la elegancia de los mensajes.

Es una oda para ella que creyó en el museo y nos dejó buena parte de su obra personal.

Queremos hablar de memoria histórica desde un abanico más amplio que no sea solo la discusión de la guerra, porque un estallido tan bélico no sucede de la noche a la mañana, hay cuestiones históricas que tampoco se discuten, que no se termina de entender cómo es que llegamos hasta allí, vámonos 200 años para atrás y entendamos qué pasó.

Por ejemplo, ¿cómo se fundó esta república?

Exacto, es que desde allí. Tiene que ver con una historia generacional. La identidad se construye desde la memoria y la memoria no es solo hechos bélicos, tiene muchas capas. Estoy muy comprometida con ayudar en este país a que sigamos evolucionando y para eso tenemos que sentarnos a hablar con todas las personas, este no es un solo país, son muchos países y lo tiene todo a flor de piel.

“Creo que el experimento salvadoreño demuestra que el Bitcoin no funciona como moneda”: Leonor Selva

El Salvador adoptó el Bitcoin como moneda de curso legal luego que el mandatario salvadoreño lo anunció en una conferencia internacional en Miami. Desde junio del año pasado hasta este momento la criptomoneda sigue el camino de una montaña rusa con una caída libre.

©Derechos Reservados 2022 ESPACIO COMUNICACIONES, LLC