Entrevista

Fidel Cortez es actor, director teatral, pedagogo y gestor cultural. Foto: Luis Galdámez

Conversación con un actor:
Fidel Cortez y el ánimo por el renacer de las artes escénicas

Curtido por sus batallas en el teatro salvadoreño desde hace 50 años, Fidel Cortez reflexiona sobre el caminar de las artes escénicas en el país y recuerda cuando, junto con otros compañeros del Centro Nacional de Artes (CENAR), crearon el exitoso grupo Sol del Río 32, a principios de la década de los años 70.

Alberto Barrera *
Mayo 5, 2023

Sin precisar su ánimo ni profundizar acerca del papel que le corresponde al Estado en la promoción y difusión del arte y la cultura, Fidel Cortez aplaude que haya “bastantes iniciativas” con las que fomentar el desarrollo y el interés por disfrutar y vivir el arte, pese a que las actividades por fomentarlo sean, más bien, “una madeja que no tiene rumbo”.

Su aspecto físico —por el tiempo, que es implacable— contrasta con el ánimo que expresa al hablar del teatro y de sus estudios dentro y fuera del país. Considera que sus experiencias y prácticas le sirvieron para entender las formas de expresarse en el escenario.

Fidel Cortez vivió su infancia en Salcoatitán, donde observaba  los bailes de los historiantes y los desfiles de los personajes de las fiestas patronales. Foto: Luis Galdámez

Durante nuestra conversación, Fidel recordó su infancia en Salcoatitán, enclavada en las alturas cafetaleras de Sonsonate, al occidente del país, donde veía los bailes de los historiantes, los desfiles de los personajes de las fiestas patronales —principalmente el diablito— y las pastorelas que anunciaban la Navidad. Él quería hacer eso y ahora lo analiza como su personal “proceso de educación artística” infantil.

Le parecía mágico ver a quienes actuaban y bailaban las danzas de los historiantes que, como cuenta, eran “los mismos señores que yo miraba trabajando cortando café, en la chapoda, descombrando y, de repente, los veía vestidos de historiantes, transformados”, recuerda.      

Con sus amiguitos del empobrecido pueblo, alejado del bullicio de las ciudades, sus juegos eran las actuaciones y los bailes. “Después de que pasaban las fiestas navideñas y las de Salcoatitán, nos poníamos a jugar de historiantes, a jugar de diablito, todo lo que veíamos. Eso me fue motivando (…). De ahí también comprendí la vida del indígena, porque era mágico verlos transformarse”.

En la actualidad, la carga de las representaciones durante estas tradiciones ha perdido fuerza, porque se han instalado otros paradigmas dominados por las posibilidades que ofrece la tecnología como los teléfonos inteligentes, las tabletas digitales, los videojuegos. Además, considera, no se fomenta lo suficiente, ni por parte del Estado ni por el sector privado, en el que predomina el pensamiento de “cuánto voy a ganar” y, añade, “con el arte no se gana, no se va uno a hacer rico”. Y remata con cierto dejo de tristeza: “Tenemos la ilusión de hacer teatro, pero la gente no tiene necesidad del teatro pues tiene otras prioridades”.

Fidel Cortez y Fernando Umaña en la presentación de la obra “Criaturas”, de Alberto Adellach (argentino). Dirección Saúl Amaya. 1976. Foto: David Méndez

Profesión, empirismo y el teatro

“Hay poca gente que estudie teatro y por eso hay mucha gente autodidacta, empíricos, ya que no se considera una profesión”, señala. Los jóvenes que se están formando en las escuelas, institutos y universidades no ven teatro porque, además de que faltan escenarios, no hay grupos que se presenten en los pueblos y en las ciudades del interior del país.

Recuerda que en los 70, luego de la reforma educativa, se estableció el bachillerato diversificado y, con ello, nació el de artes, que se nutrió con profesores extranjeros y visitas de grupos teatrales del sur y festivales locales y regionales.

Recuerda de aquellos primeros años, la visita de actores argentinos del grupo Once al Sur y un maestro del bachillerato que impulsó un programa para filmar cuentos de Salarrué, con el cual entrenaba a los estudiantes como actores, pero, afirma, todo se perdió. “No hay archivos, El Salvador no tiene memoria histórica sólo se rescató «La casa embrujada»”.

La realidad y el grupo Sol del Río 32

Fidel Cortez, después del acto de graduación del CENAR, con su título de bachiller en Artes de la promoción de 1976. Foto: Archivo

En 1968 hubo sucesos violentos como las protestas de estudiantes universitarios y de trabajadores en París, que dejaron alrededor de mil heridos; la masacre de los estudiantes manifestantes en la plaza Tlatelolco, en México, por un batallón del Ejército de ese país; los hippies pidiendo paz y amor en San Francisco, al ritmo de la música que denunciaba la guerra de Estados Unidos en Vietnam y, en El Salvador, el masivo movimiento magisterial. Todo este contexto internacional y nacional generó una efervescencia política que “de alguna manera nos dio un rumbo”, expresa el veterano actor de hablar pausado en el ruidoso café en que conversamos.

Fidel explica que “[como estudiantes de arte] nos inculcaron el sentido de investigar estéticamente qué queríamos. Hubo propuestas escénicas, propuestas estéticas que nos ayudaron a ver el fenómeno social con una visión creativa, buscamos el lenguaje escénico para nuestra propuesta estética. Amílcar Flor (profesor y actor) nos decía que teníamos que salir del país para ver lo que hay afuera, «tienen que ver qué pasa»”, les decía.

Y fue así como aplicaron el lenguaje escénico en su trabajo, y no aludían sólo a la protesta.

Tenían claro hacia dónde querían ir y buscaban un teatro autóctono, un teatro salvadoreño, por lo que Sol del Río “era un experimento artístico, pero cada quien tenía su visión y concepción ideológica de lo que pasaba en el país, porque había mucha represión”, lo cual les limitaba su formación y quehacer.

“Sol del Río era un experimento artístico, pero cada quien tenía su visión y concepción ideológica de lo que pasaba en el país, porque había mucha represión”.

En ese ambiente de efervescencia social y represión por parte del Estado, se conectaron con el movimiento sindical y recibieron clases de economía política y de cómo era el sindicalismo. “Eso nos motivó a formar la Central de Trabajadores del Arte (CETA)”, y los estudiantes de artes plásticas y pintura montaron lo que llamaron Arte Poste, a través del cual decoraban postes de la calle. Los de teatro hicieron canciones que escenificaban con pantomimas, que también aludían a la realidad nacional”, explica Fidel.

Y no estaban solos. Ese ambiente político, social y artístico era a nivel latinoamericano pues, por ejemplo, en Colombia, eran fuertes la Federación Colombiana de Teatro y la Corporación Colombiana de Teatro. 

Por ejemplo, el grupo de teatro La Candelaria, de Cali, y el grupo Triángulo de Venezuela, viajaban a un festival de teatro Chicano en México. “Nos juntamos aquí en El Salvador y viajamos en el mismo bus hasta México. Cuando veníamos de regreso aprovechamos y montamos aquí un festival latinoamericano junto con la Universidad y se presentaron esos grupos. Tuvimos una semana de actividad fuerte y ese fue el boom del evento teatral” comenta. “Ese intercambio nos dio perspectiva, todos los grupos tenían compromiso político, pero no como grupo sino que los actores tenían su preferencia. No era politizar el grupo sino que los actores podían tener la simpatía que quisieran”, aclara, en relación a las preferencias ideológicas y militantes de los actores y actrices.

“Historias con cárcel”, de Osvaldo Dragún, quien cedió la exclusividad de la obra al grupo Sol del Rio 32, con la dirección del maestro Jorge Amosa, del grupo argentino Once al Sur. Foto: Luis Galdámez

Y así fue que en Sol del Río 32, cuenta Fidel, pese a que la mayoría eran de la Juventud Comunista, “otros simpatizaban con otras líneas, pero en el grupo como tal no entrábamos en discusiones ideológicas porque era la de nunca acabar, nos dedicábamos a hacer ejercicios, a buscar obras para montar y cuál era la línea a seguir”.

Pronto los miembros del grupo salieron del país hacia México y otros a Europa, principalmente a Dinamarca, país donde se estacionaron Fidel y Saúl Amaya. La sangrienta guerra en El Salvador los mantuvo alejados del país pero, antes de que finalizara el conflicto armado, en 1987, retornaron para montar obras que impactaron a la sociedad a través de la promoción en medios locales, principalmente en televisión, en la que las noticias parecían haber democratizado la forma de informar.

El surgimiento de las maras

El conflicto armado finalizó con su larga estela de dolor, la sociedad se enfrascó en la lucha política con los nuevos actores que eran los exguerrilleros y surgieron las pandillas o maras, como se llamó al fenómeno social en el que los jóvenes se agruparon a inicios y mediados de la década de los 90.

Fidel habla con desdén del tema: “Hoy la juventud busca cómo agruparse, cómo estar presente, el problema es de las oportunidades que dan, porque todos los jóvenes que se involucraron con las maras son bastantes, no tenían causa, sólo la personal que es egoísta y no se desarrolló un sentimiento de un movimiento que buscara una superación, sino que todo era sobrevivencia”. En cambio, la generación de la que él fue parte, sostiene, “sí teníamos un ideal, porque a nivel mundial estaba el cambio de sistema, se hablaba del socialismo, estaba la Unión Soviética, estaba Cuba, eso daba algunas señales de hacia dónde podía caminar la cosa”.

Fidel en una de las escenas de la obra “Lazarillo de Tormes”. Dirección Filander Funes. Foto: Giuseppe Dezza

En la actualidad falta ese motor idealista y basta con ver la educación. “Tuvimos la suerte de que en los 60 y 70 estaba la búsqueda de un sistema educativo y por eso el bachillerato diversificado, que nos permitió entrar a estudiar arte, pero ahora siento que todo se quedó estancado y hasta ahora empieza como a tomar nuevos rumbos. La juventud va a tener chance de agruparse, de ver qué es lo común que tienen para montar un ideal”.

“…Ahora siento que todo se quedó estancado y hasta ahora empieza como a tomar nuevos rumbos. La juventud va a tener chance de agruparse, de ver qué es lo común que tienen para montar un ideal”.

Le pregunto a Fidel si cree que en este momento hay alguna similitud con lo que pasó hace 20 o 30 años, y responde con su visión de que el movimiento popular de aquellos años se destacaba porque tenía mucha presencia: “El sindicalismo era fuerte, pero ahora se ve todo como que hay confusión en la juventud”. Luego reflexiona y se refiere a que existe más información en los medios que despierta interés por la ciencia, el arte y conocimiento de la sociedad.

Cita su admiración por “los jóvenes que tienen talento y se desarrollan a través de youtubers, o sea que hay diferentes propuestas y ese intercambio alimenta y da buenas perspectivas”. “He tenido chance de ver propuestas de montajes de obras, los jóvenes tienen ese criterio, lo que pasa es que la educación de la casa y de la escuela influye en los intereses que despierta”, señala.

Saúl Amaya y Fidel Cortez en la obra “El rabo”, de José Ruibal. Dirección de Filander Funes, 1994. Foto: Giuseppe Dezza

Milton Barahona en la obra “Tamagás y el payaso”, de Jorge Games. Dirección de Rene Lovo. Teatro Universitario de la Universidad de El Salvador (UES). Actor invitado: Fidel Cortez, Sol del Río 32. Foto: Giuseppe Dezza

En cuanto a las posibilidades de un renacer del teatro en El Salvador, Fidel comenta que ha visto varias iniciativas. “Ha habido muchos talleres. Ahora está uno técnico de la universidad Matías Delgado, hay un movimiento de teatro universitario, o sea que posibilidades de un empuje, de un arranque, hay”, sostuvo enfático.

“Venimos de un tiempo en que las cosas han estado desordenadas, tener un nuevo orden no es fácil, pienso que no es de cerrarse, es de tener apertura. Sobre todo con el arte es complicado, porque trata de gustos, de entendimiento de la vida, es todo un panorama donde el horizonte se ve nebuloso, porque no tenemos una continuidad en nuestro desarrollo cultural”, dijo antes de ingerir un sorbo de agua.

Fidel Cortez en la obra de teatro para niños “Zili, el unicornio”, 1991. Foto: Luis Galdámez

Aseguró que mucho de lo que pasa es porque “no se ha superado la guerra” y el arte sirve para desarrollar el lado humano de las personas. Además, considera que con las pandillas “tenemos una sociedad muy deshumanizada y con mucho rencor”, pero no se soluciona nada si la sociedad promueve la venganza o el castigo. “Tenemos también que darle el desarrollo espiritual a la gente y eso solo se consigue a través de una propuesta estética, también una propuesta teórica, que es la sensibilidad, el desarrollo de la sensibilidad” por medio del arte, y el teatro es propicio para ello.

* Periodista salvadoreño
** Fidel Cortez es actor, director teatral, pedagogo y gestor cultural. Entre otras experiencias, es director del grupo Teatro Matías y del Departamento de Teatro de la Universidad Dr. José Matías Delgado. Fue actor del grupo Sol del Río 32 y director de Artes Escénicas de la Secretaría de Cultura de la Presidencia.

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