Cultura

Salarrué, rearraigar en la patria

Carlos Henríquez Consalvi, Santiago *

Diciembre 29, 2023

Tengo un mensaje que dar y debo volver… 

siento que mi deber es ir allí a donde 

realmente parece que pertenezco, al pueblo 

que amo y con el cual me siento en deuda”

«…la intención es hacer notar la importancia

de la VERDAD como agente de liberación…». 

Luego de una década de vivir en Nueva York, Salvador Salazar Arrué, Salarrué, se dispone a retornar a El Salvador. Tiene 58 años, ha producido una obra artística trascendental tanto en la literatura como en las artes plásticas. Ha publicado novelas, cuentos y composiciones líricas en verso y en prosa que lo ubican como uno de los escritores centroamericanos más importantes del siglo XX, mientras que paralelamente ha producido una relevante obra plasmada en pintura, dibujo y escultura. 

A punto de regresar a El Salvador, no tendrá casa, es un hombre sin recursos ni patrimonio material. Le espera su esposa Zelié con quien procreó a Olga, Aida y Maya. La vuelta al terruño le plantea incertidumbres y una encrucijada vital en la cual debe tomar decisiones sobre su vida futura. En la ciudad de los rascacielos quedará Leonora Nichols “Blwny”, un gran amor, lo cual ha debido agregarle desgarraduras emocionales ante el paso que va a dar. Precisamente, sobre esta relación amorosa germinada en los parques más íntimos de Nueva York, Janet Gold, en Sagatara mío, obra publicada por el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), describe: 

«El contorno de su historia es melodramático: un hombre casado se enamora de una mujer soltera de otro país; ella quiere que se divorcie de su mujer y se case con ella; él está de acuerdo al principio, pero luego cambia de parecer. No puede convencerse de abandonar a su familia ni tampoco soportar perder a su amada. Ella se siente incómoda teniendo una aventura con un hombre casado; aún así no puede estar sin él. Durante 10 años batallan con su imposible relación, hasta que finalmente él es sustituido como agregado cultural, regresando a su país con su esposa. Ella nunca se llegaría a casar. Nunca dejarían de amarse».

Ahora situémonos en una fría tarde neoyorquina, el 16 de noviembre de 1957. Salarrué pensando en su incierto retorno a El Salvador escribe una carta dirigida a José Dutriz hijo, el entonces director de La Prensa Gráfica. Le consulta la posibilidad de conseguir una modesta entrada económica para sostener a su familia a cambio de dirigir en ese periódico un suplemento cultural:

Salvador Salazar Arrué, Salarrué.

«No soy hombre de economías o recursos de otra naturaleza que no sea la de mi trabajo personal… Mientras puedo definitivamente rearraigar en la patria, necesito ganar un poco». 

En esa correspondencia señala sus expectativas.

«Posiblemente me retire a vivir en un pueblo cercano a San Salvador: San Marcos (como antes), Santa Tecla o cualquier otro que encuentre en condiciones de ofrecer el medio ambiente que necesito. También me atrae vivir en Los Planes de Renderos y ya he hecho al gobierno la propuesta de abrir en el Parque Balboa una Barraca para Arte-Moderno. Las expresiones de Arte se han modificado hacia campos nuevos que son vistos de reojo por la cultura convencional y académica. Pero el mundo entero está ya aceptando esta forma más sintética, más interior de expresión en todas las ramas del Arte y es la onda impositiva, ineluctable de la renovación de valores estéticos la que ha cambiado ya bastante los conceptos y la forma de hacer inductiva la expresión de lo bello. En nuestro medio la resistencia del conservatismo (en esto como en todo) es más tenaz que en otros medios más cercanos a los cruces de caminos que llevan y traen ideas. No obstante, algo se debe hacer y se puede hacer para que la nueva expresión sea mejor comprendida y aun practicada».

A continuación, le comunica al director de periódico: 

«Acabo de declinar la oferta del presidente Lemus de seguir en Nueva York en la delegación salvadoreña a las Naciones Unidas como Consejero Cultural. Pienso (tal vez muchos me tendrán por tonto) que ha llegado el momento de tratar de ver si es posible sentir que estoy sirviendo directamente en el medio donde nací por la gracia de Dios. Tengo un mensaje que dar y debo volver, no seré acaso el único que está ocupándose de las revelaciones estéticas antes referidas, pero yo siento que mi deber es ir allí a donde realmente parece que pertenezco, al pueblo que amo y con el cual me siento en deuda».

Salarrué expone meticulosamente la idea de crear un suplemento cultural.

«He pensado que puedo ofrecer una sección propia mía, siempre que se me concediera la mayor independencia posible. Me refiero a la llamada ideología. Mi manera de pensar es ya bastante conocida. Mejor acondicionado y madurado ya por la experiencia, me complacería mantener una sección de cierta importancia, particularmente dedicada a la crítica constructiva en Ética y en Estética. He pergeñado un plan […]  El ideal sería el “periódico canguro”: un periódico mío dentro del diario, concentrado dentro del periódico grande, pero ya sé que esto es algo difícil de conseguir. Esto sería en tres días de la semana. Pero una sección un poco aislada me bastaría, que pudiera distinguirse sin esfuerzo por su presentación particular y tipo de letra… Las secciones concebidas por mí hasta la fecha son tres: 

“Libra” (Meditaciones)

“Semáforo” (Critica)

“Trinchera” (Nuevas ideas)

Pensé en un título general… “Zig-zag”, con un lema general: “La VERDAD nos hará libres”. […]

Hay una sección más… “Acotaciones y comentarios”. En lo general, la intención es hacer notar la importancia de la VERDAD como agente de liberación: valorización atinada en relación con fenómenos, sucesos y personas en nuestro propio medio […]».

En la carta a Dutriz, Salarrué se esmera en proponer el uso de colores para diferenciar las secciones del suplemento cultural Zig-Zag, y concluye con una idea adicional:           

«A esta colaboración añadiría mi colaboración literaria EXCLUSIVA para La Prensa Gráfica: Cuentos-Artículos No Clasificados-Poemas-Crónicas y demás. También haría las ilustraciones de mis propios cuentos… 

Todo esto sería por un sueldo razonable que me permitiera dedicar la mitad del día a trabajos de Arte. ¿Puede La Prensa Gráfica ofrecerme algo estable en el sentido antes indicado…? Confío en que sí será posible […].

Le ruego dirigir la respuesta a esta solicitud a mi dirección en San Salvador a donde estaré posiblemente para mediados de diciembre. SALARRUÉ. Colonia América-Nº 36 Bis».

En su archivo personal no hemos encontrado respuesta a esta carta por parte de Dutriz, ni tenemos la certeza de que Salarrué la hubiese enviado.  

En 1957 retornó con su idea de “rearraigar”, aunque en sus cartas y sus conversaciones cotidianas con su hija Olga en el apartamento de Nueva York y sus afectos más cercanos siempre mantuvo vasos comunicantes con el terruño, que llevó consigo como raíces móviles. 

Ya en San Salvador, gracias al apoyo de sus primos Núñez Arrué, Salarrué cumplió su sueño de habitar en Planes de Renderos. En la Quinta Monserrat vivió sus últimos años junto a Zelié y Maya, con la ocasional visita de Olga, Aida y sus nietos. En esa época realiza varias exposiciones de pintura. 

En 1963 fue nombrado director general de Bellas Artes, dependiendo del Ministerio de Educación, cargo al que renuncia a los pocos meses y, en 1967, funda y dirige la Galería Nacional de Arte, que ahora lleva el nombre de Salarrué. 

Como siempre, apartado de lo ostentoso, profundamente humano, el espíritu en primera línea, vivió allí sus últimos días, afectado por el cáncer, pálido, en cama, sin pensión ni mayores recursos para sus gastos médicos, su voz apagada, los ojos cerrados. Rodeado de sus escritos y óleos, el rumor de la quebrada cercana y los trinos de los pájaros. 

Murió el 27 de noviembre de 1975. Su esposa Zelié había fallecido el año anterior. Sus hijas, Olga y Aída, vivían con sus familias en Nueva Jersey y en la Ciudad de México respectivamente. Maya, la hija que nunca se casó ni tuvo hijos, siguió viviendo sola en la residencia familiar hasta su deceso en 1995, a duras penas logró conservar los manuscritos, fotografías, obras y objetos de Salarrué, acervo cultural que rescató Ricardo Aguilar, quien generosamente lo entregó al MUPI. Voluminoso archivo documental que estuvo semiclandestino en Los Planes de Renderos, soportando durante años, la humedad, las goteras en aquella habitación, vestigio de la deuda que nuestra sociedad aún no salda con la memoria del artista salvadoreño más importante del siglo XX, y seguramente de los siglos por venir. 

* Director y fundador del Museo de la Palabra y la Imagen

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