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Ilustración: Revista Espacio

En ocasión del 15 de septiembre

La cuestión inglesa

R. M. Valdez *

Septiembre 8, 2023

El proyecto político, económico e ideológico de Francisco Morazán ocasionó que la potencia británica se confabulara con aliados locales para capturar, traicionar y finalmente ejecutar a Morzán. En esta nota doy sustento a la hipótesis de que ese magnicidio, lejos de haber sido efectuado por “los costarricenses”, fue fundamentalmente una operación del imperio inglés por medio de su consulado en Guatemala, en procura de intereses estratégicos para cuya consecución Morazán se había convertido en un peligro claro e inminente.

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A continuación, expongo las evidencias que me llevan a cuestionar la historia que generalmente se cuenta acerca de la muerte de Francisco Morazán acaecida en Costa Rica en 1842, por fusilamiento, mientras ejercía como presidente de ese país.

Pongo en valor cuestiones usualmente desconocidas o silenciadas en la mayoría de los estudios y crónicas. Por una parte, el papel dirigente que tuvieron en este episodio varios acaudalados europeos de credenciales antiliberales, residentes y con cargos políticos en Costa Rica, afines a la Corona inglesa. Por la otra, la agresiva expansión territorial del imperio británico sobre Centroamérica durante este período.

Desde antes de la independencia y hasta fines del siglo XIX los ingleses se posesionaron de territorios, islas y aguas centroamericanas en el Atlántico y en el Pacífico, las que eran estratégicas para el comercio, pero, sobre todo, para “la empresa más importante de la época”: la construcción del paso entre los dos océanos y el control de sus rutas de tránsito. El movimiento liberal opuso resistencia a las ocupaciones inglesas empleando un modesto pero variado arsenal que incluyó acciones militares, económicas y políticas. Entre las últimas figuró prominentemente el unionismo, con reiterados intentos de restablecer de manera inmediata la unión política entre los estados de la exfederación. Bloquearon las importaciones inglesas y, en numerosas ocasiones, tomaron las armas. No aceptaron la cesión de Belice, las Islas de la Bahía, La Mosquitia, San Juan del Norte y la Isla del Tigre en el golfo de Fonseca, lo que determinó que el Imperio no otorgara el reconocimiento diplomático ni firmara tratados con la Federación y los “estados del centro” (El Salvador, Honduras y Nicaragua, los más unionistas), como sí lo hizo con los estados “de los extremos” que estaban gobernados por regímenes conservadores y antiunionistas afines a los ingleses: Costa Rica y Guatemala. Divide y vencerás era la sencilla táctica.

Los liberales promovieron un modelo de paso oceánico que no encajaba con la política inglesa. Querían un canal política y militarmente neutral, abierto sin discriminaciones al comercio mundial, sin los fines hegemónicos de las potencias —un “emporio del universo” lo llamó Simón Bolívar. Intentaron que se construyera mediante acuerdos internacionales que no lesionaran su soberanía territorial y política. Hasta fines del siglo XIX Estados Unidos apoyó este modelo y al unionismo centroamericano como forma de contener a los británicos —cosa que después cambió drásticamente. La Federación Centroamericana comisionó los estudios del canal al Reino de Holanda y después a Francia. Los primeros fracasaron por problemas internos en el reino —la revolución Belga— mientras que los segundos fueron bloqueados por la diplomacia victoriana de Lord Palmerston (véase Valdez 2023 para una discusión más amplia).

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La muerte de Morazán ocurrió durante una coyuntura especialmente álgida del expansionismo inglés en Centroamérica. En 1841 Inglaterra, con el apoyo de milicias del reino del pueblo miskitu (afrodescendientes que dominaban gran parte de la costa atlántica), ocupó la totalidad de las Islas de la Bahía de Honduras (Roatán ya estaba tomada) y las declaró colonia inglesa, dependiente, al igual que Belice, de Jamaica. Al mismo tiempo se posesionó de San Juan del Norte —la estratégica entrada atlántica del futuro canal interoceánico. Ante las protestas, los ingleses arguyeron que las Islas de la Bahía ya antes habían sido posesión inglesa y que Greytown (como llamaron a San Juan del Norte) era parte del Reino de la Mosquitia que se encontraba bajo protección inglesa por tratados suscritos con el rey miskitu. Poco antes, al fallecer dicho rey, había heredado sus territorios a su “querida prima”, la reina Victoria.

Los liberales promovieron un modelo de canal interoceánico que no encajaba con la política inglesa. Querían un canal política y militarmente neutral, abierto al comercio mundial, sin los fines hegemónicos de las potencias.

Morazán se encontraba en Lima a punto de embarcarse con su mujer, su pequeña hija y un grupo de fieles oficiales hacia lo que sería su exilio definitivo: Santiago de Chile. Habían sido frecuentes las visitas y las cartas de sus seguidores en las que le pedían que regresara, pues él era el único que podía encabezar la resistencia contra Rafael Carrera —el brutal dictador antiliberal y proinglés de Guatemala— y a las incursiones inglesas que cercenaban grandes porciones del territorio centroamericano. Liberales costarricenses apelaban a su auxilio para derrocar a Braulio Carrillo, un adversario de Morazán que había separado a Costa Rica de la unión centroamericana, por lo que se le rememora usualmente como “arquitecto del estado costarricense”. Después de un prometedor primer periodo presidencial, Carrillo se había declarado dictador y presidente de por vida.

No sin cavilaciones, Morazán había decidido seguir hacia el exilio, era lo mejor. Cambió de opinión cuando recibió la proclama del “supremo director” de Nicaragua denunciando que la integridad y la soberanía habían sido violadas una vez más por el “leopardo inglés”, que tenía “clavadas sus garras sobre las fértiles comarcas de San Juan del Norte”. Canceló el viaje a Chile y con fondos proporcionados por “ilustres americanos” —entre quienes debe haber estado su acaudalada y decidida esposa, María Josefa Lastiri— adquirió un bergantín llamado Cruzador “y demás elementos bélicos para fletarlo en pie de guerra”. (Rodas 1920, 262-264).

De Lima navegó a Guayaquil, donde obtuvo más pertrechos. Desde allí emprendió un desafiante periplo sobre aguas del Pacífico centroamericano hasta que se detuvo en el golfo de Fonseca, lo que disparó las alarmas. Los gobiernos centroamericanos habían expresado su rechazo a las nuevas ocupaciones inglesas, pero trataban de mantener un delicado equilibro con Carrera, bajo cuyo pesado yugo se encontraban. Nada como el retorno de Morazán del exilio para provocar a Carrera y los ingleses.

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El Cruzador se aproximó al lado salvadoreño del golfo y fondeó en la bahía del puerto de la Unión (nombre completo: Puerto de la Unión Centroamericana). Morazán y sus hombres desembarcaron sin encontrar resistencia (el comandante del puerto, un coronel de apellido Aguado, se había esfumado). Luego de un breve recorrido retornaron al Cruzador desde donde “sobre el mágico espejismo del bello golfo de Fonseca” (Rodas 1920, 265), Morazán escribió una extensa carta a los gobiernos de Centroamérica en la que puntualizó la consigna del momento:

La ocupación de una parte de la Costa Norte por un pueblo extraño como el de los «moscos», no podrá verse nunca con indiferencia porque equivale a perder para siempre un terreno que será con el tiempo a la República de gran utilidad; y porque la tolerancia de un hecho de tanta magnitud prepararía otros de igual naturaleza (…) la ocupación del puerto S. Juan del Norte (…) es un golpe de muerte para la República, porque, a mi modo de ver, está cifrada su existencia nacional, la consolidación de un Gobierno y su bienestar y grandeza, en la abertura del gran canal interoceánico por el propio puerto de San Juan. Con iguales motivos a los que han servido para usurpar este puerto, podrían más tarde ocuparse las Capitales de los Estados. (Santana 2019, 52; Rodas 1920, 267).

El Cruzador hizo movimientos dentro del golfo como para confundir al enemigo, antes de salir de nuevo a mar abierto. Emprendió una rápida incursión sobre Acajutla, donde Morazán desembarcó por unas horas, también sin incidentes. La nave giró hacia el sur, con destino, todos pensaban, a Nicaragua. En el camino se fueron sumando embarcaciones con hombres, armas y pertrechos, lideradas por experimentados oficiales centroamericanos y europeos leales a Morazán. Para cuando la flotilla decidió sorpresivamente alejarse de costas nicaragüenses, continuar a Costa Rica y girar hacia el golfo de Nicoya, ya estaba compuesta por cinco embarcaciones: el Cruzador, el buque insignia, los buques Asunción Granadina, Isabel II, Josefa y El Cosmopolita.

En el camino se fueron sumando embarcaciones con hombres, armas y pertrechos, lideradas por experimentados oficiales centroamericanos y europeos leales a Morazán.

Morazán desembarcó en el pequeño puerto de Calderas sin incidentes el 7 de abril de 1842. Braulio Carrillo envió tropas para repeler a los invasores, pero cuando dichas tropas se encontraron con las de Morazán, se fundieron en un abrazo y siguieron juntos la campaña contra el presidente vitalicio, quien cedió la plaza. Morazán fue recibido en San José con amplias muestras de júbilo. Fue nombrado presidente y, poco después, “libertador de Costa Rica” mediante sendos actos legislativos.

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El 17 de julio de 1842 los estados del centro suscribieron la Convención de Chinandega, la que dio origen a la Confederación Centroamericana. Era un pacto defensivo que convocó a liberales y conservadores que coincidían en que había que hacer algo frente a las ocupaciones inglesas —un compromiso de coordinar la defensa de la soberanía y reclamar conjuntamente “al Gobierno de Su Majestad Británica sobre la ocupación que hayan hecho sus súbditos del territorio e islas de la República”. Los ingleses y Carrera bloquearon la Confederación lanzando su propio proyecto de confederación con capital en Guatemala y golpeando militarmente y con reclamaciones económicas a los estados del centro.

Mediante decreto legislativo, Morazán reincorporó a Costa Rica a la unidad centroamericana dos días después de la creación de la Confederación. Recibió autorización para formar un “Ejército de Liberación de Centroamérica”, con el que parece claro que en lo inmediato no pretendía restablecer la unión, sino combatir a las tropas inglesas y miskitu.

Apresuradamente, un grupo de prominentes conservadores costarricenses afines al desplazado Braulio Carrillo y encabezados por el cafetalero español Buenaventura Espinach, se desplazó hacia Guatemala a conferenciar con el cónsul inglés, Frederick Chatfield, a quien entregaron un pormenorizado reporte sobre los acontecimientos del 20 de julio de 1842, donde la asamblea costarricense, por unanimidad de votos, le daba todos los poderes a Morazán para organizar el Ejército de Liberación de Centroamérica. Es en esa reunión donde se planifica la conspiración para neutralizar el proyecto de Morazán de unir a Centroamérica a través de una cruzada militar, acción que frustraría el proyecto inglés de construir el canal interoceánico en San Juan del Norte en Nicaragua, principal motivo que causó la muerte de Morazán. (Palencia 2018).

Ninguna fuente a mi alcance proporciona más pistas sobre la reunión de Espinach con Chatfield y sobre las medidas que el imperio tomó en seguimiento. Sin duda fue una reunión reservada sobre la que se intentó no dejar rastros. Lo cierto es que poco después —estando Morazán organizando el Ejército Centroamericano y revirtiendo medidas antidemocráticas de Carrillo— de entre los dispersos, pacifistas y modestos agricultores costarricenses emergió una poderosa fuerza de 5,000 combatientes (según varios cronistas) que enfrentó a las tropas del gobierno costarricense y a los oficiales de Morazán, ocasionándose mutuamente numerosas bajas, hasta que lo capturaron en su repliegue hacia Cartago, con la falsa promesa de respetarle la vida. El detonante del levantamiento habría sido un malhadado y al parecer inexistente intento de Morazán de reclutar combatientes de manera forzosa para repeler una incursión nicaragüense en Guanacaste. “Jamás se emprende una obra semejante con hombres forzados”, se lee en el testamento político de Morazán. Los costarricenses prefirieron no pelear en Guanacaste —indica sorprendentemente cierta historiografía— y, en cambio, optaron por armar el lío del siglo en contra de Morazán.

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El levantamiento contra Morazán fue encabezado por un militar portugués residente en Costa Rica, el coronel Antonio Pinto Soares. Dice el historiador Ramiro Colindres O. (2007, 44), que Pinto era una figura “estrechamente vinculada con Federico Chatfield, el notorio cónsul inglés”. Rodas subraya que Pinto, “infame portugués, aventurero sin entrañas”, fue quien dio dirección a los insurrectos y quedó “como jefe de aquel movimiento criminal, que no tuvo por principio sino la odiosidad de afuera y la ingratitud y la traición de adentro”.

“Declaro —dictó Morazán en su testamento político— que al asesinato se ha unido la falta de palabra que me dio el comisionado Espinach, de Cartago, de salvarme la vida”.

De credenciales conservadoras y monarquistas, Pinto no sólo lideró el levantamiento, sino que también comandó las tropas que capturaron a Morazán. Dirigió personalmente el pelotón que apresuradamente lo fusiló nada menos que el 15 de septiembre. “¡Toma tu independencia!” debe haber celebrado Chatfield. Para capturar a Morazán, Pinto se valió de la mendacidad de Buenaventura Espinach, el otro europeo en posiciones de poder que tuvo un papel decisivo en los acontecimientos. “Declaro —dictó Morazán en su testamento político— que al asesinato se ha unido la falta de palabra que me dio el comisionado Espinach, de Cartago, de salvarme la vida”.

Después de la ejecución de Morazán, Pinto fue nombrado presidente de Costa Rica por 17 días y “comandante general de las armas” (cargo que ejerció hasta 1844). Sostuvo la plaza mientras remanentes de las fuerzas morazanistas, al mando del francés Isidoro Saget, impusieron un bloqueo naval sobre Puntarenas. El bloqueo de Saget —a quien Espinach convenció de que Morazán estaba a salvo y de que sus hombres no eran necesarios en Cartago— fue desbaratado por naves inglesas encabezadas por el buque Champion. “En su viaje de regreso, el Champion trajo a un representante del nuevo gobierno costarricense a negociar con Chatfield en Nicaragua”. (Rodríguez 1964, 256).

Durante el largo recorrido que, cual calvario, Morazán hizo hacia el cadalso junto con sus compañeros capturados —desde Cartago a San José— se escucharon voces y quejas de vecinos, transeúntes y otros testigos agolpados en el camino. Algunos se acercaron y hablaron con los prisioneros, registraron sus últimas frases. “Querido amigo, la posteridad nos hará justicia”, dijo Morazán al general Vicente Villaseñor. “¡Con qué solemnidad celebramos la independencia!”, ironizó con Diego Vigil.

 “Tranquilícese amigo; no se acongoje: morir hoy o mañana es lo mismo”, le dijo al general Mariano Montealegre, quien llegó a despedirse de su entrañable amigo y a quien entregó “el pañuelo que llevaba sobre su pecho (…) para que se lo llevase” a María Josefa. Notablemente, se encontró con un señor Guevara, que era jefe de sección, a quien llama para decirle: “vea que no se pierdan los papeles de la cuestión inglesa”. (Rodas 1920, 309-314).

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Por el momento, dejo hasta aquí este expediente. Comprendo que es incompleto y que en algunos puntos he debido acudir a un recurso propio de astrofísicos quienes, con el fin de desentrañar los secretos mejor guardados del universo, deben postular evidencias indirectas, conceptos y teorías sobre las que se carece de información empírica, fenómenos que no podemos ver. En mi opinión, sin embargo, hay bases sólidas para que los argumentos que presento sean tomados en serio e investigados en mayor profundidad. Debemos seguir la pista a la reunión de Espinach con Chatfield, a los movimientos y a la carga de la Royal Navy en la zona, a Guevara —el jefe de sección— y a los misteriosos papeles de la cuestión inglesa. Aquel antiguo y olvidado bardo tenía razón: “muchas hazañas hoy cuentan del valiente Morazán, y son los primeros cuentos que veo que son verdad”. 

Entre tanto, la historia usual sobre este episodio debiera ser declarada sospechosa de haber sido fraguada por los victoriosos enemigos de Morazán y Centroamérica.

* Salvadoreño, doctor en ciencias políticas.

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