Cultura/Artículo

Ilustración: Luis Galdámez

El Estado problemático del Salvador

R. M. Valdez *

Diciembre 29, 2023

El Salvador fue, según diversos historiadores, un país escandaloso, alborotador y bochinchero durante los siglos XIX hasta principios del XX, a causa de su impetuosa y vehemente participación en los acontecimientos que afectaban al istmo y amenazaban su soberanía.

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El Salvador jugó un papel singular en los asuntos centroamericanos a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, como lo notan historiadores y cronistas: fue la capital centroamericana del liberalismo y el unionismo, un inclaudicable defensor de la integridad territorial del istmo frente a las ambiciones de las grandes potencias y un activo promotor del canal interoceánico bajo soberanía centroamericana. Con José Matías Delgado a la cabeza lideró la resistencia a la anexión de Centroamérica a México, favorecida por los “aristócratas” guatemaltecos. Slade (1917) dice que «Iturbide envió a Filísola, quien penetró el estado obstinado, Salvador, y después de una sangrienta batalla tomó la capital; pero al saber que Iturbide había sido derrocado, Filísola se marchó precipitadamente». La palabra en inglés que Slade usa para referirse al país es obstreperous (the obstreperous state of Salvador) que también puede traducirse como difícil, escandaloso, bochinchero.1

Squier (1856) remarca que durante la ocupación mexicana «San Salvador, aunque batido en el campo, no era conquistado. Su congreso provincial, aunque errante de lugar en lugar desafiaba a los invasores y se conservaba intacto». Para defenderse de los mexicanos, ese congreso errante solicitó a Estados Unidos, por resolución solemne del 2 de diciembre de 1821, que anexara El Salvador. «No se sabe», afirma Squier, «que el gobierno americano haya dado ninguna providencia sobre esta proposición». Francisco Morazán pidió que sus restos descansaran en El Salvador junto con los de su aguerrida esposa, María Josefa Lastiri. Fue allí donde la causa centroamericanista tuvo la mayor acogida y fuerza.

El consulado inglés en Guatemala —articulador en terreno de los avances imperiales en el istmo durante el siglo XIX— expresó reiteradamente su desprecio hacia el «estado problemático del Salvador», un entrometido que no obstante carecer de costa atlántica denunciaba ruidosamente las ocupaciones inglesas en esa región. Un fuerte contingente de soldados salvadoreños encabezado por Ramón Belloso luchó en la Campaña Nacional de Centroamérica contra la ocupación de Nicaragua por William Walker (1856-1857). En medio de polémicas entre jefes políticos y militares, Belloso, el general de más alto rango de El Salvador, fue nombrado comandante en jefe de los ejércitos centroamericanos aliados contra Walker.

Esta brutal conflagración —que ocasionó una masiva pérdida de vidas y la destrucción de Granada, «una de las ciudades más hermosas del mundo» (Dando-Collins 2008), de las más antiguas del continente y de las más prósperas de Centroamérica— fue acompañada por una epidemia de cólera morbo que diezmó a la población a escala regional. Belloso mismo falleció en El Salvador por esta enfermedad después de que renunció a la comandancia de las fuerzas aliadas bajo críticas de haber dejado escapar a los filibusteros de Granada. El mando de los ejércitos centroamericanos pasó entonces a José Joaquín Mora (hermano del presidente de Costa Rica, don Juanito Mora), quien se hizo acompañar permanentemente por el general salvadoreño José María Cañas Escamilla (un fogueado colaborador de Morazán al igual que Belloso) quien eventualmente se volvió cuñado de los Mora y su compañero de infortunios y destierros.  J. J. Mora murió en el exilio en El Salvador dos meses después del fusilamiento en Costa Rica de don Juanito y de Cañas Escamilla.

Después de la expulsión de los filibusteros, el recién electo presidente de El Salvador, Gerardo Barrios, envió una carta a su colega hondureño, Santos Guardiola, apremiándolo a encontrar nuevas fórmulas para sumar fuerzas entre las «parodias de nación» de Centroamérica y prevenir nuevas debacles. Imaginación no le faltó, sí una estimación más realista de lo que los hondureños y los demás centroamericanos podían digerir, por atribulados que estuvieran. «He andado medio mundo», le escribió a Guardiola, «tanto en Europa como en América, y sé muy bien lo que es nación y gobierno… por tanto, creo que somos el ridículo personificado ante aquellos seres políticos que ocupan el Globo… Podría proponer una sola república», agregó: «pero no desconozco que se despertarán los antiguos celos contra Guatemala, lo que vendría a ser una perturbación peligrosa; por eso hablo de dos repúblicas, una guanaca y otra chapina, para que queden anonadadas las antiguas odiosidades». (Herrarte 1964).

«Puede decirse con propiedad que El Salvador es el alborotador de Centroamérica». Diplomático estadounidense.

El Salvador fue el refugio de muchos exiliados liberales de Centroamérica, aunque con el tiempo México se volvió el principal destino para los guatemaltecos. La invasión estadounidense de Nicaragua en 1912 ocasionó gran agitación en El Salvador y notables protestas del gobierno, que encabezó gestiones muy publicitadas en contra de lo que llamó el «protectorado» instalado por Washington en Nicaragua. Las protestas se extendieron a toda la región instigadas por o siguiendo el ejemplo de El Salvador, lo que llevó a un alarmado diplomático estadounidense a informar lo siguiente a sus superiores: «puede decirse con propiedad que El Salvador es el alborotador de Centroamérica, este es un hecho innegable reconocido por todos los que han vivido en este país.” (Lindo Fuentes, 2019).

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La duradera postura liberal-unionista, «pleitista» y al parecer hasta antiimperialista exhibida por El Salvador desde la independencia es registrada por muchos sin mayor explicación. A continuación, comparto algunas reflexiones al respecto. Pienso que las raíces de este fenómeno se encuentran, por una parte, en la rivalidad que existió desde la colonia entre Guatemala y El Salvador, las dos economías más fuertes de Centroamérica y con los dos tercios de su población. Y por otra, en las características geográficas y demográficas del estado salvadoreño.  

Durante la colonia El Salvador estuvo bajo la autoridad directa de Guatemala, la que extraía rentas de su pequeño, pero económicamente importante vecino, en la forma de impuestos, diezmos y otras cargas. Los salvadoreños se quejaron de estos tributos por los que, según decían, recibían muy poco a cambio. Procuraron aumentar su autonomía, pero fueron consistentemente repelidos por los «aristócratas chapines» para quienes la Intendencia de San Salvador era parte de la periferia de Guatemala, un hermano menor rebelde y tosco al que miraban de menos. El sobrenombre «guanacos» que se da a los salvadoreños les fue calzado —según una difundida versión— por los guatemaltecos, para quienes el término no aludía al camélido de las alturas suramericanas (que nunca existió en Centroamérica) sino a que los salvadoreños eran de fuera de la capital, pueblerinos. Fedina Rivas, un personaje de El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, explica: «son cosas de algún guanaco salado y sin vergüenza, de esos que vienen a la ciudad con las mañas del monte». También denotaba que los salvadoreños eran entrometidos, xutes.

Pese a su importancia poblacional y económica, segunda sólo a Guatemala, El Salvador no tenía su propio obispo. Honduras y Nicaragua, en cambio, poseían organizaciones episcopales independientes. «Esta aparente discriminación», escribe un historiador de principios del siglo XX, fue «probablemente debida a la relativamente tardía organización política de Salvador, su pequeño territorio y su proximidad y accesibilidad a Guatemala». Desde al menos diez años antes de la independencia, los salvadoreños gestionaron infructuosamente la constitución de una diócesis separada de Guatemala. (Williams 1920).

En 1824 el gobierno salvadoreño erigió un obispado en San Salvador independiente del de Guatemala y puso a la cabeza al padre y doctor en derecho José Matías Delgado —el incansable luchador por la independencia, líder de la resistencia a la ocupación mexicana y presidente de la Asamblea Constituyente de la Federación de Centro-América. Las autoridades religiosas y políticas guatemaltecas desconocieron el obispado, reprendieron a Delgado y al gobierno salvadoreño y elevaron el asunto al papa. El Vaticano ya había emitido dos bulas reiterando fidelidad a la corona española y exigiendo a los clérigos que se abstuvieran de actividades independentistas. Sobre todo, ya tenía antecedentes sobre Delgado, quien había encabezado el «Primer Grito de Independencia» de 1811, en abierto desacato a sus superiores. Era el conocido «cerebro director» de los revoltosos.

El papa León XII reprendió dos veces a Delgado y al gobierno salvadoreño sin resultados. Delgado ofició como obispo sin la autorización del papa por casi cuatro años, en lo que fue el primer cisma religioso de las Américas (Ayala Benítez 2011). Finalmente, un nuevo papa, Pío VIII, excomulgó a Delgado, al gobierno salvadoreño y a todos los que habían apoyado al obispado. Con casi toda su dirigencia, intelectualidad y población excomulgadas, el país que glorificaba con su nombre al Salvador del Mundo y cuyo prócer principal era un cura, dio marcha atrás. El asunto agravó los malestares entre ambos países y fue aprovechado por liberales y conservadores «fomentando la división y siendo un motivo más de discordia que se sumaba a los muchos que ya existían, tomando en cuenta el apasionamiento que entre los pueblos producen las cuestiones religiosas». (Herrarte 1964).

«He andado medio mundo tanto en Europa como en América, y sé muy bien lo que es nación y gobierno… por tanto creo que somos el ridículo personificado ante aquellos seres políticos que ocupan el Globo». Gerardo Barrios, presidente de El Salvador 1861-1863.

Ilustración: Luis Galdámez

El liberal El Salvador se volvió la otra cara de la moneda de la conservadora Guatemala. Squier dice que «San Salvador era el pueblo mejor educado y más radical en sus sentimientos que ningún otro de Centro-América». Sin embargo, con el tiempo el país mostró ser más anti guatemalteco que liberal. El testarudo liberalismo salvadoreño era una manera de llevarle la contraria a su prepotente vecino. Al sempiterno «Dios guarde a Ud. muchos años» con que cerraba la correspondencia guatemalteca, la salvadoreña respondía con el lema de la República Federal: “Dios, Unión, Libertad”. Sólo El Salvador conserva este lema en el siglo XXI.

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Jules Michelet solía comenzar sus clases de historia británica con la frase: «señores, Inglaterra es una isla». El destacado historiador francés no redundaba sobre una obviedad, sino proponía una interpretación de su tema a la luz de esa circunstancia, la que así adquiría una significación propia. En una línea parecida podría decirse: «Señoras y señores, El Salvador es muy chiquito, el país más pequeño y sobrepoblado del istmo centroamericano (incluyendo Belice) y de las Américas (excluyendo las Antillas), lo que presumiblemente lo hace hipersensible a toda amenaza de desmembramiento u ocupación. 

País de escasas y muy pobladas tierras, sin regiones ni montañas remotas deshabitadas, nunca otorgó concesiones territoriales a extranjeros. No fue ocupado militarmente por los británicos o los estadounidenses, no tuvo enclaves bananeros o militares como sí los tuvieron Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá. «El Salvador —remarca Lindo Fuentes (2019)— no cabe de manera cómoda en las narrativas del imperialismo estadounidense. En el récord histórico, no se encuentran los elementos tangibles que comúnmente se identifican como marcadores del imperialismo de la época».

Lejos de lo que se podría asumir apresuradamente, el país no tuvo un «régimen político comprador» al servicio de un enclave extranjero. (Munck 1984). En sentido estricto, no fue una Banana Republic. La conformación de un solo estado centroamericano le permitiría escapar de la estrechez de su territorio, sus fronteras serían las del istmo, se abrirían espacios para su pujanza económica y poblacional. Su airada defensa del condominio sobre las aguas del golfo de Fonseca —puesto en entredicho por el Tratado Bryan-Chamorro de 1914 entre la Nicaragua ocupada y Estados Unidos— reflejaba, más que antiimperialismo, una angustia territorial.

Pío VIII excomulgó a [José Matías] Delgado, al gobierno salvadoreño y a todos los que habían apoyado al obispado.

La pequeñez y el protagonismo de El Salvador le valieron que la chilena Gabriela Mistral, quien visitó Centroamérica a principios de los 1930, lo bautizara internacionalmente como el pulgarcito de América. Mistral —ganadora del Nóbel de literatura en 1945 y primera persona de Latinoamérica en recibirlo— sólo difundió este sobrenombre literario, relanzado después por Roque Dalton. El término fue acuñado por el notable escritor y poeta lírico salvadoreño Julio Enrique Ávila (1892-1968) (además de profesor de química y farmacia, autoridad universitaria y gerente de una fábrica de sacos de henequén), quién apuntó memorablemente: «El Salvador es el país más pequeño del continente, el pulgarcito de América. Tan pequeño, tan pequeño es, que podría imaginarse que cupiera en el hueco de una mano». (Gallegos Valdés 2005).  

El país no quería quedar por fuera de decisiones cruciales para la región y para él mismo por no tener costa atlántica. Su economía representaba cerca de un tercio de la actividad de Centroamérica y los puertos del Atlántico canalizaban el grueso del comercio con Estados Unidos y Europa. Tenía mucho que decir. El suyo, sin embargo, no era un antiimperialismo radical (salvo a principios del siglo XIX), sino la protesta de regímenes oligárquicos que no querían romper lazos ni provocar a la potencia. Su actitud reflejaba, como lo pone Víctor Hugo Acuña, una «resistencia calibrada con cautela».

Las motivaciones de El Salvador eran más pragmáticas que idealistas, subraya Carlos Gregorio López (2018). «Basta observar un mapa de Centroamérica para darse cuenta de que … El Salvador ha tenido razones de sobra para apoyar la unión […] Esto era así en el siglo XIX. En el XX, a la estrechez territorial habría que agregar el crecimiento de la población y los problemas económicos que obligaron a buscar “válvulas de escape” mediante la emigración». Al defender la integridad territorial y política del istmo, al promover la creación de un gran estado centroamericano, El Salvador se promovía a sí mismo. 

Referencias:

Ayala Benítez, Luis E. 2011. La Iglesia y la Independencia Política de Centroamérica: el caso del Estado de El Salvador (1808-1832). San Salvador: Universidad Don Bosco. 

Dando-Collins, Stephen. 2008. Tycoon’s War: How Cornelius Vanderbilt Invaded a Country to Overthrow America’s Most Famous Military Adventurer. Cambridge: Da Capo Press.

Gallegos Valdés, Luis. 2005. Panorama de la literatura salvadoreña. El Salvador: UCA Editores.

Herrarte, Alberto. 1964. La unión de Centroamérica. (Tragedia y esperanza). Guatemala: Ministerio de Educación Pública.

Lindo Fuentes, Héctor. 2019. El alborotador de Centroamérica: El Salvador frente al Imperio. El Salvador: UCA Editores.

López Bernal, Carlos G. 2018. Municipalidades, gobernaciones y presidencia en la construcción de Estado en El Salvador, 1840-1890. Universidad de El Salvador.

Munck, Ronaldo. 1984. Politics and Dependency in the Third World: The Case of Latin America. London: Zed Books.

Slade, William. 1917. The Federation of Central America. The Journal of Race Development. Vol. 8, N.º 2, Oct., pp. 204-276.

Squier, George E. 1856. Compendio de la historia política de Centro-América. Paris: G. Gratiot.

Williams, Mary W. 1920. The Ecclesiastical Policy of Francisco Morazán and the other Central American Liberals. The Hispanic American Historical Review, Vol. III, N.º 2, May.

1 Desde la colonia el país fue llamado Salvador o San Salvador. Mediante decretos aclaratorios de principios del siglo XX pasó a llamarse El Salvador, indicándose que debería decirse “de El Salvador” y no “del Salvador”. Muchos lo siguieron llamando como siempre.

* Salvadoreño, doctor en ciencias políticas.

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