Crónica

Potonico:
El plástico nuestro de todos los días

La crisis que flotó en las riberas del embalse del río Grande atrajo la atención de autoridades gubernamentales y diversos actores sociales que viajaron a Potonico, 79 kilómetros al norte de la capital, con la meta de retirar la basura que inunda el municipio de Chalatenango, a donde desembocan los desechos plásticos de los capitalinos.

Eric Lombardo Lemus
Fotografías: Luis Galdámez
Video: Iván Manzano

Octubre 7, 2022

Una brigada multitudinaria protagonizada por personal de distintas instituciones gubernamentales respondió a principios de septiembre al llamado hecho por el tuit presidencial bajo la viñeta “Cero basura”. Unas semanas antes de la orden emitida por el señor Bukele, los residentes de este poblado observaron cómo las lluvias intensas arrastraron más basura de la habitual que reciben desde hace once años. 

El alcalde del municipio, Jacinto Tobar, recurrió a las redes sociales para alertar a las autoridades sobre la acumulación espantosa de plástico flotando sobre las aguas del embalse del Cerrón Grande. 

El resultado fue inmediato porque al municipio apacible llegó todo tipo de voluntarios a recoger lo que pudieran de aquel manto plástico que viaja de un lado a otro a medida que el viento matutino o de la tarde desplaza todo lo que flota. 

Al llegar a las riberas de las llamadas tierras fluctuantes, que pertenecen a la Comisión Hidroeléctrica del Río Lempa (CEL) y que cede a los agricultores y ganaderos, la imagen estremeció a quienes acudieron al lugar o vieron las fotografías de la alfombra de desperdicios. 

“Este problema no es nuevo. Esto viene cada vez que hay lluvias. Las crecientes no sólo traen la basura de San Salvador, sino que también de Chalatenango, y todo lo que baja del Lempa, incluso de Honduras”, dice José Salvador Recinos, un agricultor residente en las afueras de Potonico.

El origen de este poblado data de principios del siglo XVI y está ubicado a 260 metros sobre el nivel del mar. Su nombre, que es de origen precolombino lenca, significa “lugar hediondo” y a principios del siglo XXI sufre una crisis ambiental debido a que la ruta de la basura de desechos plásticos termina nadando en sus riberas.

Durante una incursión a las aguas, la tranquilidad del paraje es rota por el sonido estridente de otro problema que sufre este humedal que es sitio Ramsar desde 2005 gracias a la biodiversidad que posee y que está en riesgo.

Junto a la basura, pululan bandadas de un ave acuática invasora: el pato chancho o pato zambullidor, que es un cormorán Phalacrocorax brasilianus, que empezó a anidar masivamente desde 2013. Hace 20 años eran migratorias. Ahora ya no.

La sobrepoblación de la especie alertó incluso a la Unidad de Vida Silvestre del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) que investigó durante diez meses el comportamiento depredador y registró que consume 35% de los peces en el lago Suchitlán, por ejemplo. 

En las primeras jornadas de recolección de plástico, las primeras bolsas fueron acumulándose en la calle principal que deriva de la carretera Longitudinal del Norte y deja atrás el desvío a San Antonio Los Ranchos antes de serpentear rumbo a Potonico. Unas vacas rompían las bolsas en busca de algo para rumiar.

Un ganadero que trabaja en una de las cooperativas que utiliza las tierras para pastoreo y ganado reconoce que las vacas beben del agua contaminada. “El plástico siempre ha estado pero no se miraba hasta que fue desapareciendo la lechuga”, explica Rigoberto Murillo, mientras supervisa los corrales aledaños al espejo de agua. La lechuga es una ninfa que los lugareños también conocen como cartucho y que crece en humedales, pero acaba secándose por factores como el proceso de eutrofización, el fenómeno que describe la acumulación de residuos orgánicos y que causa proliferación de algas.

En Potonico los agricultores y ganaderos desconocen la razón por la que las ninfas dejaron de crecer hace dos años, pero admiten que su ausencia permitió visibilizar lo que estaba bajo las aguas y que emergió a libre discreción. 

“El 30% de Potonico vivía de la pesca, pero ahora se ha ido abajo porque ya no hay pescado. Mire, cuando esa presa rebalsa con estas lluvias todo se va hacia San José Cancasque, Lempa abajo. A unos amigos les llega aquel botellal al lado de su casa y eso da compasión”, externa el cooperativista Eduardo Navarrete. 

Al acercarse a la ribera los voluntarios que recogen los desechos encuentran sandalias de goma, bolsas de golosinas, trozos de madera, esqueletos de electrodomésticos y toda una familia de botellas plásticas de toda dimensión. Mientras la CEL y los miembros de las cooperativas organizan campañas de recolección, a los ríos sigue llegando la basura de los capitalinos.

La médica de FOSALUD, María Teresa Alvarenga, que participó activamente en las jornadas de recolección en el embalse, recuerda que desde 2017 las cooperativas que usan las tierras fluctuantes de la CEL tienen el convenio de realizar al menos tres acciones medioambientales para la extracción del plástico. 

“Lo que queremos realmente hacer es un llamado a las empresas productoras de estos plásticos porque ellos tienen un compromiso medioambiental, pero ellos no lo están cumpliendo”, sugiere Alvarenga. 

“La dificultad que tenemos es que las empresas que se dedican al reciclaje sí nos agarran el producto, pero nosotros somos quienes lo trasladamos hacia San Salvador y eso tiene un costo. Y ese costo sale del bolsillo de los lugareños”, agrega.

En medio de la coyuntura crítica en Potonico, la organización ambientalista Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada (CESTA) anunció que vuelve a proponer la reducción gradual de plásticos de un solo uso.

Ricardo Navarro, presidente de CESTA, explicó que el proyecto abarca cuatro etapas a modo de ir eliminando el uso de pajillas, removedores, vasos y tapas, hisopos, platos, recipientes, vasos de durapax, envases refrigerados, bandejas de plástico, soportes y bolsas de primer contacto en productos secos, copas, tazas, platos, cubiertos, bandejas térmicas, plásticas y de durapax, y envases PET, que son los que se utilizan para embotellar agua.

“Estamos hablando de la vida de la gente, de todos y todas”, insistió Navarro. 

Las tercera y cuarta etapas son las más ambiciosas porque traza metas a 18 y 24 meses que persigue un Plan de Adaptación Laboral y “reconversión productiva para sustituir los plásticos por alternativas sustentables que permita a los trabajadores y a las empresas adaptarse a las disposiciones de la ley”.

De acuerdo a los cálculos del CESTA, en El Salvador diariamente se recolectan 2 500 toneladas de basura de las que 250 son desechos plásticos. Cada día. 

En medio del frenesí gubernamental originado por la voz de alarma lanzada desde Potonico el Ministerio de Obras Públicas, entre otras instituciones, no desperdició la oportunidad para sumarse a la campaña con el hashtag CeroBasuraSV. “Nadie quiere basura cerca, pero mientras más usamos plásticos y materiales no biodegradables contribuimos a elevar el problema”, publicó la cuenta institucional. 

Curiosamente, la actual diplomática en Washington, la embajadora Milena Mayorga, presentó un proyecto de ley para la prohibición y reemplazo progresivo del uso de bolsas plásticas de polietileno la mañana del lunes 22 de octubre de 2018. Entonces era diputada del partido opositor Alianza Republicana Nacionalista (Arena). 

“La ley de sustitución de bolsas plásticas está en espera! Pero a diputados corporativos la salud y el planeta les vale poco”, escribió entusiasta la exdiputada el 31 de mayo de 2019.
Pero una vez entró la nueva Asamblea Legislativa que controla el partido Nuevas Ideas, la iniciativa de Mayorga, junto con otra emitida por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), fue archivada.  

En las entrevistas ofrecidas a televisoras locales, el presidente de la CEL, Daniel Álvarez, manifestó que en conjunto con la empresa privada, oenegés y voluntarios “estamos realizando la recolección de desechos en el Cerrón Grande”, donde sigue extrayendo toneladas de plástico, pero que no cesa de llegar por las corrientes que desembocan en el humedal.

El informe “Plásticos en América Latina: breve reseña de su producción, consumo e impactos ambientales”, que fue difundido por la organización Gaia en octubre del año pasado, demanda la urgencia porque las empresas productoras de plásticos atenúen el impacto ambiental.

La situación en países como El Salvador es compleja porque el problema es multicausal y pasa por falta de civismo, ausencia de una política nacional de reciclaje y evasión de la responsabilidad de quienes viven de la industria del plástico.

“Hace poco hicimos siembra de 25 000 alevines de tilapia roja, pero al haber más contaminación el alevín (la cría recién nacida de los peces) tiende a morir”, dice el lugareño Luis Ruiz, quien lamenta que la pesca artesanal opera con pérdidas en Potonico.

“Siempre se hacen campañas durante todo el año, dos o tres, con todas las cooperativas sea allá en Suchitoto o aquí en el Cerrón; lo que pasa es que no están documentadas, pero se siguen haciendo. A pesar de todo este esfuerzo todavía no hemos hecho nada, si es que ahí hay miles de toneladas (de plástico) bajo el agua”, sostiene.

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