Crónica

Domingo Tobar, de 61 años, reencuentra su memoria al descubrirse en una fotografía realizada por el periodista sueco Ulf Aneer el 1 de enero de 1982. En la imagen, Tobar, quien en la guerra fue conocido como Melo, porta uno de los primeros fusiles de fabricación belga FAL que tuvo la que entonces era una incipiente guerrilla en el norte de Morazan.

Ellos asesinaron a 42 de mi familia

Un excombatiente del antiguo frente guerrillero, a quien Ulf Aneer fotografió hace 41 años entre los vestigios de las casas destruidas en El Mozote, se reencuentra en aquella imagen cuando fue un joven de 20 años que buscó a su hija entre las ruinas de las casas destruidas y tras la huella de las masacres. Su testimonio, que está escrito en primera persona, muestra el drama de quienes sobreviven la pérdida de sus seres amados.

Eric Lombardo Lemus
Fotografías: Luis Galdámez

Diciembre 2, 2022

Hace 41 años estaba organizado en las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), una de las cinco organizaciones que formó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Recuerdo que desde fines de noviembre de 1981 habíamos interceptado en las comunicaciones los planes del ejército para realizar un operativo de gran escala en la zona norte del departamento de Morazán, que era el bastión de la guerrilla. Por eso el objetivo del recién formado Batallón de Infantería de Reacción Inmediata (BIRI) Atlacatl era destruir todo lo que pudiera servir como base social o de abastecimiento logístico bajo la lógica contrainsurgente de quitarle el agua al pez, como el ejército de Estados Unidos intentó hacerlo en Vietnam del norte. Esa era la meta de la Fuerza Armada salvadoreña con los operativos a gran escala. 

Pese a que circulamos días antes la información entre la población del municipio de Meanguera, que abarca los cantones Guacamaya, La Joya, Cerro Pando y 27 caseríos entre ellos El Mozote, Los Toriles, Ranchería y otros, la gente fue renuente al aviso. De hecho, los lugareños rechazaban la presencia de la guerrilla y fue difícil tener una base social que simpatizó con nuestro objetivo de luchar contra la injusticia social cometida a diario por el ejército contra la población rural. Mientras un grupo de nosotros seguíamos la visión social de la iglesia popular que defendió la teología de la liberación, la mayor parte de los residentes eran evangélicos y siempre fue del criterio que Dios estaba con ellos y el ejército jamás iba a tocarlos porque la Fuerza Armada iba en busca de guerrilleros y no de campesinos. 

El 11 de diciembre de 1981 se hizo realidad la información que habíamos interceptado. Cientos de soldados colocaron un anillo de seguridad que salió desplegado desde la sede de la cuarta brigada de infantería en la ciudad de San Francisco Gotera hacia Meanguera, mientras que el batallón Atlacatl desembarcó en las alturas de Jocoatique para cercarnos desde Arambala.

En medio quedó toda esa población civil que confió en los militares.

Tobar, que pertenece al consejo municipal de Meanguera, desciende del cerro La Cruz, que está en el caserío El Mozote. En la cresta de esa montaña, miembros del batallón Atlacatl agruparon a niñas menores de 15 años. No quedó viva ninguna.

Mi nombre es Domingo Tobar. Me conocen como Melo. Originalmente estuve de alta en la Fuerza Armada antes de incorporarme al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) donde fui fundador de la Brigada Rafael Arce Zablah (BRAZ). 

La mayor parte de mi familia fue asesinada en los hechos de El Mozote. Cuando fue el operativo yo estaba destacado en El Zapotal de Guarumo del lado del río Torola. Pedí autorización a mis mandos para que permitieran venir a los caseríos a buscar a mi familia. Tuve una presión en mi pecho y no estaba a gusto hasta que me dieron permiso. Los mandos guerrilleros me dejaron salir a regañadientes, pero entendieron mi dolor. Así es como salí a buscar a mi familia tres días después de la masacre. Primero me fui al Barrial, que es donde vivía, en el cantón Cerro Pando.

Los asesinatos en el Barrial sucedieron el 13 de diciembre cuando el Atlacatl ya retiró sus tropas. En su lugar, participaron las unidades que montaron el anillo de seguridad alrededor de los caseríos. Un oficial decidió que iba a regresar con las manos vacías. En el Barrial hallé distribuida en tres grupos a toda la familia de mi compañera de vida, pero no encontré a mi hija, que tenía dos años. Tropecé con los cuerpos de sus abuelos, sus hermanos y tíos. ¡Entonces me desesperé porque tampoco localicé a mi mamá ni a la niña! 

De mi familia, que eran los Ramírez Mejía, asesinaron a 42, y de la de mi señora, que eran los Argueta Martínez, fueron 80 muertos. Cuando los soldados mataron a mi compañera, María Santos Argueta Martínez, tenía 19 años. A ella la conocí quinceañera y cuando cumplió 18 fue que tuvimos a la niña, que se llamó Teresa de Jesús Argueta Tobar.

No me di cuenta cuando el periodista sueco me hizo la foto. Yo venía de todos los lugares donde masacraron por igual a mujeres embarazadas, niñas, bebés, ancianos. Anduve en todos los mataderos, por así decir. Pasé años sin poder cerrar los ojos. Al ir a dormir y cerrar los ojos veía los cuerpos desfigurados, los rostros de las niñas violadas, la gente quemada, los huesos. No, no pude dormir durante años. En la guerra siempre busqué estar ocupado a la hora de acostarme. No le deseo ese dolor a nadie. 

Después de andar entre caseríos, finalmente hallé a mi mamá en Llano Alegre, en Osicala. ¿Estaba viva! A penas pudo caminar y tuve que arrastrarla prácticamente por las veredas mientras seguí buscando a mi niña. Recuerdo que tuve que pasar por la calle principal de El Mozote y mi mamá se desmayaba al ver a los lados. Los perros iban con pedazos de mano en el hocico o estaba el esqueleto de algún finado. Pero lo peor estuvo en el cerro La Cruz, detrás de la ermita. Allá llevaron a las niñas menores de 15 años. Nunca entendí cómo pudieron hacer esas brutalidades. Es que nadie cuerdo puede violar sistemáticamente a niñas, mutilar, decapitarlas y todavía tener el esmero de labrar ramas del árbol de Guarumo para simular miembros de hombre y eso le metieron a las niñas. ¡Niñas! ¡Eran niñas, por Dios!

Melo visitó la cueva El Murciélago que está escondida bajo un enorme farallón en el cantón la Guacamaya. Durante años ese fue el estudio de la Radio Venceremos, la emisora emblemática de los rebeldes entre 1980 y 1992.

Mi mamá logró llegar hasta el campamento de refugiados de Colomoncagua, en Honduras, donde la dejé porque yo debí regresar al frente. Nunca encontré a mi hija y cuando concluyó la guerra la reporté como secuestrada porque supe que a una tía por el lado de mi mamá el ejército se llevó a tres niñas y tres niños. Ninguno de ellos apareció en los grupos familiares donde encontré muertos. 

En tiempos de paz, el Estado continuó buscándola y un día encontraron una joven en Canadá con las características de mi hija. Yo estaba ilusionado con esa posibilidad. Pensé que mi hija sobrevivió. Pero fue una alegría pasajera porque no coincidimos con el ADN. Ella era de un caso de secuestro diferente que sucedió en Carolina, al norte de San Miguel, años atrás, cuando un guardia robó una niña a una pareja que era muda. Debido a que ellos no quisieron regalarla, los mató y se la llevó en la mochila. Su mujer, que era estéril, le había encargado que le trajera un niño o niña si encontraba uno abandonado en los operativos. Este guardia aprovechó el conflicto para robarla. Pero luego no cubría las necesidades y la mujer le dijo que se deshiciera de la pequeña porque necesitaba leche, pañales, y que no vivía del aire. Así es como fue a donde un vecino que era coronel, que sí agarró la niña y se fue a España en medio del conflicto y se la llevó. No sé cómo ella hizo su vida en Canadá, que es desde donde vino a buscar sus orígenes. Al menos, ella sí pudo reencontrarse con su familia. 

En mi caso, hace cinco años surgió una versión de los investigadores del Estado a raíz de que hablaron con uno de los miembros de los batallones del ejército, donde manifestaron que un amigo reconoció que esa niña era mi hija y la metió en su  mochila.

Pero dice el testigo que cuando llegó a una casa donde estaban matando a una familia de once miembros (mamá y papá, y niños de sexo masculino, pero más grandes que mi hija), resulta que encontró a un oficial a cargo. 

–Y vos para dónde llevas esa niña –le preguntó enojado.

–Es de un amigo y yo la voy a llevar. Los niños no deben nada. Yo estoy preparado para darme con la gente armada. No con los niños –le respondió. 

Y dicen que al teniente le cayó mal lo que dijo mi amigo.

–Si te emboscan de aquí para allá en el camino ¿cómo vas a hacer con ella? Te va a servir de estorbo. ¡Tirala ahí que la vamos a matar! –gritó el oficial. 

Entonces se cree que la asesinaron con los otros niños de esa otra familia. Y por eso quedó en otra casa y no pude encontrarla. Es así como hace cinco años firmé que está muerta a raíz del comentario del soldado de esos batallones que daba fe que la llevaba, pero que un teniente lo obligó a tirar a mi hija. 

Con la versión de él se suspende la búsqueda y piden que firme para dar por cerrado que está muerta. Tuve que rehacer mi vida y seguir adelante; aunque la llevo en mi recuerdo. 

Uno como desmovilizado aprendió a curarse la mente manteniéndose ocupado y siguiendo la lucha por los derechos y las necesidades de todos los que pelearon y terminaron abandonados por los dirigentes corruptos. En las filas conocí a mi actual compañera. Recuerdo el día que le pedí permiso a su papá y él me dijo: ella debe tomar la decisión. Y así rehice mi vida y formé una nueva familia, y seguí curándome los recuerdos. 

Ahora integro el consejo municipal en Meanguera, que dirige un joven alcalde que creció como refugiado en Colomoncagua. Él es hermano de combatientes del Frente y salió adelante estudiando en la universidad, trabajando como fiscal. Si usted mira quiénes trabajamos en esta alcaldía con la bandera de Nuevas Ideas se da cuenta que todos pertenecimos a las filas guerrilleras. Y estamos acá porque seguimos en la lucha más allá de los colores políticos.

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