Crónica

La nueva realidad en esta zona del norte de Morazán transcurre entre la tranquilidad de los parajes y la sobrevivencia cotidiana de los lugareños.

El Mozote: Segunda entrega

Meanguera, reconciliar el presente

El municipio que sufrió la peor atrocidad cometida por un ejército contra población civil en la segunda mitad del siglo XX sigue su vida cotidiana por encima de las deudas que el Estado todavía tiene pendiente saldar. Desde hace 30 años, cuando los actores del conflicto firmaron el acuerdo de paz, la población buscó la mejor manera de sobrevivir mediante la autogestión y la experiencia acumulada gracias a la organización social.

Eric Lombardo Lemus
Fotografía: Luis Galdámez

Diciembre 16, 2022

Ubicado a 191 km al noreste de San Salvador, hace 41 años fue el proscenio del horror debido a los operativos ejecutados por el ejército utilizando al batallón Atlacatl como punta de lanza. Sin embargo, el ritmo diario y la estética de los vecindarios actualmente contrasta con los recuerdos de quienes conocieron alguna vez estos parajes durante la guerra civil.

La fotografía de los caseríos otrora lugares fantasmas con calles maltrechas y chozas derruidas quedó en el pasado porque a medida se avanza por la carretera principal hacia el pueblo de Perquín, por ejemplo, el visitante encuentra viviendas edificadas emulando el estilo arquitectónico de los vecindarios estadounidenses de Virginia o Maryland. A la sombra de amplios follajes, resaltan restaurantes que ofrecen panorámicas a las montañas que señorean estos lugares escarpados mientras bajan y suben vehículos todo terreno por las vías principales. 

El paisaje que ofreció la guerra está en el pasado, pero las necesidades sociales siguen ahí.

En el caserío El Mozote son pocas las viviendas que todavía permanecen en ruinas tras la masacre de hace 41 años.

Justino Vigil encabeza el consejo municipal de Villa Meanguera, el municipio al que pertenece El Mozote y los caseríos aledaños, donde trabaja como alcalde con el objetivo de gestionar las necesidades que requieren los habitantes que residen en los cuatro cantones que abarcan una extensión cercana a los 48 km².

Vigil, que fue electo alcalde bajo la bandera del partido Nuevas Ideas, pertenece a la generación conocida como la del “18 de noviembre” porque es la fecha de retorno del último grupo de refugiados en Colomoncagua que regresó a El Salvador en 1989. En su familia no faltan miembros que militaron en las filas rebeldes. Su padre, de hecho, cayó en combate en un enfrentamiento con el ejército y sus hermanos son reconocidos veteranos de guerra que pelearon al lado de la ex guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). 

“Soy de la opinión que a las nuevas generaciones hay que indicarles que El Mozote fue un momento histórico de 1981 y que fue una situación social concreta que estaba viviendo nuestro país cuando se dio el acontecimiento más grande en América Latina contra población civil”, reflexiona Vigil, abogado de profesión y que dejó su trabajo como fiscal para dedicarse a gestionar las necesidades de Meanguera.

Meanguera fue fundada el 7 de marzo de 1640 y alberga un templo católico que nunca pudo ser blanco de los ataques aéreos.

La Villa Meanguera, que data del 7 de marzo de 1640, es un poblado pequeño que se caracteriza por albergar una iglesia colonial que sobrevivió los bombardeos de la Fuerza Aérea. Su nombre de origen potón significa “ciudad de los chalchihuites” debido a que su orografía alberga jadeíta, material muy utilizado por los pueblos originarios lencas.
 
El alcalde Vigil dice que su gestión municipal apuesta por gestionar las necesidades que demanda una población en abandono crónico, pero también echando mano del interés de quien emigró al extranjero y quiere reencontrarse con su terruño.

“Sigo con la tónica de que haya un poco de reconciliación porque las nuevas generaciones no deben llevar el resentimiento de las cosas, sino que deben superar poco a poco (…) desde la municipalidad vamos dando ese mensaje de paz y reconciliación para que no haya tanta discordia entre quienes vivimos ahora. Creo que la juventud va entendiendo cómo se deben ver las cosas ahora”, añade Vigil.

“Recuerdo que recién pasada la guerra seguíamos con mucha confrontación y los jovencitos miraban  a un militar como un enemigo. Pienso que estamos en otro momento de la vida. Por ejemplo, he tenido plática con tres originarios de Meanguera y de La Guacamaya , pero que emigraron y han crecido económicamente en EE. UU., y ven el crecimiento de la infraestructura en El Mozote y la posibilidad de invertir privadamente”, relata.

Los habitantes que residen en los cuatro cantones que abarcan una extensión cercana a los 48 km² viven de la agricultura, el comercio y un incipiente mercado turístico.

Durante un recorrido por los caseríos aledaños que sufrieron hace 41 años crímenes de lesa humanidad, el acceso asfaltado actual que baja hacia las honduras de La Guacamaya dista de los senderos tortuosos de antaño. 

Genaro, quien fue un internacionalista mexicano que ofreció 12 años de su vida en este país, reconoce inmediatamente el lugar que recorremos como uno de aquellos escampados donde la antigua guerrilla instaló uno de sus campamentos. 

“Por todas estas montañas íbamos y veníamos. Más abajo está ‘El escondido’, que es desde donde transmitió la Radio Venceremos”, anticipa cuando observa el trabajo afanoso de un grupo de obreros que levanta una casa estilo victoriano. La silueta de la vivienda ofrece al menos tres niveles, una terraza hacia el cerro Cacahuatique y un espacio enorme que improvisa un parqueo donde los hombres descargan materiales de construcción.

El empresario José Alain Márquez, que pertenece a uno de los grupos familiares masacrados en El Mozote, decidió invertir en su pueblo natal construyendo una amplia residencia para promover el turismo.

Al paso sale un hombre sonriente llamado José Alain Márquez. Su apellido remite inmediatamente a un nombre importante en el caserío El Mozote: la familia de don Israel Márquez, cuya vivienda, que está frente a la plaza principal, fue reducida a cenizas hace 41 años. 

“Sí, era mi tío. El padrino Lelo, le decíamos”, dice su sobrino, que ahora es un próspero empresario que reside en New Jersey, pero decidió venir a su tierra de origen al escuchar el discurso de Nayib Bukele durante una reunión con los salvadoreños que residen en Estados Unidos.

“Nosotros vivíamos en una propiedad que está acá al lado y que era un mezcalar donde nosotros hilábamos para ir haciendo cuerdas. De eso vivíamos. Pero en diciembre de 1981 corríamos a escondernos mientras los aviones pasaban bombardeando cerca de esas montañas que están al frente”, recuerda Márquez al tiempo que señala al horizonte.

“Recuerdo que habíamos construido un hueco grandísimo donde nos metíamos cuando el avión pasaba bombardeando cerquita. Pero, después de ver que el avión ir y volver, ir y volver, mi papá dijo: no, ya no regresamos más”, añade José Alain.

Toda esta familia salió una semana antes de la masacre en El Mozote. Él tenía 9 años cuando su padre tomó la decisión que salvó a todos, menos a la familia de su tío Israel. 

Genaro, internacionalista mexicano, visitó La cueva del murciélago, en el farallón donde estuvo escondida la Radio Venceremos.

El imponente monumento erigido a las víctimas de El Mozote, en la calle hacia La Guacamaya, ofrece un homenaje a los mártires que abogaron por la lucha no violenta como Mahatma Gandhi, Martin Luther King, bajo la sombra de la silueta de una familia.

José Alain explica que residió en San Miguel hasta que a los 18 años lo enviaron hacia EE. UU. donde logró establecerse tras mucho esfuerzo y ahora dirige tres empresas en Carolina del Norte y New Jersey.

“Pasé 32 años en EE. UU. y nunca se me ocurrió invertir acá, pero lo decidí porque empecé a seguir a Bukele y estuve en varias reuniones privadas y observé su forma de expresarse y leí su historia. Eso hizo que lo viera como un buen candidato y ahora confirmo que está haciendo los cambios que me interesan bastante”, dice este empresario originario de los caseríos aledaños a El Mozote. 

“Por eso decidí invertir aquí porque antes no lo podía hacer, pues mi mente era allá. Nunca pensé en regresar al país. Ahora eso cambió. Una parte de esta casa que construyo será un Airbnb para clientes que vendrán atraídos por la oportunidad de dormir con estos paisajes”, explica.

La nueva realidad en esta zona del norte de Morazán ofrece esas sorpresas actualmente.

Entre la tranquilidad de los parajes de antaño se cuela el sonido de obras de construcción y el ronroneo de los autos que ahora circulan con regularidad. La huella de los hermanos lejanos es predominante en todos estos caseríos y cantones quizás olvidados del Estado, pero que siempre están en la mente de quienes emigraron al extranjero con el único sueño de reunir dinero para construir la casa que soñó. Y eso lo reconocen en la alcaldía municipal de Meanguera.

“Estamos contentos porque los inversionistas residentes en el exterior van a multiplicar. Nosotros como municipalidad estamos generando las condiciones para que se conozca la historia de lo acontecido y no para recordarlo con tristeza, sino  para que no se vuelva a repetir lo que pasó”, reflexiona el alcalde Vigil. 

El alcalde Justino Vigil pertenece a la generación conocida como la del “18 de noviembre (de 1989)” porque fue cuando regresó el último grupo de refugiados de Colomoncagua a El Salvador.

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