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42 aniversario del asesinato de Óscar Romero

Foto: Luis Galdámez

San Romero en un poeta, un lienzo peregrino y la intervención urbana

Eric Lombardo Lemus

Marzo 25, 2022

Un nombre se repite como una voz retumbante en las historias de un escritor y dos artistas plásticos. Los tres son vidas disímiles que acaban encontrándose en sus ideas debido a la influencia que ejerce el legado de un pastor que trascendió más allá de su asesinato.

En torno a la Catedral Metropolitana de San Salvador, hay toda una suerte de vendedores de artículos alegóricos al hombre que yace enterrado en una cripta. En medio del ruido y el caos del centro capitalino destaca una melodía que lleva por título El padre Antonio y el monaguillo Andrés.

La voz del cantautor panameño Rubén Blades sobresale de un kiosco improvisado que ofrece música en cualquier formato. Adentro, una joven vendedora sonríe al ver que atrapa la atención de algún transeúnte que ha identificado a Blades y se detiene a preguntar por la melodía.

La memoria del hombre abatido por un francotirador mientras oficiaba en el altar evoca insospechados sentimientos en un pintor, un poeta y el mejor interventor artístico callejero de El Salvador.

Óscar Romero fue declarado oficialmente mártir por el Papa Francisco en febrero de 2015 y fue canonizado como santo en octubre de 2018 junto con el Papa Pablo VI.

Detrás de la imagen de ese sacerdote adusto que es retratado cejijunto con una sonrisa afable hay una infinidad de testimonios que dan cuenta del impacto que hizo en sus vidas. Y sorprende la forma en que llegó a personas tan disímiles como coincidentes cuando se trata de hablar de Óscar Arnulfo.

El poeta

Foto: Luis Galdámez

Jorge Vargas Méndez es un reconocido poeta, ensayista y educador que lleva décadas bregando contra el olvido en infinidad de proyectos de gestión cultural y recordado por su participación en el círculo literario Xibalba, en el seno de la Universidad Francisco Gavidia.

Pero pocos conocen que este hombre de cabello ensortijado y bigote inconfundible, cuando adolescente estuvo al lado del pastor, siguiendo sus pasos y consejos. 

“Conocí a monseñor Romero a mediados de 1977 pocos meses después de que fuera nombrado arzobispo de San Salvador”, relata Vargas.

Jorge originalmente llegó a jugar fútbol los fines de semana vistiendo la camisa del Club Deportivo Estrella del barrio San Sebastián de Ciudad Delgado. El Instituto Técnico Ricaldone abrió sus instalaciones al Centro Juvenil Salesiano.

“Cada vez que jugábamos debíamos escuchar una charla y atender una misa, y eso me empezó a atraer más que el fútbol que lo fui reemplazando a medida me hice amigo de los catequistas”, recuerda.

“Así fui incorporándome al grupo de catequistas en un grupo juvenil salesiano y monseñor Romero solía visitarnos. Cuando llegó por primera vez a darnos una capacitación sobre temas relacionados con la formación catequística -como se dice en buen salvadoreño- me le pegué”, dice Jorge con una voz ceremoniosa que aún guarda cierto atisbo eclesiástico.

“Yo era un adolescente de 16 años. Desde ahí fue frecuente que lo buscaba donde él estuviera y él como un gran pastor me atendía hasta que se fue formando una gran amistad entre él y yo a finales de 1977”, recrea con alegría.

Pero también trae a cuenta un episodio muy aleccionador como deshonroso para un joven que veía todo alrededor con ingenuidad y era inconsciente de los abusos de los cuerpos de seguridad.

-Sí tengo varios recuerdos de Monseñor. Quizás los que más sobresalen es uno a raíz de una amenaza que recibió… 

– ¿Qué sucedió?

– Pues en una de esas nos vimos temprano a la mañana siguiente de una de esas amenazas y yo con la ignorancia e ingenuidad de un cipote de 16 años me le acerqué. Había catequistas, sacerdotes, muchas personas que estaban huyendo hacia Guatemala. Y nosotros en la comunidad no enterábamos de todo eso.

Jorge toma una bocanada antes de seguir con aquel recuerdo.

-Yo en mi ingenuidad le dije: mire, monseñor, en lo que se pide una investigación al gobierno para saber de dónde proceden esas amenazas, ¿por qué no se va un tiempo para Guatemala? Recuerdo que monseñor se quedó viéndome y caminó lentamente hacia a mí y me puso su brazo con firmeza en el hombro antes de responderme con severidad: “Un pastor nunca abandona a sus ovejas. Dios tiene un plan para mí y lo voy a obedecer”.

Jorge aun revive esa sensación.

-Yo quería desaparecer en ese momento. Sentí una gran vergüenza porque también me habló de las personas que tienen poca fe y se molestó.

Jorge Vargas siguió trabajando con un grupo de catequistas los siguientes tres años junto a los proyectos del arzobispo, pero tras el magnicidio, suspendieron todas las actividades juveniles y, poco a poco, quienes estaban en el grupo eclesiástico sufrieron amenazas, persecución e, incluso, atentados mortales.

Jorge sobrevivió a esa etapa oscura que le destruyó emocionalmente y  sobrellevó el miedo a ser uno de los próximos blancos de la represión.

“Fueron años muy tristes porque perdí a todos mis amigos, los catequistas fueron desarticulados e, incluso, recibí una amenaza donde me advirtieron que no pusiera pie dentro de un templo católico”, reconoce. “Monseñor Romero aparece en mi obra literaria hasta 1994 cuando gané un certamen literario en Mazatenango y exijo que le pongan su nombre a una calle y empiezo a superar mi silencio”, reconoce.

A fines de 2021, Vargas Méndez publicó Monseñor Romero y los idus de marzo donde testimonia sus vivencias y exorcizó sus viejos miedos.

El lienzo peregrino

La foto de Luis asomando detrás de un óleo en gran formato en medio de la Plaza de San Pedro previo a la ceremonia de canonización de Romero arqueó los ojos de quienes conocen al autor.

“El artista visual y amigo, Luis Lazo Chaparro, hoy en la audiencia con el Papa. Sostiene un lienzo que realizó meses antes de la canonización y se llevó a Roma. Felicidades, Luis”, dice uno de los textos que fue yendo por las redes sociales. Aquella era una pieza de 90x150cm en auténtico peregrinaje.

Unos años atrás, Lazo Chaparro, un artista visual en constante investigación, decidió salir de San Salvador e ir a un lugar en medio de la cordillera Jucuarán-Intipucá.

Dentro de aquel pequeño claustro, Lazo Chaparro pudo reencontrarse y profundizar más allá de la orientación católica que delinea parte de su obra compuesta por santos y arcángeles.

Es ahí donde llegó cierta epifanía que empezó con un boceto y finalizó con una tela que peregrinó hasta el otro lado del atlántico en una suerte de metáfora como la que vive el artista cotidianamente en busca del reconocimiento en su tierra de origen, del ciudadano que quiere la verdad por encima de los secretos más deleznables o del llano deseo por saber si todavía hay derecho a pensar diferente en El Salvador.

Sin embargo, para un artista visual como Luis Lazo, quien se autodefine como neofigurativo, la conexión inicial de ese sueño peregrino surgió cuando Paulita Pike del grupo de cultura romeriana le comenta un hallazgo incómodo: en la cripta de Catedral solo hay un afiche con el retrato del profeta mártir. Ahí surgió la primera comisión para elaborar un retrato de Óscar Arnulfo. Y esa comunicación lo llevó a la otra idea que plasmó en una obra de arte y terminó viajando a Roma, madrugando con un pergamino enrollado bajo su brazo en la Plaza de San Pedro y luego destacando en una audiencia que ofreció el papa Francisco a los peregrinos salvadoreños en el auditorio Pablo VI en Ciudad del Vaticano, y de regreso, alojado en el Centro de Arte para la Paz, en el cálido poblado de Suchitoto, donde yace ahora la obra de arte.

Desde adolescente, Luis descubrió su pasión por la pintura y comenzó tomando clases de dibujo a cargo de Miguel Ángel Polanco entre 1976 y 1978; luego, estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana en México en 1979; dibujo y pintura con la maestra Rosa Mena Valenzuela, a principios de los ochenta; cerámica en el taller del guatemalteco Alfonso Mirón y dibujo en la Academia de Arte Lorenzo de Médici de Florencia, Italia, hacia 1987.

“La falta de educación es más claro en estratos de la sociedad que han tenido más al alcance la educación…”

Las temáticas en la obra de Luis están en esa permanente oscilación que incorpora por igual las técnicas al óleo, acrílico, mixta, al temple o crayola sobre tela o panel de madera, así como incursiones en la escultura con materiales como cerámica, madera reconstruida, la instalación y el performance. A pocos les extraña escuchar sus inclinaciones romerianas. Es parte de su naturaleza. Aunque esa experiencia penitente también le llevó a asentar sus ideas pictóricas.

“Uno reflexiona mucho, de cómo aún en estos lares, el artista no es valorado”, opina.

“La falta de educación es más claro en estratos de la sociedad que han tenido más al alcance la educación, es un mundo de tecnócratas que saben muy bien su trabajo; pero de cultura en general (sufre) mucha ignorancia y (tiene) muy poca sensibilidad…”, añade

“Con esta situación, seguir la vocación artística es de valientes. Casi una decisión heroica, pues no se trata solo de expresar los más profundos sentimientos y convicciones en una obra de arte; se pretende también contribuir al cambio de actitud; de ser superficiales a comenzar a ser contemplativos ante la naturaleza, las ideas de los otros, al arte, a las necesidades de los otros”, manifiesta este artista con la convicción de que la indagación es una regla en su vida.

Foto: Giuseppe Dezza

“Esa vuelta que me di, con esa pintura de San Romero de América bajo el brazo, representa esa peregrinación aventurera de los artistas por el mundo”, concluye.

La intervención urbana

Foto: Giuseppe Dezza

A un costado de la Catedral resiste el mural de un sacerdote con mirada amigable.

Es un pastor de lentes con molduras rectangulares que siempre aguarda a que llegue alguien a su lado. Desde que aquella imagen fue pintada el 24 de marzo de 2017 por Cristian López han sido innumerables quienes se han llevado una postal como testimonio de ese trabajo hecho originalmente como una intervención artística pasajera.

Pero los designios de un artista son indescifrables cuando su obra llega al público sin ninguna mediación.

“Mi miedo era que el mural solamente durara unos días sin que alguien lo destruyera, pero la sorpresa que me he llevado es que se ha respetado”, valora este joven que nació en las faldas del volcán Chichontepec, pero que encontró el calor familiar entre sus abuelos paternos que lo educaron.

“La obra es un lenguaje visual que también hace recordar a monseñor Romero al lado del pueblo. El objetivo era que estuviera esa relación con las personas que pasan, que van a trabajar o vienen a pasear y -de repente- se encuentran con una imagen escultórica a escala natural como con una persona que está ahí de pie,  que destaca por su sotana negra en el fondo blanco. Era lo que quería al hacer una imagen de frente, que sorprenda a los transeúntes y que así la gente interactúe con ella”, describe Cristian.

Todo empezó cuando pintó un mural en la parte trasera de Catedral. Mientras lo  finalizaba, una persona que trabaja con la iglesia lo contactó con el padre Francisco Góngora, quien está a cargo del templo, y a partir de ahí siguieron varias comisiones pictóricas que desembocaron en la producción de retratos en gran formato de San Romero de América. Las nuevas tareas le llenaron emocionalmente porque Cristian creció en una familia romeriana donde la voz dominante la ejerció su abuela Francisca Molina.

“Ella siempre ha velado por los más necesitados y aunque no tenga nada siempre comparte lo poco que tiene. Esa es una de sus principales enseñanzas”, resalta.

“Ella reconocía que monseñor tuvo una mente revolucionaria como lo hizo Jesús en el sentido de que está en contra del maltrato y a favor de la lucha por los derechos humanos. Ella siempre me decía cuando lo escuchaba en la radio que su prédica era alentadora, pero también advertía que lo iban a asesinar porque  defendía el pueblo”, lamenta.

Oriundo de un humilde poblado llamado Ciudad Barrios, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto de 1917. Su llegada al episcopado fue el clímax de una vida marcada por tempranas inclinaciones religiosas que lo llevaron a ingresar muy joven al Seminario Menor de San Miguel con los padres claretianos.

En 1942 fue ordenado sacerdote en Roma y nombrado titular de la Arquidiócesis de San Salvador en 1977 tras una activa vida eclesial.

Desde su prominente posición episcopal, sus homilías dominicales se fueron convirtiendo en alegatos apasionados a favor de los pobres y denuncias contra la violencia que imperaba en El Salvador, que acarreó muchas amenazas de muerte hasta que fue eliminado por un francotirador el 24 de marzo de 1980.

La admiración y el temor a que algo le sucediera fue una de las certezas que tuvo doña Francisca, ahora de 75 años, y desde siempre se convirtió en el profeta de la familia.

Cristian manifiesta que no se considera religioso, pero sí profesa una confesión romeriana gracias al ejemplo que le brindó su abuela y a una sucesión de acontecimientos donde el mismo arte lo llevó al camino de la iglesia, y donde el apoyo misionero del padre David Scott Blanchard, quien identificó su inclinación artística, fue clave para que su vida tuviera un giro.

El padre de Cristian emigró a EE. UU. en busca del trillado sueño americano y él debía seguir esa ruta. Pero el padre Blanchard le planteó una encrucijada.

Foto: Giuseppe Dezza

“Me dijo que todos los salvadoreños que van a los EE. UU. regresan igual. Regresan con dinero, hacen sus casas, consiguen un carro, pero no cambian de pensamiento. Son raras las que cambian”, recuerda.

En lugar de ayudarle a emigrar, el sacerdote gestionó una beca para que estudiara.

“Para mi él fue un padrino que siempre creyó en mi porque fue el primero que me dijo que yo era artista”, reconoce Cristian.

“Muchas personas a veces lloran al ver los retratos que he hecho de los mártires San Romero y Rutilio Grande (en El Paisnal). Eso es una satisfacción que me llena el corazón porque siento que estoy haciendo algo a través de mis manos. Estoy plasmando imágenes que tienen esa comunicación con ciertas personas más allá de lo superficial y llegó a lo espiritual. Eso me llena más”, dice con  sosiego.

Odiado y admirado, Romero fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Georgetown, EE. UU., en 1978; fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979 y fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lovaina, Bélgica, en 1980.

El año de su asesinato, la Iglesia Católica contabilizó que en los primeros tres meses más de 900 civiles habían sido asesinados por cuerpos de seguridad o grupos paramilitares. El discurso de Romero denunció cada abuso.

Así que el día que sus enemigos supieron que que iba a oficiar la eucaristía en memoria de Sara de Pinto encontraron una oportunidad que no podían perder.

El funeral de Mons. Romero termina con otra masacre en l plaza civica.

Foto: Luis Galdámez

Sus últimas palabras durante el servicio fueron proféticas.

“El que quiera apartar de sí el peligro, perderá su vida. En cambio, al que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, éste vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere.

“Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo.

“Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por Doña Sarita y por nosotros”.

En ese instante estalló el disparo. Una bala explosiva le atravesó el pecho matándolo instantáneamente. Lo demás es historia.

Marzo 27, 2022

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No, mis palaras no son para quienes ostentan poder, para eso tendrían que desear leer y tener oídos para escuchar, pero ahorita están muy ocupados tomándose la foto del recuerdo, sonrientes y orgullosos del decreto solicitado y servido en tiempo récord.

Marzo 13, 2022

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Aquella casa que muchos conocimos y pasamos inolvidables momentos, en los Planes de Renderos, camino a la Puerta del Diablo, donde vivía rodeado de sus antigüedades, artesanías, pinturas y un largo etcétera de cosas curiosas…

Marzo 11, 2022

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Una Metáfora de la Identidad, una obra de Herbert Polío

La inquietud de experimentar, modificar y manipular una imagen partiendo de la realidad me lleva a “fusiones” donde exploro a través de la sobre posición de imágenes

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