Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

El guardia que fue periodista

Rigoberto Chinchilla *

Enero 27, 2023

Deseó llevarse todo. Las libretas que coleccionó de su pasado y que hoy hablan de su presente, algunos libros, una vela y cerrillos, tabaco, una botella de ron porque un cartón de cerveza ocupa demasiado espacio y los recuerdos para continuar escribiendo… y los lentes para ver su  soledad y por si le toca el infortunio de comprobar que hay vida después de la muerte.
Maximiliano Rodríguez Mojica, a quien se le debe acuñar la definición “La vieja guardia periodista” para referirse a aquel grupo de reporteros al que perteneció junto a Roberto Aldana, fue una generación empírica, sin formación académica, que alternó el reporteo del acontecer diario espiando al servicio del régimen. Puede decirse que ellos fueron los pioneros en comparación a quienes ahora se dedican a lo mismo, salvo que utilizando otro tipo de herramientas y recursos digitales. 

Rodríguez Mojica originalmente perteneció a la benemérita Guardia Nacional donde llegó a ser sargento, usó casco de hierro, enfundó polainas de cuero negro,  portó caramañola y aprendió cómo utilizar el fusil G-3. También observó cómo sacaban las tripas a los campesinos que exigían sus  derechos o eran condenados porque trataron de organizarse. En su juventud, dijo ser amigo del polémico general José Alberto “el Chele” Medrano y siempre admiró la mano fuerte de quien gobernó El Salvador en los años 30. Tenía cuatro años cuando el general Maximiliano Hernández Martínez, que llegó al poder gracias a un golpe de Estado, ordenó el más grande genocidio de población de origen indígena náhuat pipil en enero de 1932. 

Rodríguez Mojica, que nació en febrero de 1928, en Coatepeque, tuvo la suerte de que ahí no fue alcanzado por el exterminio. Luego, cuando ingresó a la Guardia Nacional también se salvó de morir durante la guerra civil, pero no pudo sobrevivir al vicio del alcohol que lo llevó a la tumba.

En la Benemérita fue coeditor de la revista Guardia y luego pasó a escribir artículos de opinión en El Diario de Hoy. A él se le atribuyó la autoría de las fotografías de muchos estudiantes desaparecidos durante la ocupación militar de la Universidad de El Salvador en los años setenta y que fueron publicadas en las páginas de dicho matutino. También estuvo a cargo de otras fotos de jóvenes universitarios a quienes se les colocaba tradicionalmente una media docena de fusiles a los pies y luego aparecían bajo el titular: “Capturan a terroristas”.

Recuerdo que hace unos 40 años escribió un artículo en el que demandó a los intelectuales de su generación que gastaran su tinta en escribir sobre la importancia de las relaciones seguras y responsables entre los jóvenes y, en particular, sobre los peligros del alcoholismo.

Quienes lo conocieron saben perfectamente que cuando trabajó como reportero le tocó cambiar su indumentaria de la defenestrada Guardia por una cámara, libreta de apuntes y la máquina de escribir. Laboró como periodista cubriendo el desaparecido Ministerio del Interior hasta que terminó la guerra civil y fue desplazado por el relevo generacional que vino de las aulas universitarias. 

Su rastro se perdió hasta que en los últimos años se le veía deambulando por el centro de San Salvador en total indigencia. Ninguna Asociación de Periodistas, ni sus antiguos patronos, ninguno de sus viejos camaradas, con quienes departió tragos y juergas en el casino de la Guardia, intentó sacarlo de ese infierno.

Ernesto Rivas, quien fue fotoperiodista de El Diario de Hoy, subió a las redes sociales unas fotografías de la evolución de su desgracia. En algunas de ellas se le ve sobrio y desempeñando sus funciones y en otras durmiendo debajo de una vieja e improvisada casa de cartón y plástico y bajo una mugrienta mesa de madera, en las aceras del antiguo cine Libertad.

Paradójicamente, en 1998, un periodista del mismo rotativo se conmovió al ver al anciano y escribió un reportaje sobre el abandono de los adultos mayores. Pero jamás  imaginó  que el protagonista de su historia fue alguien que ejerció el periodismo.

En la calle le robaron casi todo. No tenía nada, pero conservó dos cosas: el escapulario que su madre le regaló y el carné de prensa plastificado con una fotografía amarillenta de sus años mozos cuando fue uno de aquellos reporteros que alternaron el ejercicio de la profesión con tareas de espionaje a la usanza salvadoreña. Orejas, pues. Confidentes del régimen de turno.

Escribir sobre la existencia y declive de esa generación de periodistas, cuya vida es controvertida porque pertenece a un grupo sin formación académica que ejerció el oficio siguiendo órdenes del gobierno de turno, sigue siendo una tarea pendiente tanto desde la crónica como la academia. Muchos de ellos cumplieron con labores increíbles dentro del ejercicio periodístico, pero en el ocaso de sus años acabaron olvidados, despreciados e ignorados por sus contemporáneos o sus antiguos patronos. 

Conocer la historia de esta generación debería ser obligatorio para los actuales comunicadores porque las circunstancias no han cambiado mucho. Como en el pasado, a los periodistas del presente se les sigue presionando para que trabajen sumisos al servicio de las autoridades o poder en turno a cambio de una palmadita en la cabeza o un mejor salario. Quienes se resisten son amenazados con enviarlos a la calle a buscar otro oficio. Pero cuando ya no sirven para sus propósitos simplemente los abandonan y acabarán olvidados como Rodríguez Mojica, aunque ahora piensen que beben de la fuente de la eterna juventud.

* Periodista salvadoreño

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