Opinión
Ilustración: Luis Galdámez
Napoleón Campos *
Enero 13, 2023
“Nadie se instaló a perpetuidad desde 1821, nadie lo hará en el Siglo XXI. La historia democrática de El Salvador no tendrá fin”.
En 1981, Francis Fukuyama inició en Harvard su doctorado en Ciencias Políticas. Luego, ingresó como analista en el Departamento de Estado y coeditó un libro sobre las relaciones entre la Unión Soviética y el Tercer Mundo, antes de publicar -a mediados de 1989 en The National Interest- el artículo “¿El fin de la historia?”.
Desde su privilegiada atalaya, Fukuyama tuvo el talento prospectivo de advertir que el derrumbe del bloque soviético —atrapado por décadas de masacres, militarismo y corrupción, a pesar de la Glasnost y la Perestroika de Gorbachov— estaba cerca por lo que vaticinó que el fin de la historia sería, en esencia, el triunfo de la democracia desde Asia Pacífico hasta las Américas.
No profundizaré en el pensamiento histórico-filosófico de Fukuyama —una sugerente lectura de la post Guerra Fría desarrollada en su libro “El fin de la historia y el último hombre” (1992)— porque escribo hoy sobre quienes buscan la conclusión de la democracia en El Salvador.
El país ilustra —desde la ocupación militar del señor Nayib Bukele a la Asamblea Legislativa, hace tres años— el conflicto global en curso: ciudadanías democráticas versus apetitos autoritarios. Los segundos se exhiben aislados en la OEA y en la ONU al no condenar la cobarde agresión de Vladimir Putin contra Ucrania.
En este contexto internacional, descarrilan la ruta democrática para forzar un régimen de excepción siendo su núcleo la reelección presidencial inmediata prohibida por la Constitución. Saben que el pueblo en dos siglos ha detenido y derribado uno a uno los proyectos tiránicos, hitos cívicos reconocidos como Derecho a la Insurrección en la Constitución vigente.
La Carta Magna —gracias a las reformas por los Acuerdos de Paz cuyos 31 años celebramos— nos brinda instancias de mediación y prevención de conflictos, como la Sala de lo Constitucional, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, una policía nacional por primera vez de naturaleza civil, y una Fuerza Armada obediente a la Constitución y no a sí misma o al gobernante de turno. Por ello, han desnaturalizado y desmantelado estos Órganos e Instituciones del Estado.
Frans Timmermans, alto funcionario europeo, afirmó hace poco que Putin se encuentra en el punto donde Hitler estaba en 1943 cuando la guerra ya la tenía perdida que fue el desenlace que Fukuyama también vio para Moscú meses antes de la caída del Muro de Berlín, epílogo que igualmente veo yo en El Salvador para la pretensión reelectoral.
Nadie se instaló a perpetuidad desde 1821, nadie lo hará en el Siglo XXI. El militar golpista Maximiliano Hernández Martínez salió vivo de la huelga de brazos caídos de 1944 para ser apuñalado 22 años después por un empleado suyo en Honduras. Por supuesto que hacen cálculos y propaganda de sus propias “encuestas”, pero la historia democrática de El Salvador no tendrá fin dándole así la razón a Fukuyama. La resistencia y la diferencia la hace la ciudadanía que entre otras gestas el 2023 marchará —con la Constitución en la mano— este domingo 15 de enero.
* Especialista en Temas Internacionales, Integración Regional y Migraciones
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