Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

El Salvador 1985

Eric Lombardo Lemus*

Noviembre 18, 2022

La captura de ocho menores de edad oriundos del Bajo Lempa a manos del ejército la medianoche del pasado 5 de noviembre a raíz de su participación en una obra de teatro organizada por el centro escolar donde estudian arroja lecciones en todo sentido. Por un lado, demuestra que la impunidad habitual en los soldados que sirvieron a las fuerzas armadas en los años ochenta está bajo la dermis de cualquier hombre que viste el uniforme verde olivo. Lejos del ideal que quedó escrito en el acuerdo de paz que puso fin al conflicto civil salvadoreño en 1992, la Fuerza Armada de este país centroamericano tiene la capacidad gatopardiana de “cambiar para que todo siga igual”. 

Los soldados que acosaron a los estudiantes planificaron con la misma frialdad de los viejos tiempos la detención violenta de los menores. Días antes de la puesta en escena de la obra de teatro que relata la historia desde la Conquista española sobre los pueblos originarios hasta la guerra civil, los militares tenían claro quiénes iban a ser sus objetivos. La representación teatral, en términos castrenses, fue la bengala que esperaban para echar mano del procedimiento: capturar sin preguntar a quién. Captura, luego averigua. 

El día que un periodista de la revista digital Gatoencerrado fue al puesto militar en Jiquilisco recibió las respuestas clásicas que escuchamos los periodistas que cubrimos el conflicto armado: “no tengo autorización para hablar”, “recibo órdenes superiores” y “¿para quién dice que trabaja?”. 

Cada semana instituciones de diversas naturaleza persisten en denunciar los excesos durante el régimen de excepción y que el ejecutivo denomina “margen de error”. Es decir, no hay procesos infalibles en la caza de pandilleros. Como si de un trasmallo se trata, en la pesca viene de todo y luego hablamos. 

El “margen de error”, sin embargo, pone al país en la mirada de organizaciones internacionales que, al decir de quienes admiran las acciones punitivas del Estado, opinan que no deben meterse en nuestros asuntos; pese a que sin el apoyo de la diplomacia internacional acá seguiríamos en la carnicería de los años ochenta. 

La captura de los ocho menores demuestra que el ejército sigue llegando preferiblemente de noche y no escatima violencia cuando se trata de civiles desarmados. El operativo ejecutado por soldados también confirma que sobrevive la inventiva suficiente para mentir y construir un caso. La información que ofrecieron a la delegación policial a donde fueron literalmente a lanzar a los menores demuestra eso porque ni hubo patrullaje, ni persecución, ni señal de alto, sino allanamiento de moradas, detención arbitraria, tortura, tratos crueles y denigrantes. En fin, seguimos donde siempre. 

A diferencia de la Argentina de 1985, emulada magistralmente en el filme dirigido por Santiago Mitre, en El Salvador no hay fiscales que enfrenten la impunidad castrense. En El Salvador no hay fuerzas valientes que resistan la tentación del soborno sobre la mesa o la palmadita en la espalda para seguir ordeñando la conciencia a cambio de un salario. En El Salvador, hoy por hoy, seguimos estando en 1985 para regodeo de quienes aman cambiar las cosas para que todo siga igual.

* Editor de revista Espacio

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